Comenzó la tarde a vestirse de gris primero, de negro después. Amenazaba el cielo con tormenta, con un nuevo diluvio y yo, sin nada para protegerme, decidí regresar al faro antes que las nubes cumplieran su amenaza. Anduvo la lluvia más rápida que yo, me alcanzó antes de la mitad del camino y tuve que desviarme levemente y llamar a la puerta de un buen amigo buscando refugio. Se llama Esteban y vive solo; casi toda la vida ha vivido solo. Me dejó pasar, me pidió mi chaqueta que ya estaba empapada de agua, me trajo una toalla y se fue en busca de una botella de vino y dos vasos.
No necesité acercar mucho la toalla a mi cara para llenarme de aquel olor tan especial. Me llamó la atención, pero las gotas que se deslizaban por mi frente y se enredaban en mi barba tenían prisa por abandonarme y las sequé; sequé mis manos y antes de dejarla a un lado volví a olerla. Y asi me sorprendió Esteban: oliendo su toalla.
-¿Huele a colonia de mujer o es que a mi me recuerda algo y no sé que es? - Y mi amigo se sienta a mi lado, pone los dos vasos sobre la mesa y lentamente abre la botella en silencio, alargando un tiempo que, posiblemente,se le hacía demasiado corto para responderme. Permanecemos callados: él sirviendo el vino, yo mirándolo; y cuando me acerca uno de los vasos rompe su silencio. -Huele a colonia de mujer.
Sonrío leve y torpemente sin saber qué decir, pero él me salva de tan incómoda situación. -No pienses que la uso yo, farero, es sólo para las toallas- Bebe un sorbo de vino, me mira, y con un gesto me invita a hacer lo mismo. No sé si preguntarle o dejar que él decida si contarme el motivo o dejarme con la intriga.
Me habla de tarde, de la lluvia, de las tormentas que se nos echan encima de repente a estas alturas del verano, de un impermeable que tiene y que me dejará para que pueda seguir mi camino al faro... llena los vasos, bebemos poco a poco entre silencios y charlas y por un momento sus ojos se van a la toalla. -Es su colonia farero, la que ella usaba - Y mi amigo llena su vaso y me cuenta que cuando estuvo trabajando en la ciudad conoció a una mujer y se enamoró de ella. -La quise, y la sigo queriendo farero, pero no pudo ser; ya sabes: la vida es como es, no como queremos que sea, y aquello no pudo ser. Ésta es la colonia que ella usaba, es su olor, el de las noches juntos, el que quedaba en nuestras sábanas y en mis manos. La echaba tanto de menos que un día decidí comprar aquel perfume. Olerlo es volver a aquel tiempo, a sus brazos, a ella...
Vuelve a poner vino en mi copa. -No Esteban, ya no más, tengo que irme, y tú tampoco deberías beber más.
Me da mi triste amigo su impermeable y una bolsa grande donde meter la empapada chaqueta y yo, sin ganas y con dolor en mi corazón, tengo que dejarlo solo, abrazado a una toalla que huele a colonia de mujer, con una botella de vino con el que quiere ahogar unas penas que, como algunas de las mías, han aprendido a nadar.
El viejo farero.
El viejo farero.