26 mayo 2013

El club de los calcetines solitarios.

Algunas veces hasta los busqué en el filtro pero jamás aparecieron. Había oído hablar de ello, de esos calcetines que teóricamente metemos en la lavadora y que se pierden, que nunca aparecen,  pero siempre pensaba que se perdían en cualquier sitio menos dentro de esa máquina. Era imposible que pasase. Pero pasa, al menos a mi me lleva pasando mucho tiempo. No hay aquí en el faro una señora que venga del pueblo a cocinar  y limpiar y que, Dios sabe el motivo, va dejando calcetines desparejados. Tampoco hay niños que jueguen con ellos y terminen perdiéndolos.
 
Una tarde, hablando con unos amigos en el bar de María sobre el tema ella me dio un consejo: pon los que no tienen pareja en un cajón, de vez en cuando los ordenas, verás como terminan apareciendo todos.  Lo hice, dediqué uno de los cajones vacíos a poner los calcetines que salían de la lavadora y no encontraba su pareja, pero ahí siguen la mayoría de ellos. No son muchos, pero siguen estando solos, todos juntos, pero solos.
 
La tarde se ha pintado de gris y amenazaba lluvia y he recogido la ropa que tenía tendida en el patio.  Vuelve el misterio de los calcetines y vuelvo a abrir ese cajón, a sacar los que hay, a extenderlos sobre la cama y a poner los tres que traigo desparejados junto a ellos. Uno a uno los voy colocando junto a cada uno de los que ya había, pero ninguno casa. No hay explicación, al menos yo no la encuentro. Y ahí se quedan sobre la cama, todos alineados, en formación, esperando que la suerte les devuelva la pareja que perdieron. Se me hacen un grupo de hombres a los que el destino convirtió en solitarios. Hasta creo que se emocionan y se ponen nerviosos cuando los cojo en mis manos y les coloco a su lado otro calcetín buscando la media naranja que les falta, pero la ilusión les dura un segundo, el tiempo que tardamos, ellos y yo, en saber que ese nuevo que acaba de llegar tampoco es su pareja, que siguen formando parte de un grupo cada día más grande de seres que perdieron su pareja.
 
Cuando abro el cajón y cojo los calcetines para compararlos con los nuevos que traigo me imagino a las mujeres de los marineros en el puerto las tardes de invierno, esperando el regreso de los barcos con sus hombres. Y cuando los devuelvo a la oscuridad de un cajón cerrado siento que ellas regresan a la penumbra de su casa, solas, porque el hombre que esperaban no volvió del mar.
 
Me estoy volviendo un viejo que sufre con la soledad de los calcetines, y me lo cuento a mi mismo, y lo escribo en un papel que, camino del pueblo,  quemaré y tiraré al mar porque, ¿cómo voy a decirle a mis amigos marineros que me duele la  soledad de los calcetines, que me imagino que son hombres que se quedaron solos, mujeres que se asoman al puerto esperando el regreso de un marido que nunca regresa? ¿Cómo le digo a María que se me nublan los ojos imaginando esa soledad sin ella, bajando  al pueblo y que no esté, buscando su cara por las calles y no encontrarla?

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando he leído el título pensé que sería algo en broma sobre ese tema tan conocido de los calcetines y la lavadora pero has vuelto a sorprenderme con tu manera tan particular de ver las cosas y me alegro de ello, sigues siendo tú.
Un beso farero.
Lola.

manolo dijo...

Es muy Bueno tu Relato, quie no solo me gusta sino que comparto eso de los calcetines.

Saludos, manolo
http://marinosinbarco.blogspot.com.es/

Leonor dijo...

Viejo Farero que buen relato lleno de mensajes, una metáfora de la vida de los que se quedan en soledad. Puedo imaginar como tú, a los hombres del mar que se quedaron entre las olas y las viudas que siempre dudarán si lo son o no y si alguna vez recuperarán su media naranja. Puedo llorar contigo por esos "calcetines desparejados".

Un beso.

Susana Terrados dijo...

querido farero, empecé a leer tu relato con curiosidad, me surgió enseguida una sonrisa y terminé con una melancólica y triste reflexión..mil gracias por despertarme tantas cosas con tus palabras.
por cierto, yo también tengo un cajón en el que se esconden varios calcetines solitarios esperando a su pareja...¡qué cosas!
Un abrazo

Anónimo dijo...

Los calcetines desparejados..... Yo tengo también un lugar para ellos, de vez en cuando acaba apareciendo alguno pero otros parecen tener "sentencia perpetua" y es que los que acaban en ese club de solitarios corren distinta suerte ¿ sera cosa del destino? .,.,ah, se me olvidaba que hablábamos de calcetines, normal después de leer tu original forma de tratar ese misterio. Un abrazo.

María José

Unknown dijo...

Hola, Farero: hace mucho que no te visitaba y da gusto ver que sigues alimentando este sitio tan especial. Un abrazo desde el Norte.

Miguel Ángel G. Yanes dijo...

Amigo:
Me ha encantado tu relato.
Si en algún momento de la vida llegamos a formar pareja, está claro que, tarde o temprano, volveremos a ser calcetines desparejados, pero sólo en este lado de la realidad, en esta gaveta de mesilla de noche, porque el alma de los calcetines la trasciende.

Fernando J. Feliu dijo...

Estimado farero, cuánta razón tienes con los calcetines, pero me has hecho venir a la mente, esa imagen de mi madre cuando les metía un huevo de cristal para zurcirlos. Hoy todo es usar y tirar, pero no hace tantos años de la resistencia a deshacernos de nuestros calcetines, especialmente los agujereados y los desemparejados.

Un saludo.

Anónimo dijo...

precioso como todo lo que tu escribes.biquiños desde galicia

Hilda dijo...

Si, yo siempre tuve la teoría de que los calcetines desaparecían y se iban a su cielo. El cielo de los calcetines desparejados. Los otros esperan eternamente en el cajón.
Ahora los pongo a lavar en una bolsa especial, los cuido para que no se separen, como deberíamos cuidar lo que no quisieramos perder.

Besos
(te toca....)

El viejo farero dijo...

Algunas veces tenemos que peder las cosas que creíamos normales para darnos cuenta de lo especiales que eran. Habrá que seguir tu ejemplo y poner todo aquello que queremos en bolsas especiales.

Gracias por tu comentario... y bienvenida al faro.