Me vio mirándola desde el balcón del faro y me saludó agitando su brazo en alto, moviéndolo como lo hacen quienes se quedan en tierra al despedirse de aquellos que se marchan en los barcos.
Alguna vez la he visto en ese pequeño trozo de playa que cuando la marea sube desaparece bajo las olas, con una pluma de gaviota en su mano, escribiendo cosas en la arena. Más de una he sentido la tentación de coger los prismáticos y acercar furtivamente mi mirada hasta poder leer las palabras que traza, pero la tentación se desvanece de inmediato, ella sabe que poco después de irse las olas lo borrarán todo y, tal vez, sea lo que quiere, que esas letras desaparezcan de la faz de la playa sin que nadie las lea.
Hoy he querido bajar donde ella y a mitad de camino desde el faro a la playa le he hecho un comentario casi a voces sobre la bonita luz de la tarde, sé que a ella no le interesa, a mí tampoco me parece un tema de conversación, pero es una manera de avisarle de mi llegada, por si quiere alejarse de su pizarra de arena y esperarme donde yo no pueda leer lo que ha escrito.
Me sorprende su quietud, su quedarse quieta junto a las palabras trazadas en la arena, y lentamente me acerco a ella, y cuando llego a su lado entiendo que no tiene reparo en que yo me entere de su pequeño secreto.
He leído un breve poema, apenas tres líneas, y cuando quiero buscar sus ojos ella eleva su mirada al cielo y me dice que a lo mejor él, desde allí arriba, pueda leer lo que le escribe.
Tuvo la mala suerte de enamorarse a destiempo, muchas veces las mejores cosas de la vida llegan demasiado tarde, o demasiado temprano, y conocerlo a él fue una de esas cosas maravillosas que llegan tarde a la cita que tienen con nosotros. Una charla en el puerto, un café, una despedida, otra charla, un paseo, una nueva despedida, una nueva cita, un beso… Y cada vez que él partía para su puerto se llevaba medio corazón de ella y le dejaba el otro medio enamorado y loco por volver a verlo.
-Me duelen los ojos, farero, de buscar su cara ente la gente, y me duelen los dedos de escribir su nombre, a veces es como un rezo, como una invocación para que regrese, para que me saque de esta soledad. Y ya ves, le escribo poemas en la arena, por si él los puede leer que sepa que lo amo, que lo sigo amando, que no lo olvido.
Cuando se marchó dicen que cerró sus ojos unos minutos y una sonrisa se dibujó en su boca como si estuviese recordando cosas hermosas, dicen que solamente dijo una palabra antes de despedirse para siempre: Fue el nombre de ella.