01 marzo 2012

Faros de Portugal, II.

He pasado la noche en Foz do Douro, donde el Duero se entrega al Atlántico. Es bonito tener al mar por vecino, levantarse temprano, antes casi de que amanezca, y dar un paseo por su orilla, oliendo a sal, sintiendo que, en cierto modo, el mar se sale del mar e invade el aire. Y así es como he comenzado hoy el día: paseando junto al mar, por la playa. He cruzado el paseo marítimo y he tomado un café y un pastel. No es que me gusten mucho los dulces, pero estos portugueses me atraen sobremanera.

Tiene la “pastelaria” una cristalera que da al mar y desde ella se ve el espigón en cuyo extremo está el “farolim” de Felgueiras.  Una vez dejas la playa el camino de piedras y  hormigón se adentra en el mar  unos 200 metros.  A la derecha, hacia el norte, queda la playa y al lado opuesto, a menos de 40 metros, otro espigón más grande y más largo (y  supongo que mucho más moderno) que éste por el que camino hacia el farito. Justo detrás de ese otro espigón la barra del Duero, breve camino de entrada desde el mar a Oporto.

Este faro se construyó en 1.886 y estuvo funcionando hasta 2.009, desde entonces tan sólo su aviso sonoro para los días de niebla sigue en funcionamiento.  Es una torre de piedra, con forma hexagonal y 10 metros de altura cuyo plano focal se encuentra a 17 metros sobre el mar. Tanto la linterna como su barandilla y las ventanas están pintadas de color rojo.

Unos 90 kilómetros me separan del siguiente faro, el de Aveiro, que con sus 62 metros es el más alto de Portugal y el segundo más alto de la península Ibérica superado solamente por el de Chipiona. Su plano focal se encuentra a 66 metros sobre el nivel del mar y es una torre troncocónica a franjas horizontales blancas y rojizas que arranca, casi casi, desde la mismísima playa. La linterna está pintada también de rojo.

El faro de Aveiro comenzó a construirse en 1.885 con un proyecto del ingeniero Benjamín Paulo Cabral y se terminó en 1.895 bajo la dirección de María de Melo e Mattos siendo electrificado en 1.929.  Da 4 destellos blancos cada 13 segundos y su alcance es de 23 millas marinas. A la linterna se subía por una escalera de caracol de 271 escalones. Al parecer alguien pensó que 271 escalones son muchos escalones y en 1.958, en el hueco de la escalera, se instaló algo nada frecuente en los faros: Un ascensor.

Delante del faro se levantaron unos diques para protegerlo de la furia  del mar en los días de tormenta. Desde el extremo del dique sur hay una vista preciosa del faro, la playa y la pequeña porción de mar que queda entre ella y nosotros.


El siguiente faro,  el de Cabo Mondego, es un faro que, en condiciones normales, la primera vez que se ve lo tenemos casi 100 metros por debajo de nosotros.  A él se llega desde la localidad de Serra da Boa Viagen, por una carretera que sube y baja entre curvas y árboles y que se va adentrando sin que nos demos cuenta en el cabo. De repente, tras una curva cuando ya comenzamos a descender hacia el mar, aparece el océano inmenso y a los pies del cabo el faro.


La linterna, pintada de blanco y con la cúpula  y la barandilla de color rojo, descansa sobre una torre cuadrada de mampostería teniendo una altura total  de 15 metros  y con el plano focal a 97.  A sus lados posee varios edificios para casa de farero, almacenes y demás. Se construyó en 1.858 y no se automatizó hasta 1.988. Hoy en día tiene un alcance de 28 millas.
Este faro, sin ser el más grande, ni el más original, es sin duda el que más me ha impresionado hasta ahora al verlo: La carretera que serpentea, la sierra que se precipita hacia el mar, el azul inmenso a tus pies, el faro entre una y otro… un paisaje impresionante y una visión, ésta, que tardará mucho tiempo en borrarse.

En mi camino hacia el sur la próxima parada es Figueira da Foz, a unos 10 kilómetros del faro de cabo Mondego. La carretera desde el faro hasta la ciudad se llama, como en otros lugares, Rúa do Farol. Es bonita, a veces entre árboles y a veces asomándose al mar… me gusta a mi esta costumbre portuguesa de llamar así a las carreteras que van a los faros, creo que es una señal de cariño, de respeto y de darle a la torre, sea cual sea su tamaño y su forma, la importancia que tiene para la gente de la mar.
Desde que entro en Figueira hasta casi su salida la carretera se convierte en una avenida que va paralela a la costa, una playa de casi 5 kilómetros de larga. Al final, el río Mondego, pone fin a la playa y a la ciudad. Y es aquí, en la avenida de Espanha, donde está el siguiente faro: el del Fuerte de Santa Catarina.
Es una torre cilíndrica de hierro fundido, muy parecido a los de Viana do Castelo o Esposende, de 10 metros de altura pintada de rojo tanto la torre como la linterna y la barandilla que se instaló en 1.886 y que estuvo activo hasta  1.968. Estos faros son una especie de torre prefabricada de origen francés y éste, al igual que otros similares, también se encuentra sobre los muros de un fuerte, en este caso el de Santa Catarina, de finales del siglo XVI. Estos fuertes estaban construidos en lugares estratégicos, éste en concreto en la orilla norte de la desembocadura del río Mondego que, 45 kilómetros aguas arriba,  besa la preciosa ciudad de Coímbra.

 Después de almorzar toca un paseo de 90 kilómetros hasta el siguiente faro. Un paseo en teoría porque Martita, mi guía del navegador, se empeña en enseñarme una carreterita estrecha, entre pinos, que a los pocos kilómetros se convierte en un camino más estrecho lleno de socavones por el que debe hacer años que no pasa nadie. Se complica todo un poco porque el camino no aparece en el mapa, el teléfono no tiene cobertura y yo no tengo ni la más remota idea de donde estoy. Pero, como dice mi amiga Maite, al final todo acaba bien. En este caso por acabar bien se entiende volver a una carretera asfaltada aunque sea  sin señales de tráfico ni postes kilométricos que te informen de nada. Y como toda carretera ésta termina pasando por un pueblo. A partir de aquí  vuelve la normalidad y unos minutos más tarde una recta interminable me lleva al faro de Penedo da Saudade, junto a Sao Pedro do Moel.
Es una torre cuadrada de mampostería con la linterna pintada de rojo, muy parecido al de Montedor, con una altura de 32 metros y un  plano focal de 55 construido en 1.912 y automatizado en 1.980. 
Este faro, pese a tener un alcance de 30 millas, no representa un punto especialmente importante de la costa sino que se encuentra a mitad de camino entre las luces de Cabo Mondego y la de la isla  Berlanga. Y precisamente a Cabo Mondego trasladaron en 1.921 la óptica original de este faro cuando la cambiaron por una más potente.
 A ambos lados de la torre, que está a pie de carretera, se encuentran dos construcciones con la casa del farero, almacenes y demás.
Ahora la carretera hasta el próximo destino si es un paseo. A 25 km. Está Nazaré, localidad antaño marinera y hoy volcada, tal vez demasiado, en el turismo. Aquí, en otro fuerte, está  uno de los faros menos visibles de este viaje ya que de él solamente es posible ver su linterna pintada de rojo.
El faro está en un pequeño saliente  de la costa al que se llega por una carreterita que, en 300 metros, salva un desnivel de 50 metros. Al final de ella, de frente, el fuerte de San Miguel, construido en 1.577 y sobre sus muros el faro que, en este caso, se limita prácticamente a la linterna. Fue instalado en 1.903, también es de fundición de hierro, con 8 metros de altura y con el plano focal a 50 metros sobre el nivel del mar. También posee sirena de niebla.

La pequeña fortaleza tiene por su lado derecho una escalera primero de piedra y después metálica que baja por la pared del acantilado hasta un mirador que hay bajo el faro y bajo el mismo fuerte. La bajada impresiona y hay que hacerla con sumo cuidado aunque tanto la sensación como las vistas merecen la pena.
Y una vez visto este faro toca descansar. Tengo hotel en el mismo Nazaré. Después de una buena ducha un paseo al elevador (justo enfrente del hotel) para subir al barrio alto desde el que hay unas vistas preciosas de la playa al anochecer. La pena, si acaso, que el elevador es un vagón moderno, estéticamente frío y sin el menor encanto, muy lejos del que había hace unos años. Me vienen a la cabeza los tranvías de Lisboa y me asusta pensar que dentro de unos años sufran la misma tragedia.

4 comentarios:

Marilyn Recio dijo...

Un placer visitarte y leerte. Hermosas fotografias. Muy interesante el tema de los faros. Soy de las pocas personas a quien los faro representan soledad, tristeza, nostalgia y cierto aire de misterio. Me gusta leer sobre ellos. Regreso pornto por aqui.

El viejo farero dijo...

Para mi, además de todo eso que dices, los faros son también punto de encuentro: Tierra y mar, luz y sombras, naturaleza y obra humana... pero de todas, me quedo con la soledad, de hecho ya ves como se llama este sitio y el título del libro.

Gracias por tu visita y... bienvenida.

Unknown dijo...

A veces me pregunto ¿Qué errante laberinto hace que las personas se conozcan?, ¿Qué blancura ciega te hace entregar en cada aventura, y en las curiosas experiencias de la vida?, ¿Qué o quién fue que te otorgó ese don de la palabra y la dulzura?. Deben ser muchas preguntas...
Se supone que con ésto nos cuentas un viaje, sin embargo yo leo un corazón y un sentimiento a gloria. Un abrazo fuerte desde Ciudad de Buenos Aires, Farero!

El viejo farero dijo...

Mi querida amiga porteña, tus palabras, como siempre, son una delicia. No porque hablen en mayor o menor medida de mi, sino por lo que son ellas, tus palabras, en sí. Siempre, siempre, es un placer leerte. Aquí en mi faro mucho más.

Un beso y un abrazo desde Andalucía.