14 diciembre 2018

Eternidades

Otra vez, después de una eternidad, he vuelto a sentarme delante de esta mesa que hace las veces de confesionario. Me acompaña la vieja lámpara, ahora con una bombilla nueva que da la misma luz y consume menos, mi vieja pluma y un folio que llevaba otra eternidad esperando ser útil perdiendo su virginidad rota por mil trazos de tinta. 
Me cuesta trabajo, después de tanto tiempo, escribir las primeras palabras. Me cuesta trabajo decidir de qué escribir. Hago un esfuerzo y pienso en mis amigos los marineros, en su guerra diaria por sacarle al mar unos cuantos peces, cada vez más escasos. En las gaviotas que siguen volando cada día sobre la playa ajenas a todo. En mi faro, impasible ante el tiempo, en María, en esta soledad que a veces se convierte en niebla que me aísla y me asusta, en mi pequeño amigo que hace otra eternidad  que no viene al faro a tomar su zumo. Esta noche todo son eternidades: Una eternidad sin escribir, una eternidad de folios blancos como la espuma de las olas, una eternidad sin servir un vaso de zumo, una eternidad sin compartir el calor de sus sábanas y de su cuerpo. Y yo, un viejo terco que las más de las veces va contracorriente, me empeño en poner fecha de caducidad a tantas eternidades. Escribiré y daré fin a esa  que lleva el folio en blanco esperando las caricias de una pluma que dibuja letras sobre su pecho como los corazones que yo dibujaba con mis labios sobre el pecho palpitante de ella. Invitaré a mi pequeño amigo y romperé esa eternidad que llevo sin invitarlo a un vaso de zumo. ¿Pero, cómo pongo fin a ese tiempo eterno que llevo sin sentir su cuerpo bajo las mismas sábanas? 
Esbozo algunas letras sobre la hoja de papel que estaba en blanco dejando a mi mano autonomía plena para hacerlo, para que escriba sin la censura de mi cerebro. El leve golpe de la pluma sobre la mesa me vuelve a la realidad y leo lo que mi mano descontrolada ha escrito: Hay eternidades que son eternas.




24 febrero 2018

Restaurando sueños.

Esta madrugada el sueño iba y venía, como las olas, como las mareas. Unas veces me arropaba más tiempo y conseguía descansar  algo, otras se asemejaba a la luz de mi faro y duraba apenas un instante. 

He terminado cansado de dar vueltas y más vueltas en la cama y, al final, me he venido a la salita donde está el viejo sillón y el televisor. Poco hay que ver a estas horas: emisoras que solamente ponen música o vendedores de cosas maravillosas que siempre están de oferta y que te regalan más cosas en más ofertas si llamas antes de media hora. Sola la 2 tiene algo que pueda verse: un reportaje sobre unos trabajos en un yacimiento arqueológico en Perú.

Lo pongo pero no le presto atención, en el fondo creo que lo hago por oír una voz, una voz que no sea mi voz. De repente un fragmento de un sueño me viene a la mente, y después otro, y otro... no se si son trocitos del mismo sueño o si son sueños diferentes, lo único que tienen en común es que en todos aparece ella.

Intento ordenarlos, darle forma, continuidad, pero son fotogramas de una película sin orden ni concierto, piezas desordenadas de un rompecabezas con las que intento formar una historia. En unas está ella, desnuda en su cama, leyendo un libro, con su espalda bañada por la luz de una pequeña lámpara que hay sobre su mesita de noche. En otras aparecen mis manos acariciando su cuello, dibujando corazones en su espalda que se convierte en una playa por la que mis manos trazan líneas sin sentido. Nada tiene aparentemente sentido en este sueño.

En la tele una mujer muestra una vasija que tiene cientos de años, una vasija a la que han dado su forma original uniendo decenas de trozos encontrados aquí y allá. No están todos, faltan muchos, pero los restauradores los han suplido con otros trocitos inventados, trocitos que, sin serlo, juegan a ser las piezas reales que faltan a la vieja vasija.

 ¿Y si yo jugase a ser restaurador de sueños? Y cierro los ojos y pongo en mi mente la imagen de su cuerpo sobre su cama, su espalda desnuda... y unas veces añado el siguiente fragmento y otras, cuando no lo encuentro, creo yo uno.

Ahora, de madrugada en la soledad del faro, tengo un sueño completo. Y cierro los ojos otra vez y lo vivo, acariciando su cuello, besando su nuca, recorriendo con mis manos la playa de su espalda, probando en mis labios la sal en las olas de su cuerpo, cubriéndolo con el mío, igual que la oscuridad de la noche cubre la playa que duerme a los pies del faro.

18 febrero 2018

Hay salida.

Hoy el sol se ha quedado dormido entre unas sábanas grises tejidas con niebla y frío. Le ha costado levantarse, salir de la cama e iluminar mi parte del mundo. Yo no, yo he madrugado y me he escapado a la marisma; una eternidad sin visitarla, sin sentir el aire por  el que solamente vuelan  los trinos de los  pájaros, sin oírlo jugar al coger consigo mismo por entre las ramas de los pinos. Niebla, frío, marisma... soledad en estado puro.

El pinar parece más denso que nunca, se diría que cada pino ha creado una réplica de sí mismo, que la niebla ha jugado a ser un dios visible y ha repetido el milagro de los panes y los peces con los pinos. Visto desde fuera se me hace un ejército que no quiere dejarme pasar, que no quiere que lo conozca. Son como esos problemas que la  vida te pone delante y que no te dejan avanzar, que lo pintan todo de colores oscuros, un laberinto sin salida aparente.

He abierto la cancela que cierra el pinar y he entrado. Sensación de frío, de estar solo y de ser observado a la vez. Busco pero no hay nadie, ni siquiera mi sombra me acompaña. Al fondo la luz, la claridad.

Lo he atravesado entero y después he vuelto por otro camino, entre otros pinos. En verdad no hay caminos ni senderos, tú haces el camino, tú decides por donde ir. He vuelto a pasar la cancela que lo delimita y desde el camino he visto un pinar diferente. Sus soldados no me pueden impedir el paso, sus sombras no me asustan, al fondo hay claridad, hay luz. Hay salida.