23 agosto 2009

El niño que se hizo un hombrecito.


Posiblemente si mi amigo Alberto hubiese visto sentarse a un fantasma a su lado y pedirle algo de beber a María no habría puesto una cara de más asombro que la que puso esta tarde cuando su hijo lo hizo.

Tiene el chaval ya 20 años, pero para mi amigo su hijo sigue siendo su niño. Cuando el muchacho se marcha a algún sitio Alberto siempre termina su despida con la misma frase: Ten cuidado… y no vengas muy tarde. Después, en su casa, el hombre se va a la cama como si no le importase lo más mínimo que su hijo esté fuera, pero algunas veces se sincera más de lo que él mismo quiere y confiesa que no pega ojo, que permanece despierto, pendiente de la puerta, y cuando lo oye llegar se relaja, se da la vuelta y se duerme.

Algunas veces estando tomando una copa de vino dulce o una cerveza en el bar de María ha llegado el chaval y se ha sentado con nosotros. Unas veces es el padre, otras María y otras yo quien le pregunta que va a tomar, y el muchacho siempre se pide un zumo, un refresco, pero hoy Raúl ha dejado boquiabierto a su padre cuando para responder ha mirado las cervezas que teníamos en la mesa y señalando los vasos ha dicho dos palabras: Una cervecita.

No ha sabido Alberto que decir y su hijo no se ha atrevido a mirar a su padre directamente y ha preferido buscar la complicidad de María con una leve y nerviosa sonrisa.

-¿Una cerveza? – Pregunta nerviosa y tontamente mi amigo, y el muchacho, con sus 20 años, le dice que si prefiere se pide un zumo. Y mi amigo se pierde en una nube de recuerdos, y se me hace que está viendo a su niño andar solo por primera vez, y comenzar a trotar por todas partes, y su primer día de colegio… Y mi amigo mira a su hijo y ve que es ya un hombrecito, que sigue siendo su niño, pero que ya es un hombrecito.

No sé si son los nervios, la tensión que está pasando o simplemente la sed y las prisas, pero el muchacho se bebe la cerveza rápidamente, se despide, ha quedado para ir a la ciudad. Y mi amigo le dice que tenga cuidado, que no venga muy tarde… Y después mira el vaso vacío de su hijo y vuelve sus ojos al chaval.

02 agosto 2009

Cuarto creciente.


Notó su voz vestida de tristeza y quiso hablar de cosas banales, cosas sin importancia, intentado distraerla con alguna conversación que la alejase de aquellos pensamientos, pero no supo hacerlo.

Cada vez que iban a estar unos días sin verse ella sentía la misma angustia, el mismo miedo. Esta vez la ausencia sería mucho más larga, él se marchaba a la mar para muchos días, pasarían un mes sin verse, sin poder hablar, sin poder decirse que se querían y ella, una vez más, tenía miedo.

-Venga, ¿qué te pasa?

-Nada, lo de siempre, que te voy a echar mucho de menos, y que son muchos días, y tengo miedo de que te olvides de mí.

La vida sigue su camino y dos días después el partió en un amanecer que parecía el comienzo de una noche eterna. Pasaron los días y la luna se hizo inmensa, ella se asomaba a su ventana y al mirarla se preguntaba si él la estaría viendo también, si estaría ya dormido, o si estaría en algún puerto, en algún café. Él miraba la misma luna reflejada en el mar y cuando las olas rompían su reflejo para dejarlo volver instantes después se imaginaba viendo de nuevo la luz del faro, viendo el puerto, viéndola a ella.

Comenzó la luna a hacerse cada noche más pequeña, de la misma manera que cada noche era menor el tiempo que los separaba, y volvió la luna a su cuarto creciente, del mismo modo que crecían sus recuerdos y sus ansias por volver a abrazarla.

Regresó el barco con los marineros, regresó él y se fueron sus miedos. -¿Ves? No te he olvidado, es imposible, te quiero.