02 enero 2010

Carmen.


Un niño, el padre quería que fuese un niño. -Será un machote, y apenas ande lo llevaré al campo, a la sierra; le enseñaré a disparar con la escopeta... y ya podéis ir pensando donde vais a esconder a vuestras hijas porque será el más macho de todos.

La naturaleza, el destino, la mala suerte, quisieron que naciera niño; y nación en mayo, cuando el campo se llena de flores y de vida. Su padre no dudó a la hora de ponerle un nombre, no tenía que consultarlo con nadie: Se llamaría Carmelo, como el abuelo. Comenzó a decir palabras, a andar, a jugar... En uno cumpleaños le regalaron un balón para que jugase con los demás chicos del pueblo; se iban al prado, cerca del río, pero dejaba que sus amigos corriesen tras la pelota mientras él cogía flores y hacía ramos para su madre.

La escopeta le partió un labio la primera vez que la disparó, su padre le rompió el otro, por llorar, por "ser" un maricón de mierda que no tenía dos cojones para aguantarla. Nunca más lo llevó a la sierra a pegar tiros, ninguno de los dos quería. Aquella mañana no la olvidaría nunca, ni el camino de regreso a casa con la cara llena de sangre y de lágrimas.

Algunos vecinos siguieron el consejo del padre y alejaron a sus hijas de Carmelo: no querían que jugasen con él. Otros alejaban a sus hijos: él no era buena compañía. Y así, a solas, jugando con muñecas, pasó las tardes de su infancia.

Cada vez con más frecuencia, borracho en el bar, el padre se lamentaba de haberle dado aquella mañana una bofetada y no un tiro; se hubiera quitado muchos problemas de en medio de una vez.

Se fue, lo echaron. Con 17 años se escapó de su cárcel de incomprensiones y voló. Atrás quedó su madre, envejecida y muerta en vida, su padre, refugiado entre una botella de vino y la barra del bar, sus vecinos, sus muñecas escondidas en el ropero de la madre... Murió ella sin volver a verlo, enfermó el padre sin tener a nadie a su lado, cambió el pueblo y una fábrica inmensa lo hizo grande y moderno llenándolo de gente nueva y joven.

El padre, viejo y enfermo, a cambio de compartir la casa tiene ahora a quien lo cuide. José, un hombre joven de la ciudad que vino a trabajar a la fábrica y su novia se encargan de él. El viejo está casi ciego: no ve la cara de quien le da la sopa, lo lava, lo afeita, lo viste y lo acuesta. Sabe que son unas manos de mujer, las manos de Carmen, dice. No puede verla, pero debe ser bonita y es cariñosa y dulce, ¡y tiene unas manos tan suaves...! El viejo llora y se lamenta de no haber tenido una hija como ella, si así hubiese sido, dice, el no estaría como está, ni su mujer muerta, que la mató la pena.

Han cambiado muchas cosas en el pueblo, casi todo; tan sólo el viejo, la iglesia y el camino que sube a la sierra siguen siendo igual que hace años. Y Carmen, cuando lo mira desde la azotea, se pasa las yemas de los dedos por sus ojos y por su boca, y se vuelve a limpiar una vez más las lágrimas y la sangre de aquella triste mañana.


5 comentarios:

Chesana dijo...

Plas, plas, plas...

Imaginaba el final sin leerlo, pero el cómo has llevado el relato, sin aspavientos, con una sencillez pasmosa, me ha encantado.

Siempre me quedo con ganas de leerte más. Y hoy no es la excepción.

Fuerte abrazo.

Meiguiña dijo...

Soberbio relato querido Farero.

Las vueltas que da la vida ¿verdad? Bien por Carmen o Carmelo que más quien sea.

Bicos meigos

Anónimo dijo...

Carmelo/Carmen me cae bien. Feliz 2010!

Mar dijo...

Me ha encantado!!

Con tu permiso seguire visitandote, Feliz año ;)

Besitossssssss

El viejo farero dijo...

CHESANA:Muchas gracias, y me alegro que te gusten algunas de las cosas que escribo. Espero que durante muchos años ambas cosas se sigan repitiendo. Un abrazo.

MEIGUIÑA: Carmelo, Carmen... al fin y al cabo no san más que nombres, una serie de letras, lo importante es la persona, la que está detrás de esas letras y debajo de ese cuerpo que no siempre es el suyo.
Un beso desde Andalucía.

EMMA: Carmelo, Carmen y yo te deseamos feliz año 2010.

MAR: Gracias, puedes venir cuando quieras, siempre serás bienvenida, el faro suele estar abierto. Un beso.