06 marzo 2011

Mi triste amigo.

Al principio, cuando llegó a este pueblo, casi todos lo miraban como a un bicho raro. Venía de un pueblo cercano y pronto se supo su historia, una historia a la que cada cual dio su propia versión y de la que cada uno tomó la parte que quiso. Los hombres veían en él a un extraño al que su mujer echó de casa por haberla engañado; las mujeres veían a un mal hombre que no se merecía ni el aire que respiraba.

Muchas tarde, en el bar de María, lo he visto sentando en un rincón, sólo, con un café o un vaso de vino en la mesa. Han tenido que pasar muchos meses hasta que los marineros han comenzado a hablar con él y a conocer la otra versión de su vida. Yo, no sé si por esa costumbre mía de ir contra corriente, llevo charlando con el hombre que vino de otro pueblo casi desde el primer día.

Me cuenta María que al sentarse en una de las sillas que hay en el rincón saca una cartera vieja y desgastada de su bolsillo y la pone sobre la mesa; después la abre y saca de ella cuatro o cinco fotos y las pone una junto a otra, ordenadas, como en una formación militar, y pasa una y mil veces la yema de sus dedos por encima de ellas como si al rozar el papel acariciase a la persona. Son fotografías de niños, de sus niños.

Cuando se casaron se prometieron un amor que creían eterno, pero el amor es una candela que se va consumiendo, apagando, y a la que de vez en cuando hay que echar troncos nuevos, troncos que ya no arden con el ímpetu con el que lo hacían las primeras ramas, pero que la mantienen vivan, y crean rescoldos que dan calor a los corazones, pero una triste tarde él firmó la muerte de aquella candela con un beso en unos labios que no eran los labios que siempre había besado.  El amor entre los dos se había muerto mucho antes, tanto tiempo atrás que ninguno de ellos sabía decir cuando; y lo hizo poco a poco, en una agonía lenta que primero les causaba daño y que después se enquistó en sus corazones de tal manera que ya no sentían ni la agonía del amor ni el dolor que les producía en otros tiempos.

Decidieron romper los lazos que los unían, volar cada uno por su lado,  repartir las cosas, pero mi triste amigo aprendió que algunas veces, como dijo un alcalde andaluz, la justicia es un cachondeo. Otras no, otras veces es un drama donde siempre pierde el mismo.

Un juez decidió que mi triste amigo no tenía derecho a casi ninguna de las cosas materiales que compartían, que tenía que dejar la casa que compró con el dinero que ganaba trabajando de sol a sol y, en ella, a sus hijos. Nunca entendieron los jueces que dejar de amar a una mujer no significa dejar de querer a los hijos.

Ahora mi triste amigo los ve cien veces al día en unas fotografías que empiezan a estar gastadas  de tanto mirarlas, de tanto acariciarlas. También los ve dos fines de semana al mes, cuatro días; los otros veintiséis están con la madre. No es que ella los quiera  más ni que ellos, los críos, la necesiten más que al padre, es, simplemente, que ella es la mujer y un juez decidió que así debía ser. Los niños también ven al padre cuatro días al mes, no necesitan más, al fin y al cabo es solamente el padre y en su casa, la que pagó mi amigo con su trabajo de sol a sol, ahora vive la pareja nueva de la madre: otro hombre que no es su padre, que no acaricia sus fotografías, que no ha perdido a sus hijos porque ya no amaba a su mujer y porque un juez dice haber hecho justicia.


El viejo farero.




7 comentarios:

Susana Terrados dijo...

Ay farero, cuantas injusticias cometemos los mortale, seamos jueces o no. esta historia, ralmente triste, se repite sin parar. Mira que yo aún siendo mujer creo que es un grave error que por sistema las separaciones se regularicen así.
Tus palabras me han llenado de emoción, qué lindo escribes.
Besos.

LA MAR dijo...

En las rupturas de pareja no hay culpables, se mire como se mire, se suceden hechos como los eslabones de una cadena. Pero la justicia siempre, de alguna manera busca culpables. Padre y madre son importantes para los hijos y los roles tradicionales estan cambiando rápidamente....no así la justícia que siempre va a remolque de la sociedad y con retraso.
Un saludo cordial

Anónimo dijo...

Leyéndote he de reconocer dos cosas, la primera que cuentas una historia tan frecuente como injusta, la otra que teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de quienes te leemos somos mujeres tienes un valor inmenso al exponer tu punto de vista sobre este tema. Mis más sinceras felicitaciones por todo ello.

Alba.

simply blue dijo...

Es un tema al que se le ha dado una solución, justa o injusta, simplemente una solución que había que dársele, una regularización. Lo cierto es que hay muchos dramas detrás, de todo tipo y que a todos afecta, pero ni todo es tan terrible y cruel ni todo tan bonito y sensible.

un saludo amigo.

osane dijo...

Nunca entenderé porque cuando se termina el amor de pareja, muchas veces también se termina el cariño de amigos y cómplices de años.
Por qué se priva a niños y padres de un contacto que debiera ser natural. ¿Por qué llevarse mal pudiendo llevarse bien?
¿Por qué esa igualdad por la que tanto clamamos entre géneros no se traslada a todos los campos?
Nunca entiendo nada...
Un beso Farero, un privilegio leerte

El viejo farero dijo...

Si en algo venimos a estar todos más o menos de acuerdo es en que se trata de un tema complicado al que es difícil dar una solución justa.

Gracias a todos por vuestras respuestas y, sobre todo, por el tiempo dedicado a leerme.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Es cierto que esta es una historia que se repite muchas veces, pero también es cierto que muchas veces es el padre el que no quiere disfrutar de sus hijos porque les estorba en esa nueva vida que quieren llevar, y ese si que es un cariño que hay que alimentar dia a dia el de tus hijos, porque lo que siembres recogerás