29 diciembre 2009

¡ Feliz nueva partida!


Ahora que estamos a punto de quitar la última hoja del calendario y estrenar un nuevo año parece como si con ello comenzásemos una nueva etapa en nuestras vidas, una nueva partida que esta vez sí podemos ganar. Después la vida volverá a repartir las cartas, casi siempre malas, y el año que nace se suele convertir en una mera continuación del que termina donde lo único que cambia es un número. Pero la vida no sabe que cada vez que una partida comienza junto con las cartas cogemos una buena carga de nuevas ilusiones, de nuevas fuerzas y nuevos sueños. Yo deseo que esta partida que está a punto de comenzar la ganéis, que consigáis de vez en cuando alcanzar una meta, realizar un sueño, arrancarle a la vida unos minutos vividos de verdad, unos momentos inolvidables, que dibujéis sonrisas en las caras de los demás, que recuperéis amigos casi perdidos, que hagáis aquello que siempre quisisteis hacer y nunca tuvisteis el valor de hacerlo, que dentro de un año tengáis un calendario lleno de buenos recuerdos... y que recordéis una frase que hace tiempo aprendí de una buena persona: Al final todo acaba bien, si no es así es que no es el final.

Bonne année.

Pelo ano novo.

Happy new year.

Felice anno nuovo.

Feliç any nou.

Feliz ano novo.

Urte berri on.

An nou fericit.

Asgwas amegas.

Gelukking nieuwjaar.

Tashi délek.

Bliadhna mhath ur.

Boldog új évet.

Yeni yiliniz kutlu olsun.

Feliz año nuevo.




10 diciembre 2009

Mis Reyes Magos.


Si hace un mes los jóvenes y los niños del pueblo andaban por las calles disfrazados celebrando una fiesta con nombre extranjero y pidiendo caramelos ahora son algunos mayores los que se adaptan a otras costumbres y ponen en sus balcones y ventanas unos muñecos gordos con barba blanca y vestidos de rojo que escalan por una escalera. En algún balcón se han olvidado la escalera y el viejo barrigón vestido de rojo parece más un suicida a punto de lanzarse al vacío que un sujeto que escala para dejar regalos.

Hoy, llegar al bar de María era más gratificante que nunca. A mitad de camino entre la puerta y el mostrador, a la izquierda, casi debajo del televisor, ha puesto un portal de Belén. Acercarme a verlo ha sido algo así como llegar al pueblo y ver caras conocidas; me alegra volver a ver después de casi un año al pastor que camina con su pequeña oveja sobre los hombros, a la mujer que arrodillada lava la ropa, a la que hila, al herrero, los patos que nadan en un río de papel de aluminio, al que intenta pescar desde el puentecillo de madera, a la gente que camina por un sendero de serrín y albero, las montañas de corcho y papel, la nieve de algodón, el castillo de Herodes a lo lejos, a los Reyes Magos y sus pajes acercándose a una cuadra donde una mula y un buey acompañan a una pareja que acaba de traer una criatura al mundo...

Está el pueblo dividido entre partidarios de los Reyes Magos y de Papá Noel, tan sólo la maestra conjuga su amor por los primeros, que llevan toda la vida trayendo regalos a los niños de este pueblo con su aceptación lógica del segundo, que trae los juguetes al comienzo de las vacaciones. Yo, tal vez por costumbre o porque a ciertas edades ya no podemos cambiar me quedo con mis Reyes Magos. Prefiero imaginarlos cabalgando de madrugada por el camino que viene al faro, prefiero, puestos a soñar, imaginar que esta vez no hay estrella que los guíe, sino que es la luz de mi faro la que les marca el camino. Prefiero asomarme la mañana del día 6 al balcón que da a la playa y buscar las huellas de sus camellos en la arena y pensar, si no las veo, que ha sido la marea alta que las ha borrado antes del amanecer. No me entra en la cabeza un viejo gordo montado en un trineo tirado por renos que se creen gaviotas y vuelan, ni a ese mismo señor escalando por la pared del faro, sujeto a una cuerda y con un saco, posiblemente lleno de carbón, a sus espaldas.

Aquí, en la soledad del faro, pongo bien ese papel rojo que cubre una bombilla y simula una candela, y miro a mis pastorcillos, hermanos de los pastores que María tiene en su bar, y miro a los magos, y me viene a la mente la imagen del viejo gordo vestido de rojo escalando por las paredes del faro, y con unas tijeras capaces de cortar cualquier cuerda subo al balcón, y miro pared abajo...




25 noviembre 2009

En el cementerio.


No sé por qué, pero esta mañana mis pasos me condujeron al cementerio del pueblo. Algunas veces lo he visitado por obligación acompañando por última vez a un amigo que nos había dejado para siempre o dando apoyo a otro que había perdido a un ser querido. Otras han sido como esta mañana, sin tener una razón clara, tal vez para comprobar que la gente querida no se ha ido del todo, tal vez para sentir otra clase de paz y de soledad.

Hay lápidas que me hielan la sangre cuando leo los nombres de quienes reposan bajo ellas, nombres que traen a mi cabeza un rostro y detrás de él una sucesión de imágenes, de momentos vividos juntos. Hay otros nombres que echo en falta porque la mar fue egoísta y se quedó con sus cuerpos para siempre y jamás nos dejó que los enterrásemos. También falta el nombre en una que cobija los restos de un hombre que apareció ahogado en la playa y al que nadie conocía ni nunca se pudo identificar. Me detengo ante ella y me pregunto quien sería, de que tierra vendría, si habrá una mujer que se quedó viuda sin ni siquiera tener un marido muerto al que llorar.

Ahora, a estas alturas del mes, el cementerio es también un cementerio de flores. Las hay por todas partes, casi en todas las tumbas, secas, marchitas, con un suelo bajo ellas lleno de pétalos como si jugasen a ser minúsculos árboles en pleno otoño. Hay otras que las miran impasibles, altaneras, casi inmunes al sol y al paso de los días; son una flores de plástico que jamás han tenido vida, son flores de mentira que decoran pero no dicen nada.

Hace menos de un mes el cementerio tuvo más vida que el resto del pueblo. Llegó el día de los difuntos y volvieron al pueblo hijos y nietos a poner flores en las tumbas de quienes se quedaron aquí para siempre. Ahora las flores se marchitan sin nadie que las cuide, olvidadas como tantas cosas. Parece que la gente las deja como una señal para los demás de que a quien yace debajo de ellas no lo han olvidado, al menos no cuando noviembre comienza; ahora, menos de un mes después, a las flores y a los muertos los cubre el manto del olvido, hasta el año que viene, hasta que de nuevo sea el día de los difuntos y el cementerio se vuelva a llenar de gente que no olvida a los suyos.

Mis amigos saben que no quiero que la tierra me cubra, que no quiero flores una vez al año, ni que mi tumba sea lugar y motivo de llanto para nadie. Saben que prefiero el abrazo eterno de mi mar, que prefiero navegar en sus brazos y conocer otros acantilados antes que estar preso para siempre en esta tierra. Ellos saben que quiero, cuando muera, ser parte de este mar que me dá vida.

He encajado la cancela que ya no cierra y que sigue teniendo ese chirrido que parece un lamento y he dejado dentro a los muertos y a las flores marchitas en una soledad inmensa. El año que viene, cuando nazca noviembre, la verja volverá a estar abierta todo el día, y habrán flores nuevas, y los muertos volverán a ser recordados por un día.



27 octubre 2009

Una hora regalada.


Alguien sacó el tema y de una manera u otra todos vinieron a dar su opinión. Esta vida suele estar llena de contrasentidos, de situaciones y acciones contradictorias, y hablar de qué iban a hacer con esa hora que los gobernantes les iban a regalar era un ejemplo claro de ello cuando los hombres que lo discuten se pasan media vida sentados en el puerto charlando con otros hombres, paseando, pescando en el espigón, esperando en la puerta de la lonja la llegada de algún barco, porque no tienen trabajo ni nada mejor con lo que matar el tiempo.

Una hora más de sueño. ¿Qué regalo es ese? ¿Qué ganamos en esta vida durmiendo una hora más? Y mis amigos marineros discuten y se ríen, y al final llegan a la conclusión de que todo esto na vale para nada, al menos no para ellos, porque sus relojes son el sol, la luna y las mareas, y estos no tienen manecillas ni botones para adelantarlos ni atrasarlos y adaptarlos a sus necesidades.

Uno de los marineros me mira e intenta meterme en la conversación. - ¿ Y tú, farero, atrasarás esta noche el reloj cuando sean las 3 para dormir una hora más?

Posiblemente lo sepan, pero les cuento que el reloj del faro ya no es el que era, que cambia solo a la hora de invierno o de verano, que el faro entero está cada día más controlado por un ordenador, que algún día, cuando yo deje de ser el farero no habrán más fareros en este faro... Y que mi reloj, ese que cuelga de una cadenita y que tiene un aspecto tan de viejo como yo, será mañana cuando lo atrase.

Dejo a los hombres de la mar enfrascados en una discusión que se asemeja a un círculo y me acerco a María para despedirme, para desearle buenas noches, para darle un beso, para pedirle que ella tampoco atrase el reloj esta noche.

-¿Entonces cuando lo hago?

- Yo te avisaré.

Ha amanecido un domingo soleado y tranquilo, con una mañana que tiene una hora más de sol porque se la han robado a la tarde para dársela a ella. Y es empezando a caer la tarde cuando María cierra el bar, cuando nos quedamos solos con la única compañía de dos tazas de café y una radio que nos susurra canciones de manera íntima y exclusiva. Miro un reloj de una marca de refrescos que María tiene colgado de una pared y que sigue marcando la hora antigua. -Aun no la he cambiado farero, marca las 7, pero son las 6, y la gente me tiene loca con la dichosa hora, y todo por hacerte caso.

-Si marca las 7 es que son las 7, déjalo así, además, a las 8 debo irme.

Me gusta sentir entre las mías sus manos siempre frías, fingir que pretendo darles calor cuando en verdad lo que deseo es sentirlas y acariciarlas, y me gusta sentir en mis labios sus labios, y oír en el más leve de los susurros sus te quiero, y su corazón acelerado...

Nos sorprende la luz de un farol entrando por la ventana. Vuela el tiempo entre besos y caricias y fuera la tarde se ha convertido en casi noche. Miramos el reloj, marca las 8, y María se entristece de repente. -Son las 8, debes marcharte. Y tengo que contradecirla y recordarle que aun no ha atrasado ese reloj para ponerlo en hora, y que son las 7, y que aun falta una hora para marcharme... Y María sonríe y una lluvia de besos refresca mi cara.



22 octubre 2009

La tienda de los chinos.


Tenía que llevar un encargo a su hermano y el domingo por la mañana, un buen amigo, se empeñó en que le acompañase a un pueblo cercano, un pueblo más grande que este. Allí viven más personas, pero no vive María, tiene más vida, pero no tiene mar, tiene un cine, pero no tiene faro, tiene estación de autobuses, pero no tiene puerto. Ahora, además, tiene una tienda inmensa de la que todos hablan, unos la elogian, otros la critican, una tienda que han abierto unos chinos. Íbamos hablando de ella cuando de repente me acordé: Ayer me quedé sin aceite y Encarna, la mujer de la tienda, los domingos abre hasta mediodía.

Nadie sabe bien cuando llegaron ni que bagaje traían, pero han montado una tienda en la que venden casi de todo. Habíamos oído hablar de ella y al pasar casualmente por su puerta mi amigo no lo dudó un segundo. -Mira farero, la tienda esa de los chinos, vamos a entrar, además, así puedes comprar el aceite, cuando lleguemos al pueblo Encarna ya habrá cerrado.

No es que este otro pueblo tenga muchas cosas que ver, pero cualquiera de ellas me hubiera hecho más ilusión que la tienda, prefería las de los 20 duros, pero decidí hacer un pequeño esfuerzo y contentar a mi buen amigo José.

Tiene la tienda un mostrador a la entrada y, sentada detrás de él, una mujer china a la que es difícil calcularle una edad. A su lado una serie de pequeños monitores en los que ve todos y cada uno de los pasillos de la tienda me recuerdan por un momento a esas películas americanas en las que un vigilante uniformado toma café y come Donuts mientras controla a través de las pantallas una zona de seguridad en la que siempre consigue entrar el buen ladrón protagonista. Si en lugar de a ese vigilante, pienso para mi, pusieran a esta mujer difícilmente el ladrón bueno y superpreparado robaría nada.

Ciertamente hay casi de todo, recipientes de plástico, juguetes, jarrones, relojes y figuras imposibles de no ver y que me pregunto si algún día llegará alguien con el suficiente mal gusto como para comprarlos, material eléctrico, bebidas, comidas... y chinos, niños chinos. Van detrás de ti por esos pasillos tan estrechos que deberían ser de dirección única, se paran si te paras para mirar algo, te observan si coges el objeto que sea. Una mujer que no encuentra algo pregunta a quien supongo será el padre de estos críos y el hombre le responde. No sé la mujer, pero yo hubiese seguido buscando, no he entendido nada. Si no los viese juntos pensaría que estos niños son el mismo niño que se mueve a la velocidad de la luz y está en todas partes, si no fuese porque varía la estatura y supongo que también la edad, pensaría que estos niños son mellizos, o trillizos, o cuatrillizos. Miro a través de los estantes y detrás de unos cuadernos con dibujos de Shin Chan en su portada hay otro niño con una camiseta verde que no había visto hasta ahora. ¿Quintillizos? No, no es que distinga al pequeño de los demás pequeños, es la camiseta la que me sirve de referencia.

-El aceite, farero.

Salimos y la mujer china que está detrás del mostrador supera a los camaleones. Es capaz de mirar los 6 monitores, cobrar, poner pilas a un juguete, comprobar que quien sale de la tienda no se lleva nada sin haberlo pagado previamente y ver donde está cada uno de los niños.

Al otro lado de la calle hay un pequeño bar y en su puerta un par de mesas rodeadas de 4 sillas cada una que incitan a sentarse y tomar algo. Sentados oímos a alguien quejarse de los chinos de la tienda, de su aislamiento del resto del pueblo, de su competencia desleal con sus precios, con sus horarios, con sus productos chinos... Un hombre parece tener claras sus ideas: Son chinos, venden cosas chinas que las compran en almacenes de otros chinos, sólo dan trabajo a chinos... pues que les compren los chinos.

Entrando al pueblo mi amigo José reduce la velocidad del coche y, para saber el camino a tomar, me pregunta si me acerca al faro. -No, déjame mejor en el puerto, tengo que pedirle a María un poco de aceite, Encarna ya tiene cerrado.

07 octubre 2009

El ladrón de recuerdos


Alguna vez, hablando de los recuerdos que cada uno tenemos, mi amigo Carmelo me decía que nuestra vida no es la que hemos vivido, sino la que recordamos, que lo demás, las cosas que olvidamos para siempre son partes de nuestra vida que desterramos. Yo, alguna vez, viendo a los críos recortando con sus tijeras del colegio un dibujo, una fotografía de una revista, me he imaginado a nuestra mente haciendo lo mismo, recortando cosas, guardándolas en nuestra alma y tirando el resto a un cubo de basura llamado olvido.

Hace ya tiempo que Carmelo no es el hombre que era. Al principio nos reíamos cada vez que se dejaba algo olvidado en el café de María, cuando al salir de su casa se detenía un segundo pensando por donde tenía que marchar hacia el puerto. Con el paso del tiempo Carmelo dejó de reírse de sus olvidos y una tarde, sentado en el puerto, dejó caer dos lágrimas de sus ojos porque no sabía a que había ido allí.

Sus hijos lo llevaron a la ciudad y volvieron con la confirmación de lo que todos sospechábamos y temíamos. Ha ido olvidando las caras de sus amigos y algunas veces, cuando lo saludamos, nos pregunta quienes somos. Ya no sale a la mar ni lo dejan ir solo a ninguna parte, ha olvidado las calles del pueblo y los caminos que antes lo llevaban al puerto, al café, a la playa o al faro.

Esta tarde, Andrea, la hija mayor de Carmelo, lo ha llevado al mar de María. Tiene que ayudarle a sentarse, le acerca el vaso y le habla de la gente del pueblo, pero el alzheimer se está adueñando de su cabeza y alimentándose de sus recuerdos, y cada día se hace más grande, más fuerte, y sus recuerdos menguan cada noche, poco a poco, como la luna en el cielo. Algunas veces su mente se revela y por nos segundos gana gana la batalla, y es entonces cuando Carmelo sonríe y asiente con la cabeza, cuando un recuerdo se enciende de repente y el devuelve un poco de vida.

Aquí, en la soledad del faro, no puedo dejar de pensar en ese ladrón de recuerdos que es esta enfermedad, y me asusta pensar que un mal día se adueñe de mi miente y me robe los míos y olvide el olor a sal en el aire, el sonido de las olas en las madrugadas de insomnio, el camino al bar de María, su boca, sus ojos, su dulce y casi triste sonrisa...


04 octubre 2009

Mercedes Sosa.


Ha muerto Mercedes Sosa, parece como si la vida quisiera quitarnos por sistema a aquellas personas que son capaces de hacernos sentir. Tenía 74 años y hace unas horas ha perdido su batalla con la enfermedad. Ha muerto su cuerpo, sólo su cuerpo, pero las personas somos mucho más que un simple cuerpo, y su espíritu, sus canciones, sus ideales seguirán vivos.

Mercedes Sosa había nacido en 1935 en San Miguel de Tucumán y ha sido la cantante folclórica más reconocida y premiada de Argentina. Comenzó su carrera cuando solamente tenía 15 años. Defensora de los derechos humanos fue censura por la dictadura militar argentina entre 1976 y 1983 y se exilió en Europa.

Durante su carrera Mercedes Sosa ganó un disco de platino por "Gestos de amor" en 1994 y tres premios Grammy Latino. Fue distinguida con múltiples reconocimientos por su labor en defensa de los derechos humanos y las libertades.

Hoy os dejo este vídeo de "Alfonsina y el mar", canción que siempre me atrajo y cuya música formó parte de este blog durante mucho tiempo.

Para vosotros un saludo, para ella mi agradecimiento y cariño.

24 septiembre 2009

Otoño.


Nos quedamos solos en la puerta de su café y, con la excusa de que sería el primero del otoño invité a María a cerrar y dar un paseo.

Hay, a la salida del pueblo en dirección contraria al mar, una alameda que comienza donde la carretera y que la bordea durante unos metros, pero después se separan y una y otra toman caminos diferentes, como los amantes que dejan de serlo, que han dejado de estar enamorados. La carretera hacia el llano, buscando otro pueblo, la alameda hacia lo que en otros tiempos era el cauce de un arroyo.


Nos acompaña un sol de bronce que se resiste a dejar de dar calor, que desafía a la tarde de otoño. De vez en cuando una brisa que viene del mar nos sorprende y refresca, y agita las ramas de los árboles y hasta intenta, traviesa, levantar a María la falda, pero ella la sujeta colocando una mano sobre su pierna, y sonríe, tal vez por haber sido más rápida que el viento, tal vez porque me ha visto mirar de reojos si la brisa lograba su objetivo.

Supongo que ha sido un golpe de este viento marinero el que ha hecho que los árboles nos regalen una lluvia de hojas amarillas. Hemos mirado sin decir nada hacia arriba, María con los ojos entornados, y por unos instantes me he visto saliendo de la iglesia con ella del brazo, y los árboles se han convertido en amigos que nos lanzaban granos de arroz con forma de hojas medio secas. Mi mano ha buscado a tientas su mano y la ha hecho prisionera, una prisionera que no ha opuesto resistencia alguna, que se ha rendido incondicionalmente y a la que he puesto una camisa de besos y que después, de repente, se ha liberado para posarse en mi cuello y dejar mi boca entregada a su boca.

Regresamos en silencio, oyendo el canto de algún pájaro, escuchando el viento en las ramas de los árboles, el sonido acompasado de nuestros pasos camino del pueblo. Comienza el sol a ceder ante una tarde que tiene prisas por reinar antes de que llegue la noche y la deshaga, y María, que siente frío, acurruca su cuerpo contra el mío, y me mira a los ojos, y su cara se ilumina con esa sonrisa llena de melancolía y ternura.

Sigue el silencio hasta casi llegar al pueblo y allí, junto a la primera calle, María de detiene y me mira otra vez a los ojos y me hace una invitación imposible de rechazar. -Te invito a un café. Arriba, en casa.




18 septiembre 2009

Alvaro Hernández, el héroe de Tordesillas.


Es de esos hombres que hacen grande a la Humanidad, de los que con su comportamiento logran que uno se sienta orgulloso de ser un ser humano. Hombres como él, con su manera de entender la vida, los derechos de unos y otros, la forma de divertirse y lo que es y no es sufrimiento son los que logran libertades e igualdad.

Hoy, este hombre, debe pasear por su pueblo orgulloso de su hazaña y quejándose de la tremenda injusticia sufrida, y es que hace unos días, en Tordesillas, en una "fiesta" catalogada como "fiesta de interés turístico nacional" lanceó desde su caballo a un toro. Había muchas más personas persiguiendo, rodeando y clavando lanzas al animal, pero ninguno tuvo su maestría. Este valeroso hecho sin duda alguna merece un premio, pero el jurado se lo ha denegado por haber herido al animal en una zona asfaltada cuando las normas dicen que debe ser sobre tierra, para que el animal tenga más opciones de defenderse. Hay injusticias que claman al cielo.

La alcaldesa de Tordesillas, Milagros Zarzuelo creo que se llama, dice que el animal no sufre. Yo he visto algunos vídeos sobre la manera en la que todo esto sucede y no me cabe la menor duda de que la alcaldesa tiene toda la razón. ¿A quien se le ocurre pensar que un toro acorralado al que persiguen decenas de hombres a caballo, clavan lanzas que sacan de su cuerpo para volver a clavarlas y al que un puntillero apuntilla una y otra vez hasta que el animal muere puede sufrir? Está claro, clarísimo, que el toro no sufre. Además, como dicen por aquellos lares, el animal está en igualdad de condiciones. Decenas de hombres a caballo con lanzas, un toro... ¡Pero si esto es la igualdad hecha imagen!

En Tordesillas, los amantes de esta fiesta de interés nacional además de valientes y generosos con los animales son humildes. Este año los vídeos que podemos ver sobre la lucha igualitaria entre animales se han grabado a escondidas o simulando ser aficionados a dicha fiesta. Ellos, los defensores de esta acción, no quieren que los medios de comunicación vayan y cuenten con imágenes lo que hacen, su humildad no les deja. Son tan valientes, tan civilizados, tan humanos, tan humildes...

Estas imágenes pueden herir la sensibilidad de algunas personas.

13 septiembre 2009

La España del euro.


Muchas veces hemos oído ese término, "la España del euro" pero... ¿Cómo es en realidad esa España? Pues si cogéis una moneda de 2 euros y miráis la cara donde está el mapa veréis un país pequeño con unas fronteras practicamente imposibles de ver. Ahora yo os regalo una España 20 veces más grande, aquí ya se ve mejor, se ve la frontera con Francia, la de Portugal... incluso yo diría que a alguien se le ha ido la mano y casi ha dado la independencia a Galicia.

11 septiembre 2009

Mi padre.


Tenía la radio encendida pero yo, mirando por la ventana abierta de par en par, prestaba más atención al sonido de las olas que se deshacían sobre la playa y al graznar de las gaviotas que se perseguían en el aire que a las canciones y los comentarios de la emisora. Oí casi sin oírlo al presentador nombrar a Gila y mi cuerpo se volvió como si en lugar de su voz fuese el mismísimo humorista en persona quien estuviese entrando en la habitación. Una leve y casi triste sonrisa debió pintarse en mi boca cuando comenzó el monólogo.

Han pasado las horas, la noche ocupó el sitio de la tarde y ahora la madrugada mira de reojos al horizonte buscando temerosa un amanecer que la devorará poco a poco. He vuelto a la ventana y una frase ha hecho nido en mi mente, la oí esta tarde en la radio, ya la había oído otras veces, pero hoy la he entendido de una manera diferente. "Cuando yo nací mi madre no estaba en casa" dice Gila, y me vuelvo y me miro en el espejo. Cuando yo nací mi madre no estaba en casa, ni en el pueblo, ni siquiera estaba en este mundo.

Yo no nací de mujer alguna, no me alimentó su cuerpo, ni su vientre fue mi morada durante nueve meses. Nací de la mente de un hombre, de su necesidad de expresar y compartir cosas, ideas, sentimientos. Un hombre como tantos y tantos hombres, posiblemente con alguna cualidad y sin duda alguna con muchos defectos. Yo nací siendo ya un viejo farero.

Mi padre ama la soledad, el mar, los faros y la noche, y quiso para mi todo eso que él quería, por eso me hizo farero, pero sabe mi padre que la soledad es buena solamente si es deseada, que duele cuando es impuesta, y puso a un paseo de mi faro un pueblo, un puerto. Sabe mi padre que un corazón no es feliz sin amor, que las personas necesitan sueños e ilusiones, y una tarde puso un café en el puerto, y en él a una mujer de la que enamorarme. Hay más mujeres en el pueblo, pero ninguna es ella.

Algunas veces alguien me confunde con él, piensa que soy él, o que él es yo, otras hay personas que aseguran que somos iguales, que en mí hay mucho de él, que soy un reflejo de quien me creó. Se equivocan, si lo viesen conduciendo, protestando por todo, o si supieran de sus continuos y tremendos despistes, de sus olvidos, de esos prontos que lo pierden, de su impaciencia, de lo difícil que le resulta expresar sus sentimientos... entonces comprenderían que él y yo no somos el mismo, ni somos iguales, posiblemente ni mínimamente parecidos.

Yo nací siendo un viejo farero, paciente, sensato, enamorada, sensible muchas veces... él me hizo así. Cuando yo nací mi madre no estaba en casa.


04 septiembre 2009

Bola extra.


Hay en el bar de María una máquina casi tan vieja como yo, y cada vez que estoy allí y alguien echa una moneda para jugar una partida, la música, el sonido del choque de la bola contra los reboteadores y el ruido del marcador se convierten en una cantinela mágica que viene del pasado y me arrastra a otros tiempos.

Era un chaval y las tardes de lluvia nos encarcelaban unas veces en casa, otras en los billares de Eladio. Tenía este hombre un bar y anejo a él un salón inmenso donde habían un par de mesas de billar en el centro bajo cuatro pantallas que colgaban del techo con tubos fluorescentes y que la mayoría de las veces parpadeaban y se les oscurecían los extremos y los muchachso golpeaban con los tacos del billar hasta que unas veces se quedaban encendidos y otras amenazaban con caerse encima de las mesas. Eladio, si los veía, gritaba y decía que era cosa de las reactancias, o de los cebadores que estaban malos, y que como a la mesa le pasase algo la pagaban.

A a la entrada del local tenía tres futbolines a los que tarde o temprano le faltaba una bola que algun chaval se llevaba, y al fondo una mesa de pin pon con un tablero al que Eladio iba dando una mano de pintura cada cierto tiempo y sobre el que pintaba unas líneas blancas, finas y rectas. Supongo que fueron las cortas ganancias que dejaba el local y sus deseos de tenerlo lo mejor posible lo que obligaron a Eladio a sustituir la primera redecilla rota de esta mesa por otra que en realidad era un trozo de red de pesca, a la que siguieron otros trozos de redes, unas veces vedes, otras azules...

A lo largo de la pared izquierda, frente a la entrada al bar, estaban las máquinas de petacos. Habrían cuatro o cinco y a mi me gustaba una en especial, una a la que me era más fácil sacarle una partida gratis. Un dure tres partidas. Con el tiempo le cogí las medidas a la hora de tirar de aquel mango para lanzar la bola y que entrase por el sitio donde más puntos daba, a moverla para salvarla sin llegar a hacer falta, a tirar a las dianas que sumaban puntos extras y a colarla en un agujero en el que era casi imposible introducirla y cuyo premio, con la luz roja encendida, era una bola extra.

Algunas veces jugábamos una especie de torneo en el que el único objetivo era conseguir más puntos que los demás, pero a mi me gustaba sacarle una partida extra, ganarle a la máquina, jugarsin tener que pagar por ello, y para conseguirlo había que superar cierta cantidad de puntos. Cada partida tenías 5 bolas para lograrlo, pero algunas veces, pocas, pero algunas, la máquina te daba una bola extra. Era algo asi como una ampliación de las esperanzas, de las ilusiones y las posibilidades de conseguir esa partida, un regalo, un empujoncito que te acercaba un poco más a tu objetivo.

Otro sonido seguido de risas y gritos de ánimo me han traído al presente y he visto al chaval que juega con la máquina feliz, ha obtenido una bola extra, un regalo, un poco más de tiempo para vivirla, y yo, con la partida de la vida cada vez más cerca de su final me acerco lentamente al mostrador, a María, y cuando veo su leve sonrisa y sus ojos clavados en los míos sonrío sin que ella ni nadie sepa el motivo. ¿Qué pensaría esta mujer si le dijese que la vida ha vuelto a darme una bola extra al conocerla a ella?


01 septiembre 2009

El vídeo de la semana.

Este vídeo que os dejo hoy se compone, como casi todos los vídeos, de imágenes, fotografías en este caso, y música. La mayoría de las fotografías son preciosas, la música ya es más complicada de calificar porque, ¿Cómo definir "Entre dos aguas" del genial Paco de Lucía?

Ahora, si queréis disfrutar, desconectad la música de fondo, abajo, al final de la página, y poned en marcha el vídeo para oir a un andaluz universal, Paco de Lucía.

23 agosto 2009

El niño que se hizo un hombrecito.


Posiblemente si mi amigo Alberto hubiese visto sentarse a un fantasma a su lado y pedirle algo de beber a María no habría puesto una cara de más asombro que la que puso esta tarde cuando su hijo lo hizo.

Tiene el chaval ya 20 años, pero para mi amigo su hijo sigue siendo su niño. Cuando el muchacho se marcha a algún sitio Alberto siempre termina su despida con la misma frase: Ten cuidado… y no vengas muy tarde. Después, en su casa, el hombre se va a la cama como si no le importase lo más mínimo que su hijo esté fuera, pero algunas veces se sincera más de lo que él mismo quiere y confiesa que no pega ojo, que permanece despierto, pendiente de la puerta, y cuando lo oye llegar se relaja, se da la vuelta y se duerme.

Algunas veces estando tomando una copa de vino dulce o una cerveza en el bar de María ha llegado el chaval y se ha sentado con nosotros. Unas veces es el padre, otras María y otras yo quien le pregunta que va a tomar, y el muchacho siempre se pide un zumo, un refresco, pero hoy Raúl ha dejado boquiabierto a su padre cuando para responder ha mirado las cervezas que teníamos en la mesa y señalando los vasos ha dicho dos palabras: Una cervecita.

No ha sabido Alberto que decir y su hijo no se ha atrevido a mirar a su padre directamente y ha preferido buscar la complicidad de María con una leve y nerviosa sonrisa.

-¿Una cerveza? – Pregunta nerviosa y tontamente mi amigo, y el muchacho, con sus 20 años, le dice que si prefiere se pide un zumo. Y mi amigo se pierde en una nube de recuerdos, y se me hace que está viendo a su niño andar solo por primera vez, y comenzar a trotar por todas partes, y su primer día de colegio… Y mi amigo mira a su hijo y ve que es ya un hombrecito, que sigue siendo su niño, pero que ya es un hombrecito.

No sé si son los nervios, la tensión que está pasando o simplemente la sed y las prisas, pero el muchacho se bebe la cerveza rápidamente, se despide, ha quedado para ir a la ciudad. Y mi amigo le dice que tenga cuidado, que no venga muy tarde… Y después mira el vaso vacío de su hijo y vuelve sus ojos al chaval.

02 agosto 2009

Cuarto creciente.


Notó su voz vestida de tristeza y quiso hablar de cosas banales, cosas sin importancia, intentado distraerla con alguna conversación que la alejase de aquellos pensamientos, pero no supo hacerlo.

Cada vez que iban a estar unos días sin verse ella sentía la misma angustia, el mismo miedo. Esta vez la ausencia sería mucho más larga, él se marchaba a la mar para muchos días, pasarían un mes sin verse, sin poder hablar, sin poder decirse que se querían y ella, una vez más, tenía miedo.

-Venga, ¿qué te pasa?

-Nada, lo de siempre, que te voy a echar mucho de menos, y que son muchos días, y tengo miedo de que te olvides de mí.

La vida sigue su camino y dos días después el partió en un amanecer que parecía el comienzo de una noche eterna. Pasaron los días y la luna se hizo inmensa, ella se asomaba a su ventana y al mirarla se preguntaba si él la estaría viendo también, si estaría ya dormido, o si estaría en algún puerto, en algún café. Él miraba la misma luna reflejada en el mar y cuando las olas rompían su reflejo para dejarlo volver instantes después se imaginaba viendo de nuevo la luz del faro, viendo el puerto, viéndola a ella.

Comenzó la luna a hacerse cada noche más pequeña, de la misma manera que cada noche era menor el tiempo que los separaba, y volvió la luna a su cuarto creciente, del mismo modo que crecían sus recuerdos y sus ansias por volver a abrazarla.

Regresó el barco con los marineros, regresó él y se fueron sus miedos. -¿Ves? No te he olvidado, es imposible, te quiero.

17 julio 2009

20 veces más grande.


Dicen que una imagen vale más que 1.000 palabras y, muchas veces, es cierto. Imaginar una cosa pequeña 20 veces mayor es más complicado de lo que parece, en realidad imaginarlo no es difícil, lo difícil es hacerse una idea que se aproxime a la realidad. Para que os la hagáis lo más certera posible os pondré unos ejemplos.

Un niño que mida 1 metro tendría prácticamente la altura de un edificio de 7 plantas.

Un teléfono móvil de medida estándar sería como una puerta de las que tenemos en casa. Ponedlo de pié junto a una de ellas y veréis lo que es algo 20 veces mayor.

Una mosca vendría a ser como una paloma. Sin comentarios.

El teclado del ordenador tendría unos 10 metros de largo.

Un bolígrafo Bic puesto de pié no cabría en la mayoría de los pisos, mediría 2,80 de alto.

Un pañuelo de papel, esos a lo que solemos llamar clínex, sería una sábana más o menos cuadrada de 4 metros de lado (16 metros cuadrados de pañuelo en una sola pieza).

Una tarjeta de crédito mediría 1,70 por 1,10. Si pensáis en pagar en efectivo un dato: la moneda de 2 euros tendría un diámetro de medio metro.

Y para hacer lo de la imagen que vale más que tantas palabras arriba tenéis una. Eso que veis es el filamento de una bombilla incandescente de las de toda la vida, en el centro de la fotografía, borroso en su parte superior pero nítido abajo, el fino alambre que lo sostiene para mantenerlo alejado del cristal.

Si el tema os interesa podemos ir viendo diferentes cosas aumentadas esas 20 veces, cosas pequeñas, muy pequeñas… Hasta que las aumentamos.

14 julio 2009

El vídeo de la semana.

Dicen que los hijos son esas criaturas que de pequeños te las comerías y de mayores te arrepientes de no haberlo hecho. Estos 4 elementos no son muy guapos que digamos, pero los puñeteros son realmente para comérselos. ahora quitad la música al final de la página y disfrutad de ellos. Y si al ver el vídeo os dan ganas de intentar ser padres no os alarméis, yo me estoy pensando planteárselo a María. Menuda animación en el faro.

13 julio 2009

Blogueros sin fronteras.


La amiga Meiguiña le ha dado a este blog el premio que veis justo encima de estas letras. Quien me conoce sabe que estos actos no los considero premios sino regalos, primero porque no creo que un blog como este se merezca esos premios y segundo porque el regalo me suena más personal. También saben quienes me conocen que no suelo seguir el sistema y que no suelo dar el premio a otros blogs, pero este premio es diferente, es un premio a blogueros sin fronteras y hablando de personas así hay dos blogs que sin duda alguna se lo merecen muchísimo más que este, estos blogs son Lápices para la paz y África en el mundo (a la izquierda hay enlaces a ambos). Para estos dos blogs el premio, para quienes los llevan mi cariño y admiración.


El viejo farero.

12 julio 2009

Cuando no estés a mi lado.


No fue el primero, por su vida habían pasado ya muchos hombres cuando él llegó, después de marcharse, cuando decidió dejarla, ella siguió buscando el calor de otras camas, de otros brazos.

El hombre solía dormir con una camiseta vieja y descolorida y aquella mañana, desnudos en la cama poco antes de despedirse ella se la pidió. –Te amo, y dormiré con ella cuando no estés a mi lado, será como tenerte cerca cuando me sienta sola y te eche de menos.

Le gustaba a ella que la esperase en la cama, salir del cuarto de baño vestida solamente con una prenda que antes había sido de él y que se la quitase, le excitaba sentirse semidesnuda y deseada.

Un mes de esperas, otra cita, tres citas furtivas, tres hoteles, tres habitaciones diferentes, la misma camiseta cubriendo por unos minutos parte de su cuerpo.

Ella salió del baño con una camisa que la cubría hasta cerca de las rodillas, mangas largas recogidas para dejar al descubierto las manos y dos iniciales en el bolsillo del pecho. -¿Y esta camisa? - ¡Por Dios… Es la que me regalaste! Pero aquellas iniciales no eran las suyas. –Yo te regalé una camiseta, ¿recuerdas?

Se maldijo a sí misma, buscó cien explicaciones, pero no tenía sentido, mejor callar y aceptar la realidad. Cuando regresó a su casa abrió un cajón de su ropero para dejarla y la vio, dormida, doblada, ordenada entre otras camisetas, entre otras camisas. Maldito error. La guardó, era un recuerdo más, un trofeo más.

Conoció el calor de otros brazos, los besos de otras bocas, salió de otros cuartos de baños de otras habitaciones de otros hoteles con otras camisas, con otras camisetas para que otros hombres se la quitasen. Y cada noche que dormía sola en su cama cubría su cuerpo con aquella camiseta descolorida y vieja que una mañana, antes de despedirse, le pidió a él.

07 julio 2009

El ropero.


Una tormenta que ha refrescado el aire esta tarde, y durante la noche una leve lluvia que imitaba la luz de mi faro y venía y se iba a intervalos han tenido la culpa de todo, ellas han hecho que la madrugada sea más fresca de lo habitual en esta época del año, ellas han conseguido que el aire frío que entraba por la ventana medio abierta me despertase.

He perdido el sueño y dispuesto a ver amanecer me he preparado un café, he vuelto a sentir frío y mientras el agua se calentaba y se disponía a teñirse de negro he buscado mi vieja rebeca en el ropero. Me trae a la realidad el sonido del agua que ha hecho magia y se ha convertido en un café humeante, y me sorprendo a mi mismo parado delante de mi ropero, mirando las camisas, los pantalones, con mi rebeca en la mano.

Ha dejado de llover y me asomo al balcón del faro para ver un amanecer que las nubes se han empeñado en retrasar. No tengo prisa, la vida me ha enseñado a no tenerla, no merece la pena. Tomo un sorbo de café y una bocanada de aire fresco me invita sin darme cuenta a buscar mi rebeca. Agradece mi cuerpo el calor que me aporta y mi imaginación vuela y me sitúa de nuevo delante de las perchas y los estantes que sostienen mi ropa. Siento frío en mi alma, un viento húmedo de soledad la deja helada. Ojalá tuviese un ropero donde guardar tus besos, tus abrazos, ojalá pudiese tenerlos ahí y ponérmelos cada vez que siento frío, ojalá no se fuesen como se van las estrellas fugaces. Y yo tengo que cerrar los ojos, e imaginar tus labios rozando los míos, y tus brazos rodeando mi cuerpo…

01 julio 2009

El abuelo de todos los faros.



Lleva casi 2.000 años mirando el mar, combatiendo los vientos y las tormentas, guiando a marineros por una costa a la que por algo llaman la costa de la muerte. Es el único faro de origen romano y el más antiguo del mundo en funcionamiento y en España solamente el de la localidad andaluza de Chipiona le supera en altura.

A la Torre de Hércules, el abuelo de todos los faros del mundo, le han hecho un reconocimiento y a su ciudad, A Coruña, un regalo. Y es que los faros vienen a ser como los hombres, los hay altos, bajos, atractivos, con encanto, sencillos, poco agraciados, jóvenes, viejos... Tienen su imagen, su propio lenguaje que los distingue de los demás, son ellos y todo aquello que los rodea, pero sobre todo, igual que las personas, a todos hay que respetar porque todos son importantes para alguien. Un faro no tiene que ser antiguo, ni alto, ni famoso, ni mandar su luz a 30 millas para ser un faro, de igual modo que una persona no necesita nada de eso, ni triunfar en la vida, ni en los estudios, ni en el trabajo, para ser persona.

Felicidades a los amigos y amigas de Galicia, de A Coruña. Felicidades, abuelo de todos los faros del mundo. Felicidades, faros, estais en la historia y en el Patrimonio de la Humanidad.

22 junio 2009

Invocación.


Me vio mirándola desde el balcón del faro y me saludó agitando su brazo en alto, moviéndolo como lo hacen quienes se quedan en tierra al despedirse de aquellos que se marchan en los barcos.

Alguna vez la he visto en ese pequeño trozo de playa que cuando la marea sube desaparece bajo las olas, con una pluma de gaviota en su mano, escribiendo cosas en la arena. Más de una he sentido la tentación de coger los prismáticos y acercar furtivamente mi mirada hasta poder leer las palabras que traza, pero la tentación se desvanece de inmediato, ella sabe que poco después de irse las olas lo borrarán todo y, tal vez, sea lo que quiere, que esas letras desaparezcan de la faz de la playa sin que nadie las lea.

Hoy he querido bajar donde ella y a mitad de camino desde el faro a la playa le he hecho un comentario casi a voces sobre la bonita luz de la tarde, sé que a ella no le interesa, a mí tampoco me parece un tema de conversación, pero es una manera de avisarle de mi llegada, por si quiere alejarse de su pizarra de arena y esperarme donde yo no pueda leer lo que ha escrito.

Me sorprende su quietud, su quedarse quieta junto a las palabras trazadas en la arena, y lentamente me acerco a ella, y cuando llego a su lado entiendo que no tiene reparo en que yo me entere de su pequeño secreto.

He leído un breve poema, apenas tres líneas, y cuando quiero buscar sus ojos ella eleva su mirada al cielo y me dice que a lo mejor él, desde allí arriba, pueda leer lo que le escribe.

Tuvo la mala suerte de enamorarse a destiempo, muchas veces las mejores cosas de la vida llegan demasiado tarde, o demasiado temprano, y conocerlo a él fue una de esas cosas maravillosas que llegan tarde a la cita que tienen con nosotros. Una charla en el puerto, un café, una despedida, otra charla, un paseo, una nueva despedida, una nueva cita, un beso… Y cada vez que él partía para su puerto se llevaba medio corazón de ella y le dejaba el otro medio enamorado y loco por volver a verlo.

-Me duelen los ojos, farero, de buscar su cara ente la gente, y me duelen los dedos de escribir su nombre, a veces es como un rezo, como una invocación para que regrese, para que me saque de esta soledad. Y ya ves, le escribo poemas en la arena, por si él los puede leer que sepa que lo amo, que lo sigo amando, que no lo olvido.

Cuando se marchó dicen que cerró sus ojos unos minutos y una sonrisa se dibujó en su boca como si estuviese recordando cosas hermosas, dicen que solamente dijo una palabra antes de despedirse para siempre: Fue el nombre de ella.

14 junio 2009

Tony Meléndez.


Tenía pensado cambiar mañana lunes el vídeo de la semana y dejar uno sobre mi ciudad, pero hoy una buena amiga me ha mandado un correo con un enlace, éste será el que os deje durante los próximos días. Posiblemente algunos de vosotros ya conozcáis el vídeo y la historia, pero para mi es algo nuevo, por lo que ha sido todo un descubrimiento.
El protagonista hace referencia constante a Dios pero, independientemente de que seamos o no creyentes, Tony, que así se llama, nos demuestra que hay que luchar, que no vale darse por vencido a la primera de cambio, ciertamente después de verlo tendríamos que plantearnos si de verdad no podemos hacer algo antes de decirlo y tirar la toalla.
No es fácil hablar sobre este hombre y sobre el mensaje que su actitud ante la vida nos manda, creo que lo mejor es que veáis el vídeo y saquéis vuestras propias conclusiones.

Como siempre, apagad la música del blog al final de la página para oir bien el vídeo.

10 junio 2009

Abuelo.


Está loco de contento, con una alegría que por no caberle en el corazón le reboza por todas partes y nos salpica y nos contagia a todos cuantos estamos a su lado.

Hace unos días mi amigo Adrián ha sido abuelo y desde entonces parece que viviese en una película de ciencia ficción donde una fuerza misteriosa se ha llevado a todo el mundo, dejando en este planeta solamente a él y a su nieto.

Sus ojitos, su pequeña nariz, sus deditos, que parecen los dedos de un muñeco lleno de magia... todo en el crío es precioso y perfecto para Adrián.

Los amigos han dejado de llamarle por su nombre y, de forma cariñosa y burlona, le llaman abuelo. A él le gusta, pero ya sueña con el día en que sea su nieto quien le llame así. Se pone a hablarnos del pequeño y termina contándonos las cosas que le va a comprar, las que le va a enseñar a hacer, los paseos que dará con él por el puerto, por la playa... y mi amigo Adrián lo cuenta con tanta ilusión, con tanto corazón puesto en ello que termino viendo en mi imaginación al abuelo paseando con su nieto de la mano, contándole historias, enseñándole las artes de pesca, subiendo a los barcos de los amigos. De repente me asaltan una imagen y una duda y hago una pregunta a Adrián que provoca las risas de todos y el abrazo más dulce y tierno que jamás me haya dado María: Bueno Adrián, ¿Y al faro no piensas llevarlo y dejármelo allí una tarde para que se lo enseñe?




28 mayo 2009

Siendo niño.


Algunas veces la vida me sonríe, otras, en cambio, la mala suerte parece ensañarse conmigo. Suele hacerlo por las tardes, cuando bajo al pueblo, al bar de María, y sentado con los marineros está el cura. Parece creer ser su propio Dios hablándole a sus pocos seguidores desde la altura que le da su supuesto conocimiento, desde la grandiosidad de quien todo lo sabe. Hoy, a los pobres marineros, les tocaba oír hablar de la muerte, de juicio final, de los últimos minutos en este mundo.
Mi amigo José me sonríe y me invita a quedarme con ellos aunque sabe que mi respuesta es un gesto con la mano y seguir caminando hacia otra mesa, pero este cura es terco y me comenta que a José le gustaría morirse mientras duerme. -¿Qué te parece eso farero?
Se acerca María y su presencia es un paréntesis, un respiro, pero José me cuenta que es cierto, que le gustaría morir dormido, sin enterarse nada, sin sufrir, sin saber que se muere, sin pasar miedo, pero también me dice que eso le provoca otro temor, el de estar en pecado y no tener ocasión de arrepentirse.
-Bueno José, si Dios es medianamente listo sabrá que eres un buen hombre que no tiene nada serio de lo que arrepentirse.
-Nacemos llorando – dice María – nos pasamos media vida llorando a escondidas, en silencio, y si estamos conscientes a la hora de la muerte lloramos, llora quien se muere, llora quien lo quiere y lo pierde… Tal vez la idea de José sea la ideal, morir mientras dormimos, al menos no nos iremos de este mundo llorando.
Y comienzan a hablar los marineros de sus últimos deseos, de lo último que les gustaría hacer en esta vida y al final, el cura, vuelve a preguntarme qué cómo me gustaría morir, qué cual sería mi último deseo… Esquivo sus preguntas y me marcho dentro con María. Y ella, curiosa, me pregunta lo mismo.
-Ser niño, me gustaría morirme siendo otra vez niño, María, me gustaría en mis últimos minutos volver a mi infancia, a correr por los campos con mis amigos, a hacer candelas, a construir una casa en un árbol, a volar una cometa, a tirarle a las latas con el tirachinas, a coger ranas y culebras para asustar a las niñas… Ese sí sería el modo ideal de irse de esta vida, siendo feliz, siendo niño otra vez. Todos nos iríamos felices, con una sonrisa en los labios, corriendo tras una paloma, tras una estrella.

19 mayo 2009

El club de los poetas vivos.


Siempre es lo mismo, decía ayer María hablando de la muerte de Mario Benedetti. Cuando muere un actor, cuando fallece un compositor, cuando nos deja para siempre un poeta... Parece que necesitamos perder las cosas para valorarlas, que tiene que morir una persona para que se busquen sus poemas, sus canciones, sus obras. Nos pasa con todo, con la gente famosa, con el amigo que se va, con el puesto de trabajo que teníamos, con el amor que traicionamos. Parece que necesitamos perder para valorar.


Camino del faro las palabras de María revoloteaban en mi cabeza y de repente mis pies comenzaron a desandar el camino y me llevaron, ya casi de noche, de nuevo al bar de María. Hacía tiempo que no veía encenderse el faro desde fuera del faro, hacía tiempo que la noche no me sorprendía a solas con ella en su bar. Le ayudé a cerrar y después estuvimos casi sin hablar en su cocina. No quiero esperar a perderla para saber cuanto vale esta mujer en mi vida, no quiero que su imagen sea un recuerdo para saber cuanto la amo, y me acerco a ella, y la abrazo, y le digo en un susurro que la quiero, que la amo. -Deberíamos formar el club de los poetas vivos, María, para disfrutarlos mientras lo están- Y ella asienta con la cabeza, y me toma de la mano, y con su paso lento me marca el camino de su dormitorio.


07 mayo 2009

Vacío.


Cada vez que regresaba a su calle, a pasar por delante de su ventana, sentía el mismo dolor en su alma. Necesitaba saber de ella, verla a escondidas, aunque supiese que después alguna vecina chismosa le contaría que él había paseado por su calle. Algunas veces se sentaba en la plaza, a esperar, a dejar correr el tiempo y, cuando ella paseaba de la mano de otro hombre, una mezcla de dolor y de odio a si mismo se formaba en su corazón. Se juraba no volver a buscarla, no volver a querer saber de quien, sin hacer nada, tanto daño le provocaba.

Alguna tarde he compartido una botella de vino con este buen amigo y lo he dejado que se desahogue, que me cuente cosas, que recuerde en voz alta o que me hable de sus penas, y hoy, mi buen amigo, ha vuelto a coincidir conmigo en el bar de María.

-Hacía ya mucho tiempo que no la veía farero, tú sabes, el miedo a verla con otro, a oírla hablar con otro, a imaginarla camino de una cita con otro… Esta tarde me he atrevido de nuevo y aquí me tienes, otra vez con la botella delante.

Y mi buen amigo me cuenta que la ha visto, que estaba tan guapa como siempre ha estado, que la vio hablando con otro hombre, tal vez un amigo, tal vez su nuevo amor… -¿Y sabes farero? Hoy estoy más triste que nunca, no me duele el corazón, como me pasaba antes, pero estoy triste, porque no he sentido ese dolor, ni esos celos… Es triste farero no sentirlo, se que suena a locos, pero es la realidad.

Me imagino por un instante a María de la mano de otro hombre y yo sin sentir nada, y comprendo la tristeza de mi amigo, la inmensa tristeza que le provoca ese vacío que ahora hay en su pecho.

-No me ha dolido verla con otro, farero, no me ha dolido, ya no me duele lo que diga, ni lo que haga… Los sentimientos han dejado de ser sentimientos y se han convertido en recuerdos, farero, y eso es triste, muy triste.

Y mi amigo pone un poco más de vino en su vaso vacío, y mira el mío y lo ve casi lleno, y me habla de buscar un poema que leyó un día, un poema que hablaba de un hombre que tenía una espina clavada en el corazón, y logró arrancarla un día y…

25 abril 2009

Mi orgullo.

Nací en Andalucía, siento, pienso y hablo en andaluz. Ninguna tierra es mejor que otra por estar más al norte, por ser más rica, nadie es superior a nadie por tener una lengua propia, nadie es más que nadie por tener unas raices u otras.

Hoy, con la feria de abril llamando a las puertas de Sevilla, aprovecho una de las sevillanas del que para mi es el mejor grupo, Los Romeros de la Puebla, para decir que me siento orgulloso de ser, sentir, pensar y hablar en andaluz.

24 abril 2009

¡¡ B I E N V E N I D O S !!

El faro ha cambiado de dirección pero sigue siendo el mismo, con el mismo aspecto (para mi precioso) que mi querida amiga Mar le dió hace tiempo. Ella se ha tomado el trabajo de crear este y de hacer la mudanza, y de ella será el primer escrito de esta nueva etapa. Os dejo con sus letras y, bienvenidos.

G U A R D O.

Guardo el brillo de una mirada que sin querer se escapa,
el calor que acumulan mis manos en esta interminable espera,
una lágrima salada que alegre por la mejilla resbala
y esa sonrisa callada que nace cuando te asomas a mi ventana.
Guardo los sueños que se esconden trás el miedo agotado,
un corazón habituado a vagar entre paisajes enmarañados,
y por si quieres, lo que queda de un taciturno camino
para el momento que tus ojos se crucen con los míos...

Mar__

A pesar de mis miedos.

Hubo un tiempo, siendo niño, en que me asustaban las pesadillas y hoy, ya ves, me asusta soñar. Estás en mis noches y me asusta soñar contigo, me da vida, pero me asusta soñar contigo. Tengop miedo de hacerlo realidad, de besarte un día y nunca más poder volver a hacerlo, de acostumbrarme a tí a sabiendas que siempre estarás lejos, de que te acostumbres a mi y no poder ser tuyo. Miedo a necesitar tus besos, tus caricias, miedo a necesitarte a ti.
Me da miedo soñarte, me asusta el poder abrazarte, porque posiblemente no quiera abrir mis brazos y dejar que te separes de mi, pero ya ves, te sueño, sueño que nos fundimos en un solo ser, que te marchas un momento llevándote mi aroma, que me giro y en la almohada está tu olor, hasta que regresas... y sueño que el sueño deja de ser un sueño.

A pesar de mis miedos, te sueño.

El viejo farero.

El tiempo.

Después de un largo y frío invierno la primavera parece que comienza a instalarse. En el norte, en la comarca del cerebro, desaparecen las nieblas que impedían ver con claridad y una luz primaveral lo ilumina todo. Más al sur, en la región de los ojos, han cesado las lluvias nocturnas y en la costa del corazón la mar de fondo y el temporal han remitido dejando un mar tranquilo y sereno. Para los próximos meses se prevee un tiempo soleado y cálido.


El viejo farero.

Primer amor.

Normalmente en un blog quien lo lleva escribe una entrada, un texto, y después, quien lo desea, hace un breve comentario sobre esas palabras, así es como funciona este y la inmensa mayoría de los blogs, pero hoy quiero que tú que me lees me ayudes, que colabores de una manera más directa, que nos cuentes a los demás lo mismo que yo os voy a contar pero de la manera que lo viviste tú, hoy me gustaría que tú, vosotros, contéis cómo fue vuestro primer amor. El mío fue así.

Yo tenía 8 añitos y cada mañana estaba loco por ir al colegio, allí estaba la niña más guapa de todas las niñas. En aquellos tiempos niños y niñas teníamos clases separadas y el único momento en el que coincidíamos era a la hora de entrar mientras esperábamos en la puerta. Cada mañana me levantaba más temprano y salía antes de casa para estar un poquito más mirándola, sí, mirándola, porque no me atrevía a decirle nada. ¡Cuantos días pasaron sin que ella se diese cuenta de que yo existía!

Se llamaba Dolores y tenía el pelo negro, largo, y a mi se me caía la baba mirando sus ojos. Un día, una compañera le contó algo y ella empezó a mirarme de reojos, Dios… que nervios. Cada mañana, sin decirnos nada, buscábamos el modo de estar esos pocos minutos uno frente al otro y mientras mis amigos jugaban al fútbol o las niñas a la comba ella y yo nos quedábamos junto a nuestras madres sin hacer otra cosa que mirarnos a escondidas.

Algunas veces jugábamos al coger todos juntos, y cuando era uno de nosotros quien la quedaba solamente tenía un objetivo: coger al otro.

Con el tiempo fuimos empezando a hablar, a regalarnos dibujitos de corazones, a buscarnos a la salida del colegio… Un día, jugando, se le cayó un lazo del pelo y yo, a mis 8 añitos, guardé mi primer tesoro.

Al curso siguiente, por cuestiones familiares, tuvieron que regresar a su pueblo, Fuente de Piedra, en Málaga. El colegio estaba a pocos metros de lo que entonces era la estación de San Jerónimo y allí, escondidos entre dos trenes parados en las vías muertas, se despidió de mí y me dio el primer beso que sentí en mis labios.

En su pueblo hay una laguna en la que habitan cientos de flamencos rosa y todavía hoy, después de más de 40 años, cuando acudo a verlos, no puedo evitar recordarla; fue la niña más guapa de todas las niñas, la primera a la que regalé un corazón, la primera que me besó… mi primer amor.

El viejo farero.

Por favor, ¿la iglesia?

Sentado al fresco, en una de las mesas que María pone a la puerta de su bar, el cura estaba hoy exultante. Me he sentado lo más alejado que he podido, pero el cura hoy tiene ganas de contar a todo el pueblo sus logros, contarnos que este año, la virgen, sacará un lazo blanco en su palio, en protesta por la ley del aborto, y, desde esa corta distancia que nos separa, me ha preguntado que si había visto las señales que el ayuntamiento ha puesto para indicar a quienes vienen de fuera el camino hasta la iglesia. Niego con la cabeza y, antes que me explique donde las han colocado le digo que tampoco tengo mucho interés en verlas. –Yo sé donde está la iglesia, cura, no me hacen falta indicadores. Y el hombre vestido de negro me dice que no se nota, que no se me ve nunca por la casa de Dios… y antes de que responda al representante de ese dios María se cruza. –Pero padre, el pueblo es pequeño y la iglesia grande, que su torre se ve casi desde todas partes, ¿Para qué hace falta poner letreros señalando el camino?

-La gente, María, tiene que saber donde está la iglesia, por eso los indicadores, y deben saber que la iglesia está con la vida, por eso el lazo blanco que este año llevará la Virgen.
- ¿Saber donde está la iglesia? Esos indicadores teníais que haberlos puesto cuando asaltaron el Congreso, cuando nos metieron en la guerra de Irak, cuando matan a una mujer tras otra, cuando se hunde una patera, cuando cierran empresas… Entonces es cuando la gente se pregunta donde está la iglesia.

Me voy dentro, a solas con María, y dejo fuera al cura vendiendo a los demás su salvación, sus buenas obras, su ayuda infinita a los pobres. –Vas a ir al infierno, farero- me dice María sonriendo.

He de regresar al faro, y en la plaza Chica unos turistas despistados me paran.

-Por favor… ¿La iglesia?

- ¿La iglesia? Si, la primera a la derecha.

El viejo farero.

Otra vez.

La primera vez que mi amigo no tuvo padre fue una tarde de abril, siendo un niño, cuando su madre le dijo que a la mañana siguiente no iría a clase, los estudios se habían terminado, que empezaba a trabajar. Su padre se había marchado de casa y hacía falta dinero.

Quiso quitarse pronto la mili de en medio y se fue voluntario, y en la jura de bandera volvió a sentir que no tenía padre, ni un año después cuando terminó su compromiso con el ejército y lo licenciaron.

No tenía padre al que enseñarle orgulloso el título de graduado escolar que sacó estudiando de noche, después de la jornada de trabajo.

No tuvo padre al que presentarle su novia, ni padre con el que celebrar su boda.

La vida le regaló a mi amigo dos hijos, pero no tuvo un padre que hiciera de abuelo cuando nacieron, ni cuando empezaron a andar, ni cuando fueron al colegio por primera vez, ni cuando estuvieron enfermos.

Ayer una voz a través del teléfono le decía que su padre había muerto y él, una vez más, volvió a quedarse sin el padre que nunca tuvo.

El viejo farero.

Bálsamo.

Siempre han sido un puro contraste lo curtido de mis manos y la intolerancia de mis labios al calor de una cuchara, de un vaso, de una taza. Y ha sido una taza de café la que, al arrimarla a mi boca, ha provocado que casi lo tirase y sienta mis labios quemados.

-Vaya con el farero- dice José sonriendo – cada día está más sensible… anda, María, dale un vasito de agua fría y que se moje los labios. Y María deja sobre el mostrador el paño blanco como la nieve con el que limpiaba los vasos y me dice que pase a la cocina, que tiene una crema, un bálsamo para las quemaduras.

Me acerco y le pido el vaso de agua mientras siento fuego en mis labios, pero ella mira, y hace un gesto, y vuelve a insistir en que es mejor el bálsamo.

Es pequeña la cocina del bar de María, una cámara frigorífica, una hornilla, un par de muebles… Y abre uno y busca, y abre un cajón y remueve algunas cosas, y después se vuelve hacia mí, y me dice que ya lo ha encontrado, que cierre los ojos… Y siento la yema de su dedo dibujando el contorno de mi boca, y la suya que me dice que tendré que permanecer callado, y siento en mi labio quemado el roce dulce y leve de sus labios, el frescor de su lengua recorriéndolo lentamente, y yo, prisionero de mis deseos, de mi amor, dejo mi boca entreabierta y permito que los labios de esta mujer hagan prisionero a mi labio inferior, que lo retengan entre ellos mientras su lengua lo acaricia, lo humedece, y cuando intento besarla ella se retira, y pone su dedo delante de mi boca y me dice que me está curando, que me esté quieto. Y sigue la cura, y yo me olvido del dolor y me dejo llevar por la dulzura de su boca que ha robado toda dulzura del mundo para ponerla en mis labios.

Quieren los labios de María llevarse con ellos el mío antes de separarse de él, y cuando lo dejan huérfano de caricias me dice riendo que ya está, que no era nada, que soy un quejica…

Vuelve María al mostrador, con sus vasos y su paño blanco, y yo, camino de mi mesa, me cruzo con José que me mira detenidamente y se sonríe y se acerca a María para pagarle su vaso de vino, y al dejar las monedas le dice que guarde bien ese bálsamo, que este viejo farero anda ya torpe, y delicado, y que se volverá a quemar… Y los dos se ríen, y María arroja el paño blanco al brazo de José…

El viejo farero.