22 abril 2009

El tiovivo de los ojos negros.

Hoy, después de más de 10 años, he vuelto a ver a mi buen amigo Antonio. Aparecieron anoche por el pueblo y esta mañana ha llegado al faro casi antes que los rayos del sol, a darme ese abrazo, vigoroso y cálido, que tantas veces he echado de menos.

Parte de la historia de Antonio es la historia de la búsqueda de un amor, una búsqueda física y real.

Hace años, un mes de julio, como cada mes de julio de cada año, llegaron las fiestas del pueblo. Era la Virgen del Carmen, y aquel año el Ayuntamiento contrató un tiovivo para que los pocos niños que habían en el pueblo lo disfrutasen. Llegó un camión viejo y destartalado que lo conducía un hombre mayor, con aire triste y cansado, una mujer que hacía juego con el camión y su conductor y una muchacha joven, morena, un poco de nacimiento y un mucho por las horas pasadas bajo el sol.

A mi amigo Antonio lo único que le gustaba más que los niños era la mar. La mitad de tiempo que no estaba navegando lo pasaba con ellos, enseñándoles a hacer nudos, trucos, juegos, adivinanzas... Así, cuando instalaron el tiovivo Antonio se fué a ver la atracción, a ver a los niños divertirse y reir... pero sólo vio unos ojos negros.

Tres días estuvo aquí el tiovivo, tres días aquellos ojos negros. Tan solo la mañana en que se marchaban él se acercó a ellos, y sin dejar de mirarlos dijo a su dueña una sola palabra: Quédate. Yo estaba a su lado, frente a ella, yo ví aquellos segundos de mirarse, de no decir nada y decirlo todo. Jamás he visto un silencio que dijese más cosas que aquel silencio. Al final, un "no puedo" lo rompió.

Se marcharon. Habían veces que Antonio bajaba a la playa a mirar su mar, otras marchaba a donde estuvo el tiovivo, a donde aquel diálogo de silencios, otra veces venía al faro. Farero, me decía, me he quedado solo, siempre he vivido solo, pero ahora me siento solo. Y yo le daba un golpe cariñoso sobre uno de sus hombros y no sabía que decirle.

Dos meses pasó así Antonio, hasta que una buena mañana vino a despedirse. Me voy farero, me voy a buscarla, me dijo. No la conozco, pero no puedo vivir sin ella. Y Antonio dejó su pueblo y su mar y se marchó en busca de aquellos ojos negros.

Un amigo común, marinero también, me contó que lo había visto vagando por los puertos, buscando un camión viejo que llevaba un tiovivo y unos ojos negros. Después, años y años sin saber de él.

Es julio, dentro de nada será la Virgen del Carmen, el pueblo ya se está vistiendo de fiesta. Anoche llegó al puerto un camión grande y moderno con un tiovivo. Lo conduce un buen amigo que encontró aquellos ojos negros. Cuando los volvió a ver yo no estaba, pero hoy Antonio me lo ha contado y yo lo he vivido. Me cuenta que se miraron, otra vez en silencio, él dijo "He venido, te he buscado y te he encontrado..." "Quédate, todo este tiempo te he estado esperando" le dijo ella.

Esta noche volveré a verla, los he invitado a cenar en el faro, a tomar después una copa a la luz de la luna y al arrullo del mar. Esta noche mi faro se llenará de amor, de recuerdos, de risas melancólicas, de la luz de unos ojos negros, de ese revuelo de golondrinas abrileñas que forman los críos...

El viejo farero.

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