18 mayo 2019

La espina.

Hoy el día amaneció fresco y a mediodía me acerqué al bar de María, un poco para tomar algo, un poco para charlar con los amigos marineros que allí estuviesen, un mucho para verla a ella.

Rafael, José y Mariano, tres hombres que se han pasado la mayor parte de su vida en la mar, compartían una de las mesas y una botella de vino que de vez en cuando iban vaciando, sin prisa alguna, en sus respectivos vasos. En otra mesa una pareja de extranjeros hablaba en inglés mientras él miraba un mapa de carreteras, de esos que una vez desplegados cuesta (al menos a mí) la misma vida volver a plegar y ella buscaba alguna información en su móvil. Los mapas de carreteras, como tantas cosas, empiezan a formar parte de un pasado tan cercano como superado.

Me siento con mis amigos los marineros y aparece María, sin preguntar, con un vaso de vino dulce de Málaga. Tampoco necesita hacerlo, siempre, salvo que haga calor, me pido ese vino a estas horas. 

-Farero, ¿has visto lo culto que se nos está volviendo el amigo Rafael?- Y lo miro y veo que tiene un libro sobre la silla vacía que hay a su derecha. Es de Antonio Machado, el poeta sevillano cuya infancia era recuerdos de un patio de Sevilla, y un patio claro donde maduraba el limonero. Me lo acerca y me dice que desde hace unos meses anda leyendo al poeta andaluz, que le cuesta a veces leer este y cualquier libro porque lo sacaron pronto de la escuela y lo metieron en un barco, pero a pesar de ello cada noche, en vez de ponerse a ver la tele, coge un libro y lee hasta que el sueño lo vence.

Hoy, con el viento que corre a intervalos, el día parece más frío de lo que es, y María ha puesto al sol las 4 mesas que tiene fuera. Hay otra ocupada, junto a nosotros. Son gente de fuera, de la capital posiblemente. Parecen personas sencillas que disfrutan de los rayos del sol, del olor a mar y de las vistas del puerto. No tienen ese aire de superioridad que traen otros que parecen mirar por encima del hombro a la gente del pueblo, que se acercan al faro a hacerle fotos como se las hacen a una estatua o a una fuente.

Abre Rafael el libro de Machado y busca una página. Avanza, retrocede... al final recurre al índice y encuentra lo que busca. -María, ¿te sientas un momento con nosotros?, a ver que piensas tú de esto. Y tú también, farero. Y el marinero que ha cambiado las redes por los libros comienza a leernos un poema:

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas,
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...

- No, esperad, eso no es lo que quiero...  ah, ya, esto:
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.

Aguda espina dorada,
quien te pudiera sentir
en el corazón clavada.

Cierra su libro y se queda en silencio, todos nos quedamos en silencio esperando un comentario, una pregunta. -¿Esto que quiere decir , María?

Baja María su mirada y cuando la alza y nos vuelve a mirar parece que la ha vestido de melancolía, de tristeza casi. Y le cuenta a Rafael que ella entiende que el poeta tuvo un amor, que le hacía daño y quiso olvidarlo, que lo sacó de su corazón, y que ahora no siente nada, ni dolor, ni amor... que aquel amor, a pesar de hacerle daño, le hacía sentirse vivo, que en el fondo desearía volver sobre sus pasos y seguir sintiéndolo.

-¿Y es mejor volver a sentir el dolor que no sentir nada?

Se ha fugado el silencio de nuestra mesa y se ha sentado en la de la gente de la ciudad que ahora nos mira, no se si esperando otras respuestas, si pensando en el poema de Machado, en las palabras de María... o queriendo romper esa frontera invisible que crea el no conocernos y meterse en la conversación y decirle a Rafael qué piensan ellos.