27 septiembre 2021

Golondrinas de otoño.

 Han llegado a destiempo, cuando, según el calendario, deberían emprender rumbo a otras tierra más cálidas.

Son 4 ó 5 golondrinas que han aprovechado los nidos vacíos que acababan de dejar otras golondrinas que decidieron que su estancia junto a este viejo farero había llegado a su fin y se han instalado bajo la balconada del faro.  Entran y salen como locas, piando, chillando, revolucionándolo todo y yendo y viniendo sin orden ni sentido.

Llevaba el faro y todo cuanto lo rodea unos días en estado de letargo y de repente, una triste mañana, el día amaneció gris y frío poniendo de repente fin a un verano que parecía iba a ser eterno. Pero nada lo es, no lo fue la primavera, no lo ha sido el verano y, sin duda, tampoco lo será este otoño que ha pintado todo de gris en un abrir y cerrar de ojos.

Me asomo al balcón y veo a estas golondrinas en un incesante ir y venir a la playa, al recodo del camino que lleva al pueblo y, de repente, cambiar su rumbo y su destino y volver sin previo aviso junto a mí.

Me da cierto miedo esta alegría que me regalan porque es otoño y, en otoño, las golondrinas están lejos, ausentes, pero aquí están ellas llenando de vida y alegría este otoño en el que solamente debería oír el romper de las olas y el silbido del frío viento colándose por entre los postigos de las ventanas.

Ahora, casi de noche, como ayer, como el día anterior, ella ha vuelto a ponerse en el pretil de la ventana. Se posa y me mira como queriendo decirme algo que no soy capaz de entender yéndose después por un momento a su nido. Tan sólo pasan unos minutos y la golondrina regresa junto a mí a regalarme su presencia y su compañía.

Alguna vez he pensado abrir la ventana por si quisiera entrar y compartir con ella esta soledad que sería menos soledad. La protegería del frío de la noche, de los vientos que vienen del mar... pero me da miedo, no quiero que, si entra, termine perdida dentro del faro buscando una salida que posiblemente yo no sea capaz de enseñarle.

Amanece y ahí siguen las golondrinas de otoño en su interminable ida y venida, y ahí está mi golondrina, posada en la que ya es nuestra ventana mirando curiosa hacia dentro. Voy a abrirle los postigos por si quiere entrar y a dejar abierta la puerta del faro por si se asusta y decide volver a volar sobre el mar, sobre la playa... hasta el puerto.