28 agosto 2012

¡Andaluces, levantaos!

Con esas dos palabras comienza el himno de Andalucía. Tal vez  vaya siendo hora de llevarlas a la práctica y de levantarnos contra un gobierno que confunde la mayoría absoluta con una "licencia para matar", contra un gobierno que empieza a parecerse a Dios: se ensaña con los más débiles.

Sánchez Gordillo no es un Robin Hood, en Andalucía no hace falta que nos hablen de ningún inglés que robaba (un inglés que roba tampoco es novedad) a los ricos para darlo a los pobres, en Andalucía tuvimos nuestro José María el Tempranillo, nuestro Diego Corrientes y docenas más.

La imagen que Sánchez Gordillo,  dirigente del Sindicato Andaluz de Trabajadores está dando en el extranjero no es ni mala, ni buena ni vergonzosa, es la imagen de la realidad. A nuestro gobierno, que  le preocupa la imagen que estas acciones dan de este país más allá de nuestras fronteras lo que debería preocuparle es la situación de cientos de miles de españoles, muchos de ellos andaluces, que no tienen para comer, pero de un gobierno que manda detener a unos sindicalistas por llevarse sin pagar, por robar si queremos llamarlo así, unos carros de comida y concede el tercer grado a un terrorista "por razones humanitarias" ¿qué se puede esperar?  ¿No es en todo caso humanitario dar de comer al hambriento?  ¿Qué podemos esperar de un gobierno con diputados como la "señora" Fabras, con diputados que dicen "pasarlas canutas para llegar a fin de mes" con su sueldo de 5.100 euros?  Esos 5.100 euros es lo que ingresan durante todo un año miles y miles de parados en España. ¿Cómo las pasarán ellos entonces? La mala imagen de España en el extranjero no la dan unos parados andaluces que hacen pública su situación, la dan unos políticos que se gastan cientos de millones en aeropuertos que no sirven para nada, la dan los otros que se reparten en dinero de los ERES, la dan los jueces que quitan de juez a uno que quiere investigar crímenes de guerra de una dictadura, la da un presidente de jueces que se paga viajes con dinero del pueblo, la da un rey que "pierde el sueño por la situación de la juventud española" pero que se va a escondidas de cacería a África y que su pueblo se entera porque ha sufrido un accidente, la da el yerno del rey que usa su título para robar y enriquecerse, la da una hija del mismo rey que parece tonta y no se entera de lo que hace su marido, la da un gobierno que pide 208 euros a una señora porque "eran para una ayuda que no ha necesitado", la dan los banqueros que engañan a gente  que confió en ellos, la dan banqueros que hunden un banco y además  se llevan  una indemnización millonaria. Esa es la mala imagen de España: la que dan quienes nos gobiernan.

Jarcha, un grupo andaluz comprometido con el pueblo, cantaba hace unos años una canción en cuya letra había una frase: "El día que nos unamos puede que tiemble la tierra".  Tal vez sea hora de unirnos, hora de que el pueblo salga a la calle a exigir sus derechos, de hacer que tiemble la tierra si hace falta. 

Andaluces, levantaos,
pedid tierra y libertad.
Sea por Andalucía libre,
España y la Humanidad.

También va siendo hora de quitar de nuestro himno ese último verso, hora de aprender de otros pueblos de este país que buscan solamente sus intereses, que desprecian a otras tierras por no tener una lengua propia, por ser pobres. 

ANDALUCES...  ¡LEVANTAOS!

12 agosto 2012

A mi madre.

Yo, que en este blog he escrito de mil cosas nunca escribí de ti, nunca conté  nada sobre ti... hasta que te marchaste. Hoy podría hablar de Marilyn Monroe, de sus 50 años de ausencia, o de unos jornaleros que entraron a un supermercado y se llevaron sin pagar comida para gente que no tiene para comer, pero hoy algo dentro de mí me pide escribirte. Ya ves, no hace falta que sea una fecha concreta, que se cumpla un aniversario, que sea un cumpleaños... 

Aquella mañana de octubre, cuando te apagabas como una vela, lloré. Hacía mucho tiempo que no lloraba, hacía mucho tiempo que la vida no me golpeaba tan fuerte, que no me sentía tan niño, tan solo, tan desamparado. Tú estabas dormida, los medicamentos te tenían ausente del mundo y no te enteraste que te morías. Yo sí. Una maquinita que marcaba tu pulso y el aire que entraba a tus pulmones me decía que te ibas, que me quedaba huérfano. Tomé tu mano y la sentí fría, la froté, te dije mil cosas, pero tú ya no eras tú. ¡Cuántas cosas tenía que haberte dicho antes de aquella triste mañana! 

Una tarde, unos días después de que tu te hubieses marchado pensé que tenía que llamarte porque ya hacía muchos días que no sabía de ti, que no hablaba contigo. ¡Dios! llegué a coger el teléfono y cuando marqué el primer número la realidad me golpeó de repente, sin previo aviso: hacía una semana que habías muerto.

Hoy  me arrepiento de todas esas noches que te hice pasar en vela porque yo andaba en la calle con los amigos y no te avisaba de que llegaría tarde. De todas aquellas comidas que hacías con todo el cariño del mundo y que no me comía porque eran verduras, o guisos. Me arrepiento de no haberte llamado más veces, de no haberte dado más besos y, sobre todo, me arrepiento de no haberte dicho más veces que te quería.

Hoy te echo de menos, me pasa muchas veces, más de las que puedas imaginar, pero esta noche además de extrañarte mis hijos en la calle hacen que te entienda como nunca lo había hecho: El miedo a que les pase algo, las horas en el reloj, la puerta en la que no suena la llave que llevan...  Hoy se cruzan ideas y sentimientos en mi cabeza y en mi corazón porque soy padre, porque sin ti  mamá, me siento un poco perdido, un poco solo...  huérfano.




02 agosto 2012

La brújula mágica.

Cuando Martín, el marinero más viejo del pueblo se jubiló hace ya unos años, repartió sus pequeños tesoros entre sus amigos. Nunca quiso que su único hijo fuese marinero y dio media vida al mar para que el chaval no se jugase la suya entre las olas abordo de una barca con la que traer unas cuantas cajas de peces  a la lonja y sacar lo justo para seguir viviendo.

Una mañana de hace ya varios  inviernos coincidimos en el bar de María. Él estaba tomando un café y yo había bajado a tomar una copita de anís dulce de Cazalla. Unos días antes un amigo me había comentado que Martín ya no salía a la mar, que lo había dejado y que ahora disfrutaba de las mañanas, paseando, sin prisas, sin relojes y sin obligaciones. Charlamos un rato y, para celebrar su nueva vida, lo invité al faro a tomar un café y, si quería, una copita. Tres o cuatro días después Martín llamó a la puerta del faro, no solamente venía a tomar ese café, también me traía un regalo. Después de charlar un rato sacó del bolsillo de su chaqueta una cajita y me la ofreció: -Toma farero, es un regalo, estoy repartiendo las cosas que antes me ayudaban y que ahora, como ya no voy a salir más a la mar, quiero que ayuden a mis amigos, así de camino cuando yo ya no esté os acordaréis de mí.

-Pero Martín, yo no soy marinero, ni tampoco me hace falta nada material para recordarte.- Pero Martín era tan terco como viejo y me obligó a coger el regalo. Era una pequeña cajita metálica y dentro, envuelta en un paño azul como el mar, una brújula. -Llevas media vida guiando a los demás, ahora esta brújula te guiará a ti y te llevará siempre a tu destino.

Aquella mañana, cuando Martín se marchó del faro, miré cien veces la brújula,  le dí cien vueltas y cada una de las  cien veces la aguja marcaba el norte. Tienen algo de magia, pensé, estos artilugios. Después la guardé en ese cajón donde guardo docenas de cosas que a muchos les parecerían tonterías y que para mí son caminos invisibles que me llevan a otros tiempos, a personas queridas. 

Hace ya más de 7 años que la brújula descansa en el cajón de los recuerdos, en ese tiempo  tan sólo la he sacado de vez en cuando para limpiarla, para darle brillo a su metal, para recordar a mi amigo Martín y para sonreír con su aguja mágica que siempre mira al mar. Hasta hoy.

Esta mañana decidí sacarla, hacer caso a mi amigo Martín y dejar que ella me guíe. He subido al balconcillo que rodea la linterna del faro y he mirado la brújula esperando que me marcase mi camino. He salido al sendero y en la puerta del faro he vuelto a mirar la aguja que duerme bajo el cristal de la brújula. Me he puesto nervioso y he dado media vuelta, pero la aguja seguía marcando la misma dirección. La he seguido y he llegado al pueblo, he querido ir hacia el sur pero ella marcaba otra dirección, otra letra. He recordado las palabras de mi amigo Martín aquella mañana: "Esta brújula te guiará a ti y te llevará siempre a tu destino."

Le he dado mil vueltas pero  la aguja siempre marca la misma letra, la única letra que hay pintada en su esfera. No tiene norte ni sur, ni este ni oeste, solamente una M en cada punto cardinal. ¿Qué clase de brújula me regaló mi amigo que pretende guiarme a  mi destino y no tiene norte ni sur?  He seguido el camino que me marcaba la aguja y he terminado en el bar de María. He entrado y la brújula me marcaba el camino hasta el mostrador. Detrás de él, con sus ojos negros, son su leve sonrisa, estaba María. He dejado la brújula sobre la vieja madera, le he dado mil vueltas pero su aguja siempre marca una letra M.  -Es una brújula mágica María. Y conoce mi destino.


El viejo farero.