12 mayo 2012

Faros de Portugal, y VIII

Mi corazón ha amanecido hoy igual que lo ha hecho el día: éste con unas claridades que buscan abrirse camino entre nubarrones negros, aquel con la ilusión de ver hoy el faro de Santa María, en la isla Culatra, luchando por sobreponerse a la pena de poner dentro de unas horas el cierre a este viaje de ensueño.

A isla Culatra lleva un pequeño barco de pasajeros que parte del puerto de Olhao. En verano va y viene varias veces al día pero en esta época del año, pleno invierno, tan sólo hace un viaje de ida por la mañana y otro de regreso a la tarde.

Como no sabía exactamente el horario de partida me he venido temprano, ahora queda esperar casi 2 horas y me dedico a ver las pequeñas barcas de los pescadores, a tomar un café y a dar una vuelta por el mercado que hay a las orillas del mar y que en otro tiempo debió ser la lonja. Me gusta, cuando visito una ciudad, ver su mercado si es posible. Tal vez sea  que de crío acompañaba a mi madre al de la plaza de la Feria y en cierto modo volver a uno de ellos es volver a aquellas mañanas entre puestos de verduras, con sus bombillas de 60 watios, o la parte del pescado, con lámparas mucho más potente que hacían resaltar a los pobres animales expuestos al público sobre mostradores de mármol blanco.

Disfruto de este paseo en barco, del salpicar de las olas, de las gaviotas persiguiendo a los barcos pesqueros que entran a puerto, de la vista del faro, primero a lo lejos, después un poquito más cerca…

El faro de Santa María se ve desde toda la isla, incluso se ve desde Olhao, y desde el embarcadero hasta su reciento el camino es un paseo entre casas cerradas que seguramente tan sólo se usen en verano o en algunas vacaciones concretas.

Este faro data de 1.851 y fue el primer faro de Portugal en utilizar una lente Fresnel de segundo orden de 700 mm. de longitud focal que daba a la luz un alcance de 15 millas náuticas. Este faro primitivo tenía una altura de 35 metros y su forma era cilíndrica. En 1.922 la torre se recrece y su altura alcanza los 47 metros teniendo entonces su plano focal a 50 metros. A la vez se cambia su aparato óptico por otro con un sistema de rotación más moderno y lámpara de queroseno. Tres años más tarde esta lámpara es sustituida por una de vapor de petróleo incandescente. Pero en 1.929 el faro comienza a tener problemas de estabilidad debido a los cambios realizados y su asentamiento sobre un suelo poco firme y se realizan unos trabajos de afianzamiento instalando a todo lo alto de la torre y por su parte exterior unos pilares y tirantes de hormigón que terminaron dándole el aspecto tan particular que tiene hoy en día, aunque su historia es muy parecida a la del faro español de Trafalgar.

A medida que pasan los años el faro sigue modernizándose y en 1.949 es electrificado con la instalación de generadores y se cambia el sistema de lentes para convertir el faro en aeromarítimo. En 1.995 hay que volver a consolidar  la torre. En esta ocasión la linterna ha de ser desmontada y para no dejar el faro fuera de servicio es instalada durante varios meses sobre un andamio. En 1.997 se rematan los arreglos automatizando el faro y en 2.001 se desinstalan los paneles que lo hacían aeromarítimo dado que ya no era de interés al modernizarse el aeropuerto de la cercana ciudad de Faro.  Hoy en día el faro de Santa María ofrece 4 destellos blancos cada 17 segundos y su alcance es de 25 millas náuticas.

He hablado un ratillo con el farero y como buenamente he podido le he contado mi aventura. Me dejaría subir a la linterna, pero me cuenta que el faro tiene más de 200 escalones y que cada tarde tiene que subir a descorrer las cortinas que protegen la óptica. Si quiero verla tendré que esperar a esa hora, pero el barco que ha de llevarme a Olhao parte antes y perderlo conlleva tres problemas: primero  tendría que volver  en una lancha que hace las veces de taxi y cuyo precio se sale de presupuesto, segundo llegaría tarde a ver el faro de Vila Real, ya de noche y tercero retrasaría más de la cuenta la llegada a casa donde empiezan a esperarme para cenar y para que les cuente las cosas más significativas de este viaje. Tal vez en verano que hay más barcos entre la isla y Olhao sea buen momento para quedarse y subir.

El día parece que quiere ser fiel reflejo de mi estado anímico: durante el tiempo que he estado en la isla el sol lo ha inundado todo pero ahora, en el barco, la tarde se está volviendo gris y fría… triste.  Es ese frío, me digo a mí mismo, el motivo de parar junto al puerto a tomar un último café portugués, pero es también el no querer que este viaje termine, el deseo de alargarlo un poco más, de mirar otra vez el mar, el puerto de Olhao, el faro de Santa María.

El faro de Vila Real do Santo Antonio es el faro más oriental de todos los faros portugueses y está muy muy cerca de Ayamonte. Tanto es así que está más cerca de territorio español que del mismo mar. Del faro a la costa hay más de 1.600 metros, del faro a la frontera con España menos de la mitad: 750 metros. Curiosidades de la vida.

Este faro comenzó a funcionar en enero de 1.923 tras muchos años de discusión sobre el método de construcción ya que se encuentra sobre un lecho arenoso.  Es una torre cilíndrica de 46 metros de altura, de color blanco con unas estrechas franjas horizontales en negro y la linterna, como siempre, pintada de rojo. Su plano focal está a 52 metros sobre el nivel del mar.
En 1.927 el faro se electrifica a través de unos generadores y 20 años más tarde es conectado a la red pública de electricidad, es entonces cuando la vieja maquinaria de relojería que propiciaba el giro de la lente es sustituida por un motor. En el año 1.960 se le instala un ascensor y en 1.983 la lámpara de 3.000 watios que usaba es cambiada por una de 1.000 que ofrece un alcance de 26 millas náuticas y da un destello blanco cada 6,5 segundos. Seis años después el faro se automatiza y se queda sin fareros.
Acaba de empezar diciembre y la tarde se vuelve tremendamente fría. Regreso al coche a paso lento y guardo la cámara con la misma lentitud.


EPÍLOGO:
Se ha terminado la ruta de los faros portugueses, uno de los viajes más maravillosos de mi vida. Podría resumir este viaje con una serie de números: decir que han sido más de 2.600 kilómetros, que han sido 8 días, que han habido mil paisajes diferentes  o que han sido más de 30 los faros que he visto y 3 a los que he entrado. Pero las cosas no siempre se pueden expresar en números. ¿Cómo os cuento los nervios de la noche anterior a la partida? ¿Cómo hago para que imaginéis aunque sea remotamente la emoción al ser invitado a subir al primer faro, a ver su alma? ¿Y ver el mar desde allí arriba como sólo  lo ven el faro y el farero?
Han sido faros de más de 50 metros y faros que apenas si pasaban de los 10. Faros de obra y faros de hierro, faros con fama mundial y faros completamente anónimos y desconocidos. Torres cilíndricas, torres cuadradas… faros en una playa, en un puerto, sobre los muros de una fortaleza o asomados a un acantilado. Ha sido un farero desagradable y varios que eran todo generosidad.
El viaje físico, el que se cuenta en kilómetros y en días, terminó la noche del 2 de diciembre cuando entré en Sevilla, pero hay otro viaje que aún sigue en marcha. Es un viaje de recuerdos preciosos, de sonrisas que se escapan sin que las controle cuando de repente me viene a la cabeza uno de los cientos de momentos vividos en Portugal, cuando escribo esta historia, cuando copio una de las cientos de fotografías que hice para compartirla con vosotros.
Los faros son lugares mágicos, son lugares de encuentro: de la tierra con el mar, de la oscuridad con la luz, del hombre con la naturaleza, de paisajes limitados por montes con paisajes de un azul infinito.  Los faros no son solamente la torre que sostiene la linterna, no son una luz que gira o hace guiños cada noche, los faros son mucho más: Son el acantilado al que se asoma y la soledad, son el amigo callado que siempre está ahí para ayudar. Es imposible llegar a un lugar donde hay un faro y no mirarlo, no sentir cierto interés por sus formas, por su luz, por cómo será por dentro. Y de esto, de cómo son algunos faros por dentro, os hablaré en breve. Conocía de esa manera 3 faros españoles, 2 de ellos son los 2 únicos faros visitables de España y para entrar tan sólo hace falta pagar una entrada, son la Torre de Hércules y el de Chipiona, pero hay personas generosas (Mario, Rafael, Pepe, Belén y José Ramón) y gracias a ellas hoy son 12 los faros a los que he tenido la suerte de subir. De todos ellos, además de la vivencia, me he traído fotografías de sus escaleras que también compartiré con vosotros.
A quienes habéis seguido esta ruta, mil gracias; a quienes os gustan los faros una sugerencia: Id a verlos.



El viejo farero.


2 comentarios:

La Abuela dijo...

El recorrido muy interesante ,y muy bien narrado ,había momentos que me daba la sensación de estar allí en primera persona.

Gracias amigo farero ,mejor que un guía turística.

Un abrazo

El viejo farero dijo...

Gracias a ti por seguir el viaje y por tus palabras, pero si alguna vez haces aunque sea una parte de este viaje verá que mis palabras se han quedado muy lejos de contar lo que es hacer algo así.

Un abrazo desde el faro.