10 octubre 2021

Braille en mi espalda.

Decidió María cerrar el  bar una vez los últimos clientes terminasen de comer y dedicar la tarde a tomar el sol paseando hasta el faro. Un café en la barra charlando con algún amigo marinero, una mano a la hora de recoger las últimas mesas, cerrar ventanas... y después, con el sol cálido de otoño acariciando la mitad izquierda de nuestros cuerpos un paseo a cada paso más lento desde el pueblo hasta  el faro.

Breve, inmensamente breve me pareció la tarde con un sol que tenía prisa por irse a dormir y empezaba a taparse con una sábana de nubes cada vez más rojas y oscuras. Se nos ha echado sin darnos cuenta la noche encima y entre beso y beso surgió la propuesta: -Quédate esta noche aquí, mañana a primera hora te acerco al pueblo. No salió de sus labios una sola palabra, cerró sus ojos, tomó mi cara entre sus manos y me besó.

Anoche, esa soledad con la que comparto aquí en el faro la inmensa mayoría de mis madrugadas sintió celos de su presencia y se marchó volando, no sé ni cuando ni a donde  y el cuerpo de María ha ocupado por unas horas su sitio en mi cama.

Empezaron sus manos a recorrer mi espalda dibujando caminos y senderos de caricias hasta que, de repente, la yema de uno de sus dedos se quedó sola rozando mi piel. Cierro los ojos, desconecto todos mi sentidos y mi cerebro y mi corazón solamente reciben mensajes de mi piel, del roce leve y suave de su dedo sobre ella. Me imagino por un momento que está escribiendo sobre la pizarra de mi espalda pero no, no escribe, lee. O tal vez haga ambas cosas casi al mismo tiempo. Y me imagino que María tiene un don especial y que yo tengo en mi espalda mil cosas escritas en algo parecido a un sistema braille. A veces temo que otras personas puedan leer a través de mi mirada lo que siento o lo que pienso pero, ¿Y si María pudiera leer lo que siento por ella leyendo en el braille de mi piel?

Sigue su dedo descifrando cada arruga, cada poro, cada marca que hay en  mi espalda, y yo, con mis ojos cerrados, abro mi corazón y siento en todo mi ser lo que mi corazón siente por ella y en mi cabeza dos palabras que no quiero decir para no romper este momento mágico.

Cesa de repente el movimiento de su dedo y María deja con mimo un leve beso junto a mi cuello y una breve frase susurrada al oído: Y yo a ti, farero.



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