Algunas veces la vida me sonríe, otras, en cambio, la mala suerte parece ensañarse conmigo. Suele hacerlo por las tardes, cuando bajo al pueblo, al bar de María, y sentado con los marineros está el cura. Parece creer ser su propio Dios hablándole a sus pocos seguidores desde la altura que le da su supuesto conocimiento, desde la grandiosidad de quien todo lo sabe. Hoy, a los pobres marineros, les tocaba oír hablar de la muerte, de juicio final, de los últimos minutos en este mundo.
Mi amigo José me sonríe y me invita a quedarme con ellos aunque sabe que mi respuesta es un gesto con la mano y seguir caminando hacia otra mesa, pero este cura es terco y me comenta que a José le gustaría morirse mientras duerme. -¿Qué te parece eso farero?
Se acerca María y su presencia es un paréntesis, un respiro, pero José me cuenta que es cierto, que le gustaría morir dormido, sin enterarse nada, sin sufrir, sin saber que se muere, sin pasar miedo, pero también me dice que eso le provoca otro temor, el de estar en pecado y no tener ocasión de arrepentirse.
-Bueno José, si Dios es medianamente listo sabrá que eres un buen hombre que no tiene nada serio de lo que arrepentirse.
-Nacemos llorando – dice María – nos pasamos media vida llorando a escondidas, en silencio, y si estamos conscientes a la hora de la muerte lloramos, llora quien se muere, llora quien lo quiere y lo pierde… Tal vez la idea de José sea la ideal, morir mientras dormimos, al menos no nos iremos de este mundo llorando.
Y comienzan a hablar los marineros de sus últimos deseos, de lo último que les gustaría hacer en esta vida y al final, el cura, vuelve a preguntarme qué cómo me gustaría morir, qué cual sería mi último deseo… Esquivo sus preguntas y me marcho dentro con María. Y ella, curiosa, me pregunta lo mismo.
-Ser niño, me gustaría morirme siendo otra vez niño, María, me gustaría en mis últimos minutos volver a mi infancia, a correr por los campos con mis amigos, a hacer candelas, a construir una casa en un árbol, a volar una cometa, a tirarle a las latas con el tirachinas, a coger ranas y culebras para asustar a las niñas… Ese sí sería el modo ideal de irse de esta vida, siendo feliz, siendo niño otra vez. Todos nos iríamos felices, con una sonrisa en los labios, corriendo tras una paloma, tras una estrella.
Mi amigo José me sonríe y me invita a quedarme con ellos aunque sabe que mi respuesta es un gesto con la mano y seguir caminando hacia otra mesa, pero este cura es terco y me comenta que a José le gustaría morirse mientras duerme. -¿Qué te parece eso farero?
Se acerca María y su presencia es un paréntesis, un respiro, pero José me cuenta que es cierto, que le gustaría morir dormido, sin enterarse nada, sin sufrir, sin saber que se muere, sin pasar miedo, pero también me dice que eso le provoca otro temor, el de estar en pecado y no tener ocasión de arrepentirse.
-Bueno José, si Dios es medianamente listo sabrá que eres un buen hombre que no tiene nada serio de lo que arrepentirse.
-Nacemos llorando – dice María – nos pasamos media vida llorando a escondidas, en silencio, y si estamos conscientes a la hora de la muerte lloramos, llora quien se muere, llora quien lo quiere y lo pierde… Tal vez la idea de José sea la ideal, morir mientras dormimos, al menos no nos iremos de este mundo llorando.
Y comienzan a hablar los marineros de sus últimos deseos, de lo último que les gustaría hacer en esta vida y al final, el cura, vuelve a preguntarme qué cómo me gustaría morir, qué cual sería mi último deseo… Esquivo sus preguntas y me marcho dentro con María. Y ella, curiosa, me pregunta lo mismo.
-Ser niño, me gustaría morirme siendo otra vez niño, María, me gustaría en mis últimos minutos volver a mi infancia, a correr por los campos con mis amigos, a hacer candelas, a construir una casa en un árbol, a volar una cometa, a tirarle a las latas con el tirachinas, a coger ranas y culebras para asustar a las niñas… Ese sí sería el modo ideal de irse de esta vida, siendo feliz, siendo niño otra vez. Todos nos iríamos felices, con una sonrisa en los labios, corriendo tras una paloma, tras una estrella.