22 abril 2009

A la misma mesa.


Mi perdido Amor: Hoy he vuelto a entrar en aquel viejo café donde solíamos pasar las tardes de invierno. Hacía más de 5 años que no entraba en él, el mismo tiempo que hace que no siento tus manos entre las mías, que no siento tus ojos mirando a los míos... la misma eternidad que llevaba sin verte. Muchas veces pasé por su puerta, me paraba entonces apenas unos segundos mirando a su interior, y sin quererlo casi, mis ojos terminaban siempre en aquella mesa que solíamos ocupar, la que está junto a la ventana. Parece como si cada tarde la dejaran libre, reservada por si tú y yo volvíamos a entrar.Hoy he entrado de nuevo al Café Europa, y me he vuelto a sentar a la misma mesa que lo hacíamos. El tiempo hoy ha dado marcha atrás. Las mismas mesas, con su estructura de hierro y su tapa de mármol, los mismos azulejos en la pared, el mismo camarero que ya, después de tanto tiempo y con estas barbas no me reconoce... Solo faltabas tú, solo me faltaban tus manos entrelazadas con las mías. Mientras movía el café miraba por la ventana que da a la calle de las Siete Revueltas. Allí, en la ventana, sigue el mismo cristal, ese tan viejo, con tantas deficiencias, el que hace que las cosas se vean de otra manera algunas veces. Y sigue la gente pasando por la calle, unos con prisa, otros charlando plácidamente, otros cogidos de la mano.Me he puesto a escribirte, con aquella pluma que me regalaste, a escribir, porque aunque sea para ti jamás te llegará carta alguna que te cuente lo triste de esta tarde. Se me quedó frío el café, se me olvidó que lo tenía en la mesa. El camarero, Antonio creo que se llamaba, sigue siendo igual de atento, se me ha acercado y me ha preguntado que si me ponía otro. Si, por favor... le he dicho... se me ha ido el santo al cielo con esto de escribir. No es el santo al cielo, es la cabeza y el corazón lo que se me he ido, al pasado, a tu lado, a las tardes en que me sentía vivo.Otro café sobre mi mesa, otra cucharilla jugando a disolver el azúcar... y otra vez mis ojos perdidos en la calle, buscando recuerdos, detalles... se ha puesto a llover, y la gente ha empezado a correr buscando donde cobijarse. No sé por que, pero cuando corremos para refugiarnos de la lluvia lo hacemos riendo. Y riendo ha entrado una pareja en el café, con un chiquillo cogido de la mano. Hace frío, y cuando han entrado le han empezado a quitar los guantes y la bufanda y a abrirle un poco el abriguito. Es una niña, preciosa, con unos ojos negros como la noche, como los tuyos. Me ha mirado a los ojos y me ha sonreído. El padre también ha mirado hacia donde yo estaba sentado, y he visto una mezcla de tristeza y decepción en su mirada. Lo he entendido enseguida, buscaba la mesa donde yo estaba sentado, la mesa donde tú y yo nos sentábamos. Otra vez se ha quedado el café sobre la mesa, frío, sin tomarlo... he salido a la calle, sigue lloviendo, me viene bien esta lluvia, este agua que cae lentamente por mi cara y que se mezcla con mis lágrimas y hace que no se vean. Ya no tengo delante el cristal de la ventana del Café Europa, pero sigo viendo las cosas borrosas, como a través de él. Le he dejado la mesa a ese hombre. Tú no lo sabes, pero esta tarde hemos vuelto a estar sentados a la misma mesa, junto al mismo cristal. He retirado mi segundo café, ya frío, y os la he dejado.


El viejo farero.

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