24 septiembre 2009

Otoño.


Nos quedamos solos en la puerta de su café y, con la excusa de que sería el primero del otoño invité a María a cerrar y dar un paseo.

Hay, a la salida del pueblo en dirección contraria al mar, una alameda que comienza donde la carretera y que la bordea durante unos metros, pero después se separan y una y otra toman caminos diferentes, como los amantes que dejan de serlo, que han dejado de estar enamorados. La carretera hacia el llano, buscando otro pueblo, la alameda hacia lo que en otros tiempos era el cauce de un arroyo.


Nos acompaña un sol de bronce que se resiste a dejar de dar calor, que desafía a la tarde de otoño. De vez en cuando una brisa que viene del mar nos sorprende y refresca, y agita las ramas de los árboles y hasta intenta, traviesa, levantar a María la falda, pero ella la sujeta colocando una mano sobre su pierna, y sonríe, tal vez por haber sido más rápida que el viento, tal vez porque me ha visto mirar de reojos si la brisa lograba su objetivo.

Supongo que ha sido un golpe de este viento marinero el que ha hecho que los árboles nos regalen una lluvia de hojas amarillas. Hemos mirado sin decir nada hacia arriba, María con los ojos entornados, y por unos instantes me he visto saliendo de la iglesia con ella del brazo, y los árboles se han convertido en amigos que nos lanzaban granos de arroz con forma de hojas medio secas. Mi mano ha buscado a tientas su mano y la ha hecho prisionera, una prisionera que no ha opuesto resistencia alguna, que se ha rendido incondicionalmente y a la que he puesto una camisa de besos y que después, de repente, se ha liberado para posarse en mi cuello y dejar mi boca entregada a su boca.

Regresamos en silencio, oyendo el canto de algún pájaro, escuchando el viento en las ramas de los árboles, el sonido acompasado de nuestros pasos camino del pueblo. Comienza el sol a ceder ante una tarde que tiene prisas por reinar antes de que llegue la noche y la deshaga, y María, que siente frío, acurruca su cuerpo contra el mío, y me mira a los ojos, y su cara se ilumina con esa sonrisa llena de melancolía y ternura.

Sigue el silencio hasta casi llegar al pueblo y allí, junto a la primera calle, María de detiene y me mira otra vez a los ojos y me hace una invitación imposible de rechazar. -Te invito a un café. Arriba, en casa.




18 septiembre 2009

Alvaro Hernández, el héroe de Tordesillas.


Es de esos hombres que hacen grande a la Humanidad, de los que con su comportamiento logran que uno se sienta orgulloso de ser un ser humano. Hombres como él, con su manera de entender la vida, los derechos de unos y otros, la forma de divertirse y lo que es y no es sufrimiento son los que logran libertades e igualdad.

Hoy, este hombre, debe pasear por su pueblo orgulloso de su hazaña y quejándose de la tremenda injusticia sufrida, y es que hace unos días, en Tordesillas, en una "fiesta" catalogada como "fiesta de interés turístico nacional" lanceó desde su caballo a un toro. Había muchas más personas persiguiendo, rodeando y clavando lanzas al animal, pero ninguno tuvo su maestría. Este valeroso hecho sin duda alguna merece un premio, pero el jurado se lo ha denegado por haber herido al animal en una zona asfaltada cuando las normas dicen que debe ser sobre tierra, para que el animal tenga más opciones de defenderse. Hay injusticias que claman al cielo.

La alcaldesa de Tordesillas, Milagros Zarzuelo creo que se llama, dice que el animal no sufre. Yo he visto algunos vídeos sobre la manera en la que todo esto sucede y no me cabe la menor duda de que la alcaldesa tiene toda la razón. ¿A quien se le ocurre pensar que un toro acorralado al que persiguen decenas de hombres a caballo, clavan lanzas que sacan de su cuerpo para volver a clavarlas y al que un puntillero apuntilla una y otra vez hasta que el animal muere puede sufrir? Está claro, clarísimo, que el toro no sufre. Además, como dicen por aquellos lares, el animal está en igualdad de condiciones. Decenas de hombres a caballo con lanzas, un toro... ¡Pero si esto es la igualdad hecha imagen!

En Tordesillas, los amantes de esta fiesta de interés nacional además de valientes y generosos con los animales son humildes. Este año los vídeos que podemos ver sobre la lucha igualitaria entre animales se han grabado a escondidas o simulando ser aficionados a dicha fiesta. Ellos, los defensores de esta acción, no quieren que los medios de comunicación vayan y cuenten con imágenes lo que hacen, su humildad no les deja. Son tan valientes, tan civilizados, tan humanos, tan humildes...

Estas imágenes pueden herir la sensibilidad de algunas personas.

13 septiembre 2009

La España del euro.


Muchas veces hemos oído ese término, "la España del euro" pero... ¿Cómo es en realidad esa España? Pues si cogéis una moneda de 2 euros y miráis la cara donde está el mapa veréis un país pequeño con unas fronteras practicamente imposibles de ver. Ahora yo os regalo una España 20 veces más grande, aquí ya se ve mejor, se ve la frontera con Francia, la de Portugal... incluso yo diría que a alguien se le ha ido la mano y casi ha dado la independencia a Galicia.

11 septiembre 2009

Mi padre.


Tenía la radio encendida pero yo, mirando por la ventana abierta de par en par, prestaba más atención al sonido de las olas que se deshacían sobre la playa y al graznar de las gaviotas que se perseguían en el aire que a las canciones y los comentarios de la emisora. Oí casi sin oírlo al presentador nombrar a Gila y mi cuerpo se volvió como si en lugar de su voz fuese el mismísimo humorista en persona quien estuviese entrando en la habitación. Una leve y casi triste sonrisa debió pintarse en mi boca cuando comenzó el monólogo.

Han pasado las horas, la noche ocupó el sitio de la tarde y ahora la madrugada mira de reojos al horizonte buscando temerosa un amanecer que la devorará poco a poco. He vuelto a la ventana y una frase ha hecho nido en mi mente, la oí esta tarde en la radio, ya la había oído otras veces, pero hoy la he entendido de una manera diferente. "Cuando yo nací mi madre no estaba en casa" dice Gila, y me vuelvo y me miro en el espejo. Cuando yo nací mi madre no estaba en casa, ni en el pueblo, ni siquiera estaba en este mundo.

Yo no nací de mujer alguna, no me alimentó su cuerpo, ni su vientre fue mi morada durante nueve meses. Nací de la mente de un hombre, de su necesidad de expresar y compartir cosas, ideas, sentimientos. Un hombre como tantos y tantos hombres, posiblemente con alguna cualidad y sin duda alguna con muchos defectos. Yo nací siendo ya un viejo farero.

Mi padre ama la soledad, el mar, los faros y la noche, y quiso para mi todo eso que él quería, por eso me hizo farero, pero sabe mi padre que la soledad es buena solamente si es deseada, que duele cuando es impuesta, y puso a un paseo de mi faro un pueblo, un puerto. Sabe mi padre que un corazón no es feliz sin amor, que las personas necesitan sueños e ilusiones, y una tarde puso un café en el puerto, y en él a una mujer de la que enamorarme. Hay más mujeres en el pueblo, pero ninguna es ella.

Algunas veces alguien me confunde con él, piensa que soy él, o que él es yo, otras hay personas que aseguran que somos iguales, que en mí hay mucho de él, que soy un reflejo de quien me creó. Se equivocan, si lo viesen conduciendo, protestando por todo, o si supieran de sus continuos y tremendos despistes, de sus olvidos, de esos prontos que lo pierden, de su impaciencia, de lo difícil que le resulta expresar sus sentimientos... entonces comprenderían que él y yo no somos el mismo, ni somos iguales, posiblemente ni mínimamente parecidos.

Yo nací siendo un viejo farero, paciente, sensato, enamorada, sensible muchas veces... él me hizo así. Cuando yo nací mi madre no estaba en casa.


04 septiembre 2009

Bola extra.


Hay en el bar de María una máquina casi tan vieja como yo, y cada vez que estoy allí y alguien echa una moneda para jugar una partida, la música, el sonido del choque de la bola contra los reboteadores y el ruido del marcador se convierten en una cantinela mágica que viene del pasado y me arrastra a otros tiempos.

Era un chaval y las tardes de lluvia nos encarcelaban unas veces en casa, otras en los billares de Eladio. Tenía este hombre un bar y anejo a él un salón inmenso donde habían un par de mesas de billar en el centro bajo cuatro pantallas que colgaban del techo con tubos fluorescentes y que la mayoría de las veces parpadeaban y se les oscurecían los extremos y los muchachso golpeaban con los tacos del billar hasta que unas veces se quedaban encendidos y otras amenazaban con caerse encima de las mesas. Eladio, si los veía, gritaba y decía que era cosa de las reactancias, o de los cebadores que estaban malos, y que como a la mesa le pasase algo la pagaban.

A a la entrada del local tenía tres futbolines a los que tarde o temprano le faltaba una bola que algun chaval se llevaba, y al fondo una mesa de pin pon con un tablero al que Eladio iba dando una mano de pintura cada cierto tiempo y sobre el que pintaba unas líneas blancas, finas y rectas. Supongo que fueron las cortas ganancias que dejaba el local y sus deseos de tenerlo lo mejor posible lo que obligaron a Eladio a sustituir la primera redecilla rota de esta mesa por otra que en realidad era un trozo de red de pesca, a la que siguieron otros trozos de redes, unas veces vedes, otras azules...

A lo largo de la pared izquierda, frente a la entrada al bar, estaban las máquinas de petacos. Habrían cuatro o cinco y a mi me gustaba una en especial, una a la que me era más fácil sacarle una partida gratis. Un dure tres partidas. Con el tiempo le cogí las medidas a la hora de tirar de aquel mango para lanzar la bola y que entrase por el sitio donde más puntos daba, a moverla para salvarla sin llegar a hacer falta, a tirar a las dianas que sumaban puntos extras y a colarla en un agujero en el que era casi imposible introducirla y cuyo premio, con la luz roja encendida, era una bola extra.

Algunas veces jugábamos una especie de torneo en el que el único objetivo era conseguir más puntos que los demás, pero a mi me gustaba sacarle una partida extra, ganarle a la máquina, jugarsin tener que pagar por ello, y para conseguirlo había que superar cierta cantidad de puntos. Cada partida tenías 5 bolas para lograrlo, pero algunas veces, pocas, pero algunas, la máquina te daba una bola extra. Era algo asi como una ampliación de las esperanzas, de las ilusiones y las posibilidades de conseguir esa partida, un regalo, un empujoncito que te acercaba un poco más a tu objetivo.

Otro sonido seguido de risas y gritos de ánimo me han traído al presente y he visto al chaval que juega con la máquina feliz, ha obtenido una bola extra, un regalo, un poco más de tiempo para vivirla, y yo, con la partida de la vida cada vez más cerca de su final me acerco lentamente al mostrador, a María, y cuando veo su leve sonrisa y sus ojos clavados en los míos sonrío sin que ella ni nadie sepa el motivo. ¿Qué pensaría esta mujer si le dijese que la vida ha vuelto a darme una bola extra al conocerla a ella?


01 septiembre 2009

El vídeo de la semana.

Este vídeo que os dejo hoy se compone, como casi todos los vídeos, de imágenes, fotografías en este caso, y música. La mayoría de las fotografías son preciosas, la música ya es más complicada de calificar porque, ¿Cómo definir "Entre dos aguas" del genial Paco de Lucía?

Ahora, si queréis disfrutar, desconectad la música de fondo, abajo, al final de la página, y poned en marcha el vídeo para oir a un andaluz universal, Paco de Lucía.