24 abril 2009

Música para el mar.

-¿Y si cierras el bar y damos un paseo por la playa? – Apenas si he dicho la última palabra y María deja sobre el mostrador el paño que tenía en sus manos y da su conformidad a mi propuesta con ese “biennn” tan propio de ella. Le ayudo con el cierre que siempre chirría, a pesar de tener las guías llenas de grasa, con las ventanas, con las mesas… y va María apagando las luces de dentro, como si el viejo bar fuese un teatro donde, una noche más, ha terminado la representación.

Sigue siendo invierno, pero la tarde se ha vuelto a los carnavales y se ha disfrazado de primavera. Nos cruzamos con algún amigo marinero, con Juan José, el alcalde, con la maestra, que sonríe pícaramente, sin decir nada y diciéndolo todo, cuando ve la mano de María convertida en prisionera voluntaria de mis dedos y mis caricias.

Está la playa sola, pero al leve rumor de las olas lo acompaña hoy una música de violín que abre en canal el alma. Sentada en una pequeña roca que hace de fielato entre la playa y los acantilados está la chica extranjera que un día llegó al puerto con una mochila a sus espaldas y un violín en sus manos. Toca la melodía más triste, más dulce, más sentida que jamás había oído, se cuelan sus notas por cada poro y el cerebro se olvida de todos los sentidos y solamente atiende al oído.

Se eriza la piel de María y cubro sus hombros con mi brazo, y acerco su cuerpo al mío para darle mi calor, para sentirla pegada a mi piel.

Cuando ha terminado, la chica del violín se ha vuelto hacia nosotros y nos ha sonreído con tristeza, con nostalgia tal vez. – Mi música es para el mar, María, es mi amigo, él me trajo hasta aquí, me da tranquilidad, me regala la música que componen sus olas… siii, ya lo sé, estoy loca.

Se ha acercado María hasta la chica, y le dice que no, que no está loca, que lo que ocurre es que tiene un corazón inmenso, que es sensible, demasiado sensible… y yo, que me he quedado unos pasos detrás de ellas, veo a contraluz el abrazo maternal de María.

Se ha alejado sonriendo con la misma tristeza de antes la chica, me ha dicho adiós con un gesto, y se ha parado otra vez cerca del mar, y ha vuelto a estremecerme con su violín, y el mar, al oírla, ha mandado olas más grandes, que se arrastran por la arena para besar los pies de la chica.

Se vuelve María, y sus ojos brillan igual que brilla el mar, y cuando se me abraza seco con besos sus ojos que saben a mar.

Dejamos a la chica del violín sentada junto a las olas, y nos alejamos despacio, paseando lentamente, y la música se va perdiendo poco a poco entre el murmullo de las olas. –Está refrescando- dice María, y deja caer su cabeza en mi hombro, y mi brazo cubre de nuevo sus hombros, y ella acerca su cara a la mía, y beso sus ojos salados como el mar, y sus labios, dulces como María.

El viejo farero.

1 comentario:

Océano dijo...

Tiene algo esta entrada que no sé...me encanta.

Muchos besos Farero.

P.D.Aunque cambie de lugar...Sigue siendo muy especial tu faro.
13.