04 septiembre 2009

Bola extra.


Hay en el bar de María una máquina casi tan vieja como yo, y cada vez que estoy allí y alguien echa una moneda para jugar una partida, la música, el sonido del choque de la bola contra los reboteadores y el ruido del marcador se convierten en una cantinela mágica que viene del pasado y me arrastra a otros tiempos.

Era un chaval y las tardes de lluvia nos encarcelaban unas veces en casa, otras en los billares de Eladio. Tenía este hombre un bar y anejo a él un salón inmenso donde habían un par de mesas de billar en el centro bajo cuatro pantallas que colgaban del techo con tubos fluorescentes y que la mayoría de las veces parpadeaban y se les oscurecían los extremos y los muchachso golpeaban con los tacos del billar hasta que unas veces se quedaban encendidos y otras amenazaban con caerse encima de las mesas. Eladio, si los veía, gritaba y decía que era cosa de las reactancias, o de los cebadores que estaban malos, y que como a la mesa le pasase algo la pagaban.

A a la entrada del local tenía tres futbolines a los que tarde o temprano le faltaba una bola que algun chaval se llevaba, y al fondo una mesa de pin pon con un tablero al que Eladio iba dando una mano de pintura cada cierto tiempo y sobre el que pintaba unas líneas blancas, finas y rectas. Supongo que fueron las cortas ganancias que dejaba el local y sus deseos de tenerlo lo mejor posible lo que obligaron a Eladio a sustituir la primera redecilla rota de esta mesa por otra que en realidad era un trozo de red de pesca, a la que siguieron otros trozos de redes, unas veces vedes, otras azules...

A lo largo de la pared izquierda, frente a la entrada al bar, estaban las máquinas de petacos. Habrían cuatro o cinco y a mi me gustaba una en especial, una a la que me era más fácil sacarle una partida gratis. Un dure tres partidas. Con el tiempo le cogí las medidas a la hora de tirar de aquel mango para lanzar la bola y que entrase por el sitio donde más puntos daba, a moverla para salvarla sin llegar a hacer falta, a tirar a las dianas que sumaban puntos extras y a colarla en un agujero en el que era casi imposible introducirla y cuyo premio, con la luz roja encendida, era una bola extra.

Algunas veces jugábamos una especie de torneo en el que el único objetivo era conseguir más puntos que los demás, pero a mi me gustaba sacarle una partida extra, ganarle a la máquina, jugarsin tener que pagar por ello, y para conseguirlo había que superar cierta cantidad de puntos. Cada partida tenías 5 bolas para lograrlo, pero algunas veces, pocas, pero algunas, la máquina te daba una bola extra. Era algo asi como una ampliación de las esperanzas, de las ilusiones y las posibilidades de conseguir esa partida, un regalo, un empujoncito que te acercaba un poco más a tu objetivo.

Otro sonido seguido de risas y gritos de ánimo me han traído al presente y he visto al chaval que juega con la máquina feliz, ha obtenido una bola extra, un regalo, un poco más de tiempo para vivirla, y yo, con la partida de la vida cada vez más cerca de su final me acerco lentamente al mostrador, a María, y cuando veo su leve sonrisa y sus ojos clavados en los míos sonrío sin que ella ni nadie sepa el motivo. ¿Qué pensaría esta mujer si le dijese que la vida ha vuelto a darme una bola extra al conocerla a ella?


9 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguramente te diria que a ella le pasa lo mismo.

Un saludo.

Muhacha.

El viejo farero dijo...

Sin duda sería la mejor de todas las posibles respuestas. Un beso, muchacha.

Mil Rosas dijo...

La vida... la vida tiene un montón de bolas extras en el bolsillo, farero, pero eso sólo lo sabemos los que nos empeñamos en seguir jugando, a pesar de perder partidas... Por cierto, si yo fuera vos, saldría de la duda cuanto antes, y se lo preguntaría a María directamente, aunque es fácil imaginar su respuesta...

P.D.: Me habéis vuelto a hacer sonreír, siempre me encantaron las máquinas de petacos, aunque lo de la bola extra era para expertos... :)

Océano dijo...

Hay que darle gracias a la vida por esa bola extra que nos regala en ocasiones,sobre todo cuando ese regalo consigue que te vuelvan a brillar los ojos.

Muchos besos Farero.
13

Mil Rosas dijo...

Upsss... Que salí corriendo ayer y no dejé mi beso... Pues dejo ahora el de siempre y uno extra, como la bola... Ea.

Meiguiña dijo...

¿Y si ha ella le pasa lo mismo?

Disfruta de esa bola extra amigo, pocas son las veces que conseguimos una.

Mil biquiños Farero

Anónimo dijo...

Ahhhhh, que recuerdos!!!! Yo me "enamoré" con la ayuda de una de estas máquinas, en el bar del pueblo, con apenas 16 años, el juego compartido, con ese chico con el que el simple roze, entre bola y bola,hay una mirada de complicidad, un roze que te eriza la piel, esa inocencia que empieza aperder sus estribos....pufff, que recuerdos...
Un musu , gracias por este pellizquito en el corazón .ANA

Adelina dijo...

¡Cuantos recuerdos me trae a mí esta maquinita...! Qué nostalgia...

Muy bueno tu escrito, como siempre.

Mil besos.

El viejo farero dijo...

MIL ROSAS: Hay personas a las que el hecho de perder partidas las desanima y abandonan, a otras en cambio, después de la decepción esa partida perdida es un aliciente, un reto, tenemos que terminar ganando, al menos alguna vez. Te deseo un montón de bolas extras en tu vida.
Un beso.

MAR: Solemos ser pesimistas, tal vez porque al final pocas, muy pocas veces, ganamos una partida, pero se trata de jugar, y cada bola extra es tiempo extra de juego. Seguro que en breve la vida nos regala una.
Muchos besos. 13.

MEIGUIÑA: Sí, habrá que disfrutar de esa bola extra, sobre todo porque son pocas las que tenemos y eso las hace más valiosas.
Un beso.

ANA: me alegra que esta historia te traiga buenos recuerdos, no en todos los sitios donde estaban estas máquinas entraban las chicas.
Un beso.

SAKKARAH: Igual un día echamos una partidita mientras tomamos un café, es más, te reto, así que ve pensando cuando lo hacemos. Quien pierda paga el café.
Un beso... o dos.