12 junio 2019

3 arrobas.

Creo que hace una eternidad dejé este escrito aquí en el blog, pero mi torpeza buscando cosas va paralela a mi edad y ambas son cada vez mayores. Hoy lo rescato, copiado, de mi libro.



Posiblemente las cosas más importantes de esta vida no las aprendimos en el colegio, ni en el instituto; posiblemente ni las aprendieran en  la universidad aquellos que tuvieron la suerte de poder ir. Posiblemente, sólo posiblemente, las cosas más importantes de la vida las aprendimos fuera de esos sitios.
En el colegio me enseñaron que la unidad de longitud es el metro, que la de superficie se llama metro cuadrado, la de volumen metro cúbico, la de peso es el gramo y que los líquidos tienen una unidad de medida llamada litro. Con estos datos yo podía medir la distancia que había entre mi casa y la de mi mejor amigo, podía medir cuanto pesaba aquel montón de naranjas que robábamos de chiquillo, o cuánta agua desviábamos de su camino cuando cambiábamos las compuertas al hombre que regaba los campos que habían frente a mi casa. También podía saber que ésta era pequeña, demasiado pequeña, porque tenía muy pocos metros cuadrados, y que aquellos depósitos de agua para las máquinas del tren eran inmensos, porque tenían muchos metros cúbicos. Creía que podía medirlo todo, pero un día me dí cuenta que había una cosa que no sabía medir: el cariño.
¿Cuánto se puede querer a una persona? ¿Cómo medimos cuanto la queremos? Pero no había maestro que me lo explicase -El amor no se mide- Y ya no había más. Claro que se mide, y una tarde, jugando, mi abuela me enseñó que el querer también se mide. Al menos ella tenía su vara para medirlo. Era un sistema muy básico, pero inmensamente claro: -Paquito, la gente no quiere a todo el mundo igual, a unos se les quiere más que a otros, por eso hay que saber medirlo, para decírselo, para que sepan cuánto los queremos.
Mi abuela me enseñó que a las personas, a la hora de quererlas, las podemos poner en una especie de escalera. En el primer escalón están las personas a las que queremos, en el segundo a las personas a las que queremos mucho. Después, a medida que subimos, el escalón es más pequeño, caben menos personas, por eso en el tercero sólo están aquellos a quienes queremos mucho, mucho, mucho. Y mi abuela, vieja y sabia, se quedaba callada esperando que yo le preguntase por el cuarto escalón, y cuando lo hacía ella me preguntaba que cómo sería. -Muy chico, abuela- y ella sonreía y me decía que sí, y que por eso en él cabían muy pocas personas, y volvía a quedarse callada sabiendo cuál sería mi próxima pregunta. -Y a la gente que hay ahí ¿Cuánto la queremos, abuela?- Y ella me decía que 3 arrobas.
3 arrobas, el cuarto escalón. No habían más escalones ni se podía querer más a una persona. Quererte 3 arrobas era no poder quererte más, no por no querer sino porque no había un amor más grande. 3 arrobas era lo máximo que se puede querer.
Hoy, 50 años después de que la vida me dejase sin abuela y sin maestra de cosas importantes sigo midiendo mi amor por las personas con su sistema de medir cariños. Las hay quiero, hay a quienes quiero mucho, a algunas mucho, mucho, mucho... También hay unas cuantas, pocas, muy pocas, que subieron a ese cuarto escalón. Ellas saben que las quiero inmensamente... tanto, que las quiero 3 arrobas.

3 comentarios:

María Rosa dijo...

Buenas tardes. Mucho tiempo sin escribir, pero no sin leerte. Echo de menos que escribas más. Tienes un hermosa prosa, siempre grata de leer. Un grato saludo desde Córdoba. No tengas este faro tan abandonado.

El viejo farero dijo...

Hola María Rosa. Mucho tiempo sin escribir nada, es cierto, esperemos que en breve cambien las cosas y las musas regresen.
Gracias por tu comentario. Un saludo desde un poquito más al Sur.

El viejo farero.

Riberaine dijo...

Por supuesto que de puede medir,se mide por lo que estas dispuesto aa hacer o dejad por alguien.
Cuando sientes que darías ti vida por la de otra persona ,ese es el amor más grande.