19 septiembre 2012

¡¡¡El escopetero... el escopetero...!!!

Hace unos días mi buena amiga Charo me envió eso que llaman un power point. Ella pensaba que con ello me hacía un regalo, pero mi amiga Charo se equivocaba, eran 3: una música preciosa, unas fotografías  lindísimas de árboles y unos recuerdos de la infancia que me dieron vida.

A mi, como a muchos de vosotros, me tocó ser niño en aquella España en la que el maestro llevaba adosado delante de su nombre un "don" que se unía al nombre y formaban una sola palabra. Se formaba antes de entrar a clase, después, ya dentro, se rezaba, se aprendía uno el catecismo de punta a punta, los ríos de España, las provincias, los países de Europa y sus capitales y antes de salir al recreo nos tomábamos aquella leche en polvo que nos mandaban los americanos. Cada cosa tenía su hora,  menos los castigos: la palmeta aparecía en cualquier momento. Los salvadores de la Patria y del mundo te miraban desde sus cuadros y su crucifijo colgados de la pared, pero nunca bajaron para salvar a ninguno de nosotros. Igual no formábamos parte ni de la Patria ni del mundo. Al menos no de su Patria ni de su mundo.

Cuando yo tenía 8 años cualquier vecina se convertía en madre con plenos derechos sobre ti, cualquier persona mayor te daba una reprimenda. Y más te valía que tu madre no se enterase si no había ración doble. Tal vez por eso, por la sobredosis de disciplina que tenía por todas partes en cuanto podía me desquitaba y hacía cualquier cosa que ellos me dijesen que no debía hacerse. 

Yo vivía en un barrio a las afueras de Sevilla; tan a las afueras que prácticamente era un pueblo. De hecho cuando cogíamos el autobús para ir al centro decíamos que íbamos a Sevilla. Frente a los pisos donde vivía había un campo de labranza donde unos años sembraban trigo y otros algodón. La frontera entre el campo y "los pisos" era una acequia de riego que, en lo que nosotros llamábamos la boquilla, se dividía en tres canales. Allí, el hombre que regaba ponía dos pequeñas compuertas y dejaba que el agua corriese solamente hacia la parte que quería regar. Cuando se alejaba para abrir surcos con la azada le cambiábamos las compuertas de sitio y el agua corría para cualquier lado menos para donde él quería. Y allí que venía el pobre hombre, con su azada al hombro, a poner otra vez las compuertas en su sitio mientras que nosotros corríamos en desbandada muertos de risa. Después él se alejaba y seguía con su trabajo... hasta que otra vez se daba cuenta de que el agua no le llegaba y que se estaba inundando la parte que ya había regado antes. Que paciencia tenía aquel hombre. Al final algún listillo tuvo la idea de poner candados en las compuertas para que no pudiésemos cambiarlas. La idea era tan buena que la copiamos y un buen día un amigo cogió un candado a su padre y el pobre regador estuvo dos días sin poder cambiar una de las compuertas. Aquella semana podían haber sembrado arroz en lugar de algodón.

Como no parábamos el dueño de las tierras puso un guarda. El escopetero. Todo el santo día dando vueltas a las tierras de Don Pablo, una especie de rectángulo formado por la línea de pisos, dos carreteras y el Tamarguillo. El escopetero no era como el regaó, iba en una Derbi poco más grande que una bicicleta y llevaba una gorra, una camisa verde con una chapa que lo identificaba como guarda jurado,  un pantalón de pana (aunque fuese pleno verano) y una escopeta con cartuchos de sal colgada a la espalda.  Cuando estábamos en la boquilla y él venía siempre había algún niño que aunque no fuese de la pandilla gritaba: ¡¡El escopetero... el escopetero...!!!  nosotros salíamos de nuevo en desbandada, ahora por medio del trigal o del sembrado de algodón mientras que él dejaba la moto en la boquilla y salía corriendo detrás de nosotros.  Como solamente podía seguir a uno los demás nos dábamos la vuelta, volvíamos a la boquilla y le vaciábamos una rueda de la moto. Mil veces lo vimos arrastrarla, con la rueda vacía y su escopeta al hombro, hasta la gasolinera a echarle aire.  Pero la gente aprende y aquel hombre no iba a ser la excepción: al cabo de un tiempo, además de la escopeta, llevaba colgada a la espalda una bomba para echar aire a la rueda. Llorábamos de risa al verlo correr detrás de alguno por medio del trigal, con la escopeta y la bomba de aire dándole saltos en la espalda. Cuando volvía a donde tenía la moto tenía que echar aire a las dos ruedas. Se le caía la gorra, se le venía la escopeta al pecho... Seguro que tendría pesadillas con nosotros y que el día más feliz de su vida no fue cuando se caso, ni cuando nació su hijo: fue cuando se jubiló y nos perdió de vista. 

Las vecinas, unas mandonas todas, también sufrían de vez en cuando nuestras travesuras. A mi la que más me gustaba era la de la cuerda de puerta a puerta. Los pisos tenían dos viviendas por planta y sus puertas estaban una frente a la otra. Atábamos una cuerda de un tirador a otro, dejando un poquito de holgura. Después llamábamos a ambas puertas, la que abría primero llevaba las de perder porque la puerta solamente podía abrirla unos centímetros porque la cuerda no le permitía más, segundos después cuando la otra vecina abría la suya daba un tirón y cerraba la de la primera, que volvía a tirar para abrirla y... vuelta a empezar.El momento  para salir corriendo escaleras abajo era cuando una de ellas dejaba de porfiar: era señal de que se iba al balcón a llamar a alguien para que subiese y quitase la cuerda. 

Igual alguien piensa que éramos unos golfillos, pero es que no teníamos internet, ni móviles, ni 70 canales de televisión, ni videoconsolas. Ni derechos. Solamente habían personas mayores que te prohibían mil cosas y ratos en los que no habían personas mayores. Posiblemente esos ratos eran los únicos que en verdad vivíamos.




9 comentarios:

Maruja dijo...

Me ha encantado tu relato. Me ha recordar una epoca de mi infancia ya casi olvidada. Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Vaya, vaya.... menudo trasto estabas hecho, me he sonreído leyéndote, y he recordado los juegos de cuando era niña,la pica, el clavo, la madre de los peligros, el salto de la paloma que era con una pelota que se lanzaba a la pared y se recibía de formas diferentes en posiciones de brazos y de piernas, saltar entre dos líneas, la comba.... etc, yo creo que teníamos muy divididos los juegos, recuerdo jugar solo con niñas excepto con un primo menor que yo.
Me hiciste recordar un tiempo feliz,el juego estaba en la calle, yo creo que los niños ahora disfrutan de una manera muy diferente, supongo que aquello era más sano, la merienda en la mano y a jugar sin parar.
Un beso.
María José

Adelina dijo...

Jajaja, me he reído con tus travesuras...

Yo viví años parecidos; pero era más buenecita, que conste. La verdad es que todas esas cosas hacián que se desarrollase mejor el ingenio...

Un beso muy grande.

Charo dijo...

Me alegro que mi regalo fuese triple... contaba con ello.
Era otra forma de divertirse,pienso que mas sana, la palabra"colesterol" no se asociaba a los niños,como ahora y solo había un niño con exceso de peso( como mucho) en cada barrio o pueblo.Yo,que era muy chicote,me pasaba el dia jugando a los indios y subiendome a los árboles,claro,era pura fibra
Y si me reñian en clae,mi mayor temor era que se enterasen en cas,ahora el pobre profesor vive con el temor que le denuncien en la APA.
Muchas gracias y un beso

Paqui dijo...

He visto como en una película al regador, al escopetero y a las vecinas de lo bien que lo dscribes y me ha hecho recordar una travesura que hacía al salir del cole cuando era pequeña:" dar un paseito" en la puerta giratoria del casino de mi pueblo.¡Era toda una gozada, aunque luego tuviéramos que salir corriendo!.Un abrazo

La Abuela dijo...

Menudo travieso estas tu hecho ,amigo farero.
Me a encantado tu relato ..muchos recuerdos vinieron a mi memoria .

Un abrazo

El viejo farero dijo...

MARUJA: Dicen que "nuestra vida no es la que hemos vivido, sino la que recordamos". Tal vez por eso sea bueno recordar la infancia, los momentos felices, en cierto modo es volver a vivirlos y hacerla un poquito más grande.
Un abrazo.

MARÍA JOSÉ: Es cierto, generalmente los niños y las niñas jugábamos a cosas diferentes y pocas veces lo hacíamos juntos.No se si hoy disfrutan de otra manera, mucho me temo que, si lo hacen, es en menor medida.
Un beso y un abrazo.

SAKKARAH: ¿Más buenecita? jajaja... habría que verte. Una alegría saber de ti madrileña preferida. Un abrazo y un montón de besos.

CHARO: Hubiera sido interesante haber sido amigos cuando éramos unos críos, seguro que inventábamos cosas nuevas. Los tiempos cambian y hoy hay mucho de todo, incluido gordos y tontos. Bueno, y listillos.
Un abrazo y un beso.

PAQUI: Jo, que ganas me han entrado de dejar un comentario en cierto blog escolar contando eso de la puerta del casino, seguro que más de un alumno sería lo primero que le contase a su madre en cuanto la viese.
Un beso, secretaria.

ABUELA: Que eso era cuando tenía 8 años más o menos, ahora he madurado (no mucho, la verdad) y no hago travesuras. Al menos no tantas.
Otro abrazo para ti.

Miguel Ángel G. Yanes dijo...

Amigo: Me has hecho volver, con la magia de tu relato, a aquellos años duros pero también mágicos de la infancia que, aquí en las Islas, como en tu Andalucía, todavía teñían de hambre y de pobreza los hogares de los perdedores, aunque la esperanza pervivía, sí, oculta en el agua profunda de los pozos: callada, fría, quieta, reflejando su soledad en el fugaz destello de los ojos que se atrevían a mirarla.
La ingeniosa travesura de atar dos puertas enfrentadas y tocar al unísono en ambas, también tuvo aquí sus ejecutores... como éste que te escribe.
Saludos.

El viejo farero dijo...

Yo creo que por un lado tuvimos la mala suerte de vivir unos años duros pero por otro la "fortuna relativa" de ser niños y poder evadiros de aquella cruel realidad a través de nuestros juegos y nuestra fantasía. Me alegra saber que, a tantos kilómetros, otros críos se divertían también con las mismas cosas.

Un abrazo desde Andalucía.