29 mayo 2012

El faro de Alejandría.


Alguna que otra tarde, cuando he entrado al bar de María la he encontrado sola, detrás del mostrador, leyendo un libro del que nunca he podido saber su título porque ella, en cuanto me ve entrar, lo cierra y lo lleva a la cocina.  Un par de veces le he  preguntado, pero ella se ríe y me dice que está estudiando cosas.

Hoy María me ha preguntado casi sin motivo aparente  detalles del faro: la potencia de su lámpara, su alcance, el año en que comenzó a funcionar… -Ya no hay oposiciones para farero María, ¿o es que quieres venirte a vivir al faro?- Por un segundo miro sus ojos y sus labios y espero, tontamente, un sí como respuesta a mi pregunta.  Pero María sonríe levemente y me dice que el de Cabo Peñas tiene más alcance, que  el de Chipiona es mucho más alto, y que la Torre de Hércules es muchísimo más antiguo. –Sí, pero éste es el mío.

Es de faros el libro que lee a escondidas. Ha aprendido cosas de su historia, de su funcionamiento, de sus ópticas y de los hombres que inventaron cosas para que su luz llegue más lejos.  También ha aprendido que los fareros somos una especie en peligro de extinción, que algún día seremos historia, que formaremos parte de aquella serie de “oficios para el recuerdo.” También ha aprendido que el faro más famoso del mundo, el de Alejandría, lo mandó construir Ptolomeo II y que encargó su ejecución a Sóstrato de Cnido, y que quiso Ptolomeo atribuirse tan maravillosa obra y que su nombre formara parte del faro y de la historia.

Me cuenta María que el arquitecto grabó su propio nombre, Sóstrato, junto a una pequeña frase en la piedra del faro, después la cubrió con mortero y en él escribió el nombre de Ptolomeo. Los años, la lluvia, el mar y el viento fueron eliminado poco a poco la capa de mortero que se llevó con ella el nombre de Ptolomeo y dejó al descubierto, para la eternidad, el nombre del verdadero autor del faro.

-Eso es lo que tenemos que hacer nosotros farero: escribir sobre mortero nuestras penas, nuestros fracasos, las decepciones que nos da la vida y las traiciones que nos regalan las personas. Los momentos felices, los éxitos, los besos que nos erizaron la piel, la caricia que nos devolvió la vida, la sensación de sentirse querido… eso hay que grabarlo en la piedra. Al final, igual que en el faro de Alejandría, el tiempo termina llevándose  el mortero y lo que en él se escribió, pero lo que está grabado en la piedra, eso permanece para siempre.

Ahora, casi de madrugada, en la soledad del faro, recuerdo las palabras de María. Me siento en la escalera y comienzo a pasar la yema de mi dedo por la piedra de uno de los escalones. Ojalá yo pudiese escribir aquí una palabra capaz de representar lo que siento cuando ella me besa, cuando me mira a los ojos, cuando toma mi mano, cuando me convierto en brisa de otoño y arranco del árbol de su cuerpo las hojas de su ropa… Ojalá  pudiese escribir en esta piedra su nombre.



El viejo farero.

4 comentarios:

La Abuela dijo...

Amigo farero ,Maria tiene toda la razón ,yo grabaría en piedra el amor por mis hijos sobretodo ,y..el amor por todos los seres a los que quise y se fueron .

Me gustan tus relatos y te leo con gusto.

Un abrazo cariñoso desde tierras de Castilla

Anónimo dijo...

Echaba de menos tus historias con María... Sigues haciéndome soñar con cada una de ellas... Mi beso, Guadiana...

Teo dijo...

En piedra los momentos hermosos de la vida, y con tiza aquellos dolorosos... Totalmente de acuerdo, farero

El viejo farero dijo...

ABUELA: María es una mujer a la que la vida le ha enseñado muchas cosas y ella, algunas veces, intenta enseñárnoslas a los demás.

Me alegra que te gusten estas historias.

Un abrazo desde el Sur.

CORDOBESA: Me alegra verte de nuevo por el faro; han sido muchas las circunstancias que se han dado para que "el Guadiana" esté más tiempo desaparecido que visible. Un beso desde un poquito más al Sur que vos.

HUELQUÉN: ... Y que el tiempo, a la mayor brevedad posible, termine borrando las cosas escritas con tiza.

Un abrazo desde Andalucía.