11 enero 2012

Un amigo llamado yo.

De todas las personas que conoce María, de todos sus amigos y sus amigas, envidio a una.

Hoy el sol ha sido incapaz de imponerse y calentar el aire y la mañana ha sido más fría de lo habitual. María salió de su bar a toda prisa. Llevaba en sus manos una especie de bandeja cubierta semejante a esas que usan en los hospitales para servir la comida a los pacientes.  –Farero, te dejo al cargo del bar…  trátame bien a los clientes y no refunfuñes de cualquier cosa, que cada día estás más gruñón. -  Cuando ella me dice cosas así no me está riñendo, ni me está gastando una broma… solamente está demostrando que me conoce.

Regresa a los pocos minutos con más prisas que cuando salió, con una mano en un bolsillo y la otra en la garganta sujetando el cuello del abrigo, alzado, sobre el suyo. Se queja del frío que hace hoy,  de sus manos siempre frías, de los baches de la calle que en días de lluvia se convierten en pequeños mares… -¿Qué me decías al salir, María, sobre protestar de todo…? – Y ella, sonriendo, pone sus manos a ambos lados de mi cara para mostrarme ese frío que un día hizo un nido en ellas y cada año  regresa para pasar en él el invierno como si un pájaro que viene del norte fuese.

La mañana, fría y gris, se ha convertido en un carcelero que retiene a los vecinos en sus casas; solamente aquellos que van a trabajar, los que no tienen otra opción, salen a la calle. O quien necesita hacerlo a pesar del frío, para estar cerca de quien ama, para tomar un café con ella, para sentir sus manos dolorosamente frías en su cara.

Me cuenta María el motivo de su salida: En días así le lleva el desayuno a casa a Julián, un marinero que ya era marinero cuando yo jugaba con una bicicleta vieja a ser estrella fugaz por el camino del faro. Los años no pasan en balde y la mar termina pasando su factura a estos hombres.  Julián usa bastón desde hace años, vive solo, siempre vivió solo,  y cada día le cuesta más trabajo salir de casa.

-Julián se lo merece, farero; es buena persona, siempre me ayudó en los malos momentos. Él fue la primera persona que entró a este bar cuando lo abrí, sola, después de la muerte de mi marido. Nunca le importó lo que dijesen los demás, nunca me dio la espalda y, nunca, le dio el más mínimo valor a todo lo que en aquella época hizo por mí. Dicen que es de bien nacidos ser agradecidos, y eso es lo que hago: agradecerle lo que él hizo en otro tiempo. No es pagarle, es simplemente demostrarle que valoro todo aquello. Ahora es él quien necesita un poquito de ayuda.

Rozo las manos de María, heladas, y las hago prisioneras intentando transmitirle parte del calor de las mías, intentando robarles un poco de ese frío que las enmorece. –Deberías  cuidarte las manos farero, ponerte alguna crema.

Se marcha María a su cocina y regresa dispuesta a ser mi cuidadora, la cuidadora de mis manos. Y toma una de ellas y pone sobre mi piel una pequeña cantidad de crema. La extiende con esa suavidad que sólo ella tiene. 

-Tienes que cuidarte más farero, ¿sabes que tú eres la única persona que siempre ha estado y estará contigo? En los buenos ratos, en los malos momentos… cuando has sido feliz y cuando has llorado. Los demás unas veces estamos, otras no. Unas veces compartimos penas, alegrías, otras veces ni siquiera sabemos que están pasando. Quien te quiere no siempre sabe  y puede demostrarlo, pero quien no te quiere lo demuestra más de lo que pensamos: Solamente tiene que ignorarnos, poner su interés por delante del nuestro para demostrar lo que somos en su vida.

Ahora, en la soledad del faro, me vienen a la cabeza las palabras de María. Ella siempre ha estado con ella, siempre ha compartido todo. Envidio a María porque siempre ha estado con María.

08 enero 2012

Faro de Montedor.

Es el más septentrional  de los faros portugueses, a una veintena de kilómetros al sur de la frontera hispano-portuguesa en la desembocadura del río Miño. 

Pocos faros han tenido tantos problemas para echar a andar su luz. La primera orden para edificarlo fue del Marqués de Pombal en el año 1.758.  A pesar de su necesidad otras 3 veces más el intento de levantar allí un faro cayó en saco roto: en 1826, en 1.872 y por último en 1.882.  Todavía tendrían que pasar 28 años más hasta que el 20 de marzo de 1.910 el faro emitió su primer destello con la vieja óptica del faro del cabo de San Vicente.  A su sistema de iluminación se le tapó uno de los 3 paneles para que diese 2 destellos en lugar de 3 para que no pudiera ser confundido con 2 faros cercanos: el español de Cabo Silleiro y el luso de Leça da Palmeira.
 

El faro de Montedor mide 27 metros de altura y es uno de los faros que miran el mar desde más lejos: más de 500 metros en línea recta entre él y el océano.


Ha sido uno de los 3 faros que he podido ver por dentro y, sin duda alguna, su farero ha sido       el más generoso de todos, mostrándome desde el taller hasta la linterna. Todo un regalo.
































            
                       Escalera para subir a la linterna vista desde abajo.














                                                                                Lámpara del faro.










                                             Escalera vista desde arriba.





06 enero 2012

Media centésima de segundo.

Muchas veces las prisas con las que vivimos nos impiden ver ciertas cosas. Otras, en cambio, es la velocidad a la que suceden la que no nos permite verlas. 

Una de las cosas interesantes de la fotografía es la capacidad de "detener el tiempo", de captar una milésima de segundo y permitirnos ver algo que, a simple vista, es sencillamente imposible de ver. 

Esta fotografía, por ejemplo, es de una gota de agua. No está cayendo al recipiente, ya ha caído.  Debido al impacto sobre la superficie la gota ha formado unas mínimas olas y un leve vacío. También ha rebotado hacia arriba formando esa especie de estalagmita en la que podemos ver reflejado el cielo, el sol...  Esto sucede en media centésima de segundo. Imposible de ver a simple vista. 


Hay miles de cosas preciosas, interesantes... que nos perdemos: Unas veces porque suceden muy deprisa, otras porque son demasiado cotidianas.  Tal vez disfrutásemos más de la vida si valorásemos más las cosas sencillas, ¿ no creéis?  






El viejo farero.