22 enero 2010

La estrella perdida.


Seguimos compartiendo regalos. Hoy la amiga Puy nos regala un cuento. Había pensado dejar aquí un comentario al mismo, sobre lo que me ha parecido cuando lo he leído, pero prefiero que lo leáis sin condicionante alguno, que cada cual lo entienda según su manera; ya habrá tiempo de dejar nuestras conclusiones.

Gracias Puy por tu regalo y por permitirme que decore el faro con él.



LA ESTRELLA PERDIDA.

Avanzando sigilosa en dirección a la ventana, la joven estrella tuvo la extraña sensación de ver en un instante todo su pasado.

El tiempo se detuvo, y se vio a sí misma tal como era al principio de su viaje, estrella pequeña que vaga por el cielo, con su cuerpo amarillo acabado en cinco puntas.

Con enorme claridad recordó el día en que la ventana de aquel palacio se abrió y él la llamó:

- ¿Estrella, estrellita, puedes venir a alumbrarme?

El humano que así le hablaba no era otro que el insigne y anciano astrónomo gran estudioso de los misterios del cielo, famoso en Occidente y Oriente, conocido como El Gran Bur Lan Fú.

A pesar de ser de aire, ella se puso muy roja y volando despacito hacia donde estaba aquel hombre, se acercó al dintel de una puerta que se abría en su palacio, e intrigada le escuchó.

Bur Lan Fú era elocuente, y tras contar una bella y triste historia, le pidió en un susurro a Estrella que le diera un poco de luz.

- Es tan oscuro mi morada, me siento cansado y viejo.

Estrella conmovida, sonrió a aquel anciano y un rayito de su cuerpo les iluminó a los dos.

Sucedió así que a partir de ese primer encuentro, en cada anochecer el astrónomo contaba una hermosa historia mientras Estrella apoyada en su ventana le daba un rayo de luz.

Una noche como las otras al acudir Estrella a su cita encontró la ventana cerrada. A esa noche siguieron varias en que el palacio no se abrió. ¿Que ocurriría allí dentro? se preguntaba la estrella intrigada.

Al décimo día un crujido provocado por el sonido de una madera que chirriaba anunció que de nuevo Bur Lan Fú abría su puerta al exterior.

Fue tan grande la alegría de Estrella que sin pensarlo dos veces, dio un salto desde su nube y a la estancia del astrónomo por la ventana se coló.

- ¡Oh! Exclamó totalmente asombrada ¿que es eso que tanto brilla? ¿que tesoros guardas ahí?

Pero el hombre misterioso no quiso contestar a su pregunta. En innumerables frascos de vidrio extrañas criaturas flotaban en un líquido de reflejos irisados.

- ¿Están vivas? - dijo impaciente la estrella preguntona.

- Dormitan - respondió con voz enigmática el astrónomo - Me ayudan a conocer el secreto de la luz. Quizás tú también quieras ayudarme, mi querida Estrella perdida...

La pecera era redonda, parecía una media luna, y en ella algo parecido al agua invitaba a reposar.

- Entra, Estrellita, entra - dijo el hombre sabio con voz suave y persuasiva - Báñate en este pequeño lago, te taparé para que no cojas frío. Será un bello sueño para ti.

El agua en un principio estaba tibia, fue al sentir que la tapa se cerraba cuando Estrella sintió miedo y sintió frío.

Notó como lentamente sus cinco brazos de estrella joven se acorchaban, intentó abrir la tapa que la abrigaba y entendió aturdida que era una manta prisión que tenía cerradura.

Quiso gritar, pero la voz rebotaba en su pecera. Y entonces vio horrorizada que su luz teñía de colores esa cárcel mientras su cuerpo se tornaba lenta pero inexorablemente gris.

Entonces entendió que esos seres extraños que tanto le intrigaban eran todos prisioneros de un cazador de luz.

No supo si fueron muchos meses o muchos años los que pasó semidormida en aquella media luna. Sólo un pensamiento calentaba su cuerpo y su espíritu casi inermes - no debo apagar mi luz, no debo apagar mi luz, no dejaré que eso ocurra - se repetía la estrella sin cesar para no desfallecer.

El día de la escapada todo ocurrió muy deprisa, sus ojos semicerrados intuyeron tras el cristal una llamarada y todo empezó a vibrar: Una nueva pieza había sido cobrada por el astrónomo maldito.

Bur Lan Fú había cazado un pequeño e inquieto cometa y éste al sentirse encerrado botaba y empujaba las paredes de su jaula provocando chispazos y un pequeño terremoto.

El despertar de los otros seres se produjo en sucesivas oleadas. El cometa y su movimiento nervioso produjeron ráfagas de luz que inundaban cada rincón del palacio de rayos blancos y amarillos imposibles de apagar.

Ante esa tormenta de luz todos sintieron un destello de energía, saltaron, empujaron, nadaron dando vueltas alrededor de si mismos calentando su propia agua helada. Y entonces uno de ellos consiguió romper su tapa.

Como si un mecanismo mágico se hubiera activado en un instante, tras esa primera tapa saltaron otras tapas, una tras otra se fueron abombando y cediendo a los embates de los durmientes despertados, aquellos seres que un día perdieron su luz, fueron abandonando esos tarros llenos de oscuridad y de frío.

La constelación de nómadas en busca de la luz perdida se puso en marcha dirección a la ventana que les llevaba de nuevo a la inmensidad del Universo.

Bur Lan Fú, cazador de luz, no podía retenerles cegado como estaba por tanto brillo y tuvo que esconderse tras su corazón de tinieblas.

La estrella perdida, avanzando sigilosa pero firme, se sintió libre, libre de nuevo o quizás libre por primera vez y en ese preciso momento se llenó de una luz mágica y poderosa.

En esa luz se encontró a sí misma y fue capaz de nuevo de volar.


Puy.








2 comentarios:

osane dijo...

Me ha gustado mucho,lo he devorado con avidez.
Un beso.

El viejo farero dijo...

Son muchos los ladrones de luz, y muchas las estrellas ingenuas que terminan siendo prisioneras; afortunadamente algunas veces ocurre con en este cuento tuyo y un cometa termina rompiendo las cadenas. Me ha gustado, y me alegra que de vez en cuando un cometa nos ronde.

Un beso.