22 octubre 2009

La tienda de los chinos.


Tenía que llevar un encargo a su hermano y el domingo por la mañana, un buen amigo, se empeñó en que le acompañase a un pueblo cercano, un pueblo más grande que este. Allí viven más personas, pero no vive María, tiene más vida, pero no tiene mar, tiene un cine, pero no tiene faro, tiene estación de autobuses, pero no tiene puerto. Ahora, además, tiene una tienda inmensa de la que todos hablan, unos la elogian, otros la critican, una tienda que han abierto unos chinos. Íbamos hablando de ella cuando de repente me acordé: Ayer me quedé sin aceite y Encarna, la mujer de la tienda, los domingos abre hasta mediodía.

Nadie sabe bien cuando llegaron ni que bagaje traían, pero han montado una tienda en la que venden casi de todo. Habíamos oído hablar de ella y al pasar casualmente por su puerta mi amigo no lo dudó un segundo. -Mira farero, la tienda esa de los chinos, vamos a entrar, además, así puedes comprar el aceite, cuando lleguemos al pueblo Encarna ya habrá cerrado.

No es que este otro pueblo tenga muchas cosas que ver, pero cualquiera de ellas me hubiera hecho más ilusión que la tienda, prefería las de los 20 duros, pero decidí hacer un pequeño esfuerzo y contentar a mi buen amigo José.

Tiene la tienda un mostrador a la entrada y, sentada detrás de él, una mujer china a la que es difícil calcularle una edad. A su lado una serie de pequeños monitores en los que ve todos y cada uno de los pasillos de la tienda me recuerdan por un momento a esas películas americanas en las que un vigilante uniformado toma café y come Donuts mientras controla a través de las pantallas una zona de seguridad en la que siempre consigue entrar el buen ladrón protagonista. Si en lugar de a ese vigilante, pienso para mi, pusieran a esta mujer difícilmente el ladrón bueno y superpreparado robaría nada.

Ciertamente hay casi de todo, recipientes de plástico, juguetes, jarrones, relojes y figuras imposibles de no ver y que me pregunto si algún día llegará alguien con el suficiente mal gusto como para comprarlos, material eléctrico, bebidas, comidas... y chinos, niños chinos. Van detrás de ti por esos pasillos tan estrechos que deberían ser de dirección única, se paran si te paras para mirar algo, te observan si coges el objeto que sea. Una mujer que no encuentra algo pregunta a quien supongo será el padre de estos críos y el hombre le responde. No sé la mujer, pero yo hubiese seguido buscando, no he entendido nada. Si no los viese juntos pensaría que estos niños son el mismo niño que se mueve a la velocidad de la luz y está en todas partes, si no fuese porque varía la estatura y supongo que también la edad, pensaría que estos niños son mellizos, o trillizos, o cuatrillizos. Miro a través de los estantes y detrás de unos cuadernos con dibujos de Shin Chan en su portada hay otro niño con una camiseta verde que no había visto hasta ahora. ¿Quintillizos? No, no es que distinga al pequeño de los demás pequeños, es la camiseta la que me sirve de referencia.

-El aceite, farero.

Salimos y la mujer china que está detrás del mostrador supera a los camaleones. Es capaz de mirar los 6 monitores, cobrar, poner pilas a un juguete, comprobar que quien sale de la tienda no se lleva nada sin haberlo pagado previamente y ver donde está cada uno de los niños.

Al otro lado de la calle hay un pequeño bar y en su puerta un par de mesas rodeadas de 4 sillas cada una que incitan a sentarse y tomar algo. Sentados oímos a alguien quejarse de los chinos de la tienda, de su aislamiento del resto del pueblo, de su competencia desleal con sus precios, con sus horarios, con sus productos chinos... Un hombre parece tener claras sus ideas: Son chinos, venden cosas chinas que las compran en almacenes de otros chinos, sólo dan trabajo a chinos... pues que les compren los chinos.

Entrando al pueblo mi amigo José reduce la velocidad del coche y, para saber el camino a tomar, me pregunta si me acerca al faro. -No, déjame mejor en el puerto, tengo que pedirle a María un poco de aceite, Encarna ya tiene cerrado.

5 comentarios:

Adelina dijo...

La verdad es que se están haciendo con todo el comercio...

Lo malo que tienen es que las cosas tienen muy poca calidad, pero trabajan muchas horas, y abren cuando otros comercios están cerrados.

Un beso, o 5...

Chesana dijo...

Me ha gustado el relato pero el final del aceite a María es soberbio.

Cierto lo que dice Sak: abren a todas horas y quizás en ello haya alguna ventaja, pero te persiguen como demonios cuando entras. Yo he terminado por dejar de hacerlo porque me pone nerviosa que cada vez que me vuelto tengo a uno aparentando que mira algo... cuando lo que mira es a mí. Y tampoco me termino de fiar de lo que pongan las etiquetas de fuera...

Será que con los años me he vuelto desconfiada.

Un beso, farero... y gracias.

Chesana dijo...

Perdona farero pero "a toro pasado" he visto, en grande, el cartel de tu mensaje "no a los chinos". Me hace "gracia" eso de "compra español" y "tenemos que cerrar los comercios españoles". El otro día compré un "ratón" para el ordenador, en una tienda española, y cuando llegué a casa en en manual del ratón ponía: made in china. Lo pagué como producto español-europeo-occidental pero...

auroraines dijo...

Hola, deben proteger la producción nacional sin duda.
Donde yo vivo hay algún super de chinos pero venden productos argentinos y unos pocos importados
y eso que es zona liberada, se deben adaptar al país y al gusto de la gente.
Saludos

El viejo farero dijo...

SAKKARAH: Es cierto, poco a poco se van haciendo con todo. En mi barrio hay 3 tiendas de ellos, si todo el mundo les comprase lo mismo que yo seguro que terminarían cerrando.
Mejor me quedo con los 5 besos, y otros tantos para ti.

CHESANA: Me alegro que te guste el final,y si por el motivo que sea has dejado de comprar en esas tiendas me alegro más aun. Un beso.

AURORAINÉS: Si, el gobierno debería hacer algo y en lugar de darles ventajas a ellos para instalarse igual era más lógico proteger el comercio español.

Un saludo.