Mi corazón ha amanecido hoy igual que lo ha hecho el día: éste con
unas claridades que buscan abrirse camino entre nubarrones negros, aquel con la
ilusión de ver hoy el faro de Santa María, en la isla Culatra, luchando por
sobreponerse a la pena de poner dentro de unas horas el cierre a este viaje de
ensueño.
A isla Culatra lleva un pequeño barco de pasajeros que parte del
puerto de Olhao. En verano va y viene varias veces al día pero en esta época
del año, pleno invierno, tan sólo hace un viaje de ida por la mañana y otro de
regreso a la tarde.
Como no sabía exactamente el horario de partida me he venido
temprano, ahora queda esperar casi 2 horas y me dedico a ver las pequeñas
barcas de los pescadores, a tomar un café y a dar una vuelta por el mercado que
hay a las orillas del mar y que en otro tiempo debió ser la lonja. Me gusta,
cuando visito una ciudad, ver su mercado si es posible. Tal vez sea que de crío acompañaba a mi madre al de la
plaza de la Feria y en cierto modo volver a uno de ellos es volver a aquellas
mañanas entre puestos de verduras, con sus bombillas de 60 watios, o la parte
del pescado, con lámparas mucho más potente que hacían resaltar a los pobres animales
expuestos al público sobre mostradores de mármol blanco.
Disfruto de este paseo en barco, del salpicar de las olas, de las
gaviotas persiguiendo a los barcos pesqueros que entran a puerto, de la vista
del faro, primero a lo lejos, después un poquito más cerca…
El faro de Santa María se ve desde toda la isla, incluso se ve
desde Olhao, y desde el embarcadero hasta su reciento el camino es un paseo
entre casas cerradas que seguramente tan sólo se usen en verano o en algunas
vacaciones concretas.
Este faro data de 1.851 y fue el primer faro de Portugal en
utilizar una lente Fresnel de segundo orden de 700 mm. de longitud focal que
daba a la luz un alcance de 15 millas náuticas. Este faro primitivo tenía una
altura de 35 metros y su forma era cilíndrica. En 1.922 la torre se recrece y
su altura alcanza los 47 metros teniendo entonces su plano focal a 50 metros. A
la vez se cambia su aparato óptico por otro con un sistema de rotación más
moderno y lámpara de queroseno. Tres años más tarde esta lámpara es sustituida
por una de vapor de petróleo incandescente. Pero en 1.929 el faro comienza a
tener problemas de estabilidad debido a los cambios realizados y su asentamiento sobre un suelo poco firme y se realizan
unos trabajos de afianzamiento instalando a todo lo alto de la torre y por su
parte exterior unos pilares y tirantes de hormigón que terminaron dándole el
aspecto tan particular que tiene hoy en día, aunque su historia es muy parecida
a la del faro español de Trafalgar.
A medida que pasan los años el faro sigue modernizándose y en
1.949 es electrificado con la instalación de generadores y se cambia el sistema
de lentes para convertir el faro en aeromarítimo. En 1.995 hay que volver a
consolidar la torre. En esta ocasión la
linterna ha de ser desmontada y para no dejar el faro fuera de servicio es
instalada durante varios meses sobre un andamio. En 1.997 se rematan los
arreglos automatizando el faro y en 2.001 se desinstalan los paneles que lo
hacían aeromarítimo dado que ya no era de interés al modernizarse el aeropuerto
de la cercana ciudad de Faro. Hoy en día
el faro de Santa María ofrece 4 destellos blancos cada 17 segundos y su alcance
es de 25 millas náuticas.
He
hablado un ratillo con el farero y como buenamente he podido le he contado mi
aventura. Me dejaría subir a la linterna, pero me cuenta que el faro tiene más
de 200 escalones y que cada tarde tiene que subir a descorrer las cortinas que
protegen la óptica. Si quiero verla tendré que esperar a esa hora, pero el
barco que ha de llevarme a Olhao parte antes y perderlo conlleva tres
problemas: primero tendría que volver en una lancha que
hace las veces de taxi y cuyo precio se sale de presupuesto, segundo llegaría
tarde a ver el faro de Vila Real, ya de noche y tercero retrasaría más de la
cuenta la llegada a casa donde empiezan a esperarme para cenar y para que les
cuente las cosas más significativas de este viaje. Tal vez en verano que hay
más barcos entre la isla y Olhao sea buen momento para quedarse y subir.
El
día parece que quiere ser fiel reflejo de mi estado anímico: durante el tiempo
que he estado en la isla el sol lo ha inundado todo pero ahora, en el barco, la
tarde se está volviendo gris y fría… triste. Es ese frío, me digo a
mí mismo, el motivo de parar junto al puerto a tomar un último café portugués,
pero es también el no querer que este viaje termine, el deseo de alargarlo un
poco más, de mirar otra vez el mar, el puerto de Olhao, el faro de Santa María.
El
faro de Vila Real do Santo Antonio es el faro más oriental de todos los faros
portugueses y está muy muy cerca de Ayamonte. Tanto es así que está más cerca
de territorio español que del mismo mar. Del faro a la costa hay más de 1.600
metros, del faro a la frontera con España menos de la mitad: 750 metros.
Curiosidades de la vida.
Este
faro comenzó a funcionar en enero de 1.923 tras muchos años de discusión sobre
el método de construcción ya que se encuentra sobre un lecho arenoso. Es
una torre cilíndrica de 46 metros de altura, de color blanco con unas estrechas
franjas horizontales en negro y la linterna, como siempre, pintada de rojo. Su
plano focal está a 52 metros sobre el nivel del mar.
En
1.927 el faro se electrifica a través de unos generadores y 20 años más tarde
es conectado a la red pública de electricidad, es entonces cuando la vieja
maquinaria de relojería que propiciaba el giro de la lente es sustituida por un
motor. En el año 1.960 se le instala un ascensor y en 1.983 la lámpara de 3.000
watios que usaba es cambiada por una de 1.000 que ofrece un alcance de 26
millas náuticas y da un destello blanco cada 6,5 segundos. Seis años después el
faro se automatiza y se queda sin fareros.
Acaba
de empezar diciembre y la tarde se vuelve tremendamente fría. Regreso al coche
a paso lento y guardo la cámara con la misma lentitud.
EPÍLOGO:
Se
ha terminado la ruta de los faros portugueses, uno de los viajes más
maravillosos de mi vida. Podría resumir este viaje con una serie de números:
decir que han sido más de 2.600 kilómetros, que han sido 8 días, que han habido
mil paisajes diferentes o que han sido más de 30 los faros que he
visto y 3 a los que he entrado. Pero las cosas no siempre se pueden expresar en
números. ¿Cómo os cuento los nervios de la noche anterior a la partida? ¿Cómo
hago para que imaginéis aunque sea remotamente la emoción al ser invitado a
subir al primer faro, a ver su alma? ¿Y ver el mar desde allí arriba como sólo lo
ven el faro y el farero?
Han
sido faros de más de 50 metros y faros que apenas si pasaban de los 10. Faros
de obra y faros de hierro, faros con fama mundial y faros completamente
anónimos y desconocidos. Torres cilíndricas, torres cuadradas… faros en una
playa, en un puerto, sobre los muros de una fortaleza o asomados a un
acantilado. Ha sido un farero desagradable y varios que eran todo generosidad.
El
viaje físico, el que se cuenta en kilómetros y en días, terminó la noche del 2
de diciembre cuando entré en Sevilla, pero hay otro viaje que aún sigue en
marcha. Es un viaje de recuerdos preciosos, de sonrisas que se escapan sin que
las controle cuando de repente me viene a la cabeza uno de los cientos de
momentos vividos en Portugal, cuando escribo esta historia, cuando copio una de
las cientos de fotografías que hice para compartirla con vosotros.
Los
faros son lugares mágicos, son lugares de encuentro: de la tierra con el mar,
de la oscuridad con la luz, del hombre con la naturaleza, de paisajes limitados
por montes con paisajes de un azul infinito. Los faros no son
solamente la torre que sostiene la linterna, no son una luz que gira o hace
guiños cada noche, los faros son mucho más: Son el acantilado al que se asoma y
la soledad, son el amigo callado que siempre está ahí para ayudar. Es imposible
llegar a un lugar donde hay un faro y no mirarlo, no sentir cierto interés por
sus formas, por su luz, por cómo será por dentro. Y de esto, de cómo son
algunos faros por dentro, os hablaré en breve. Conocía de esa manera 3 faros
españoles, 2 de ellos son los 2 únicos faros visitables de España y para entrar
tan sólo hace falta pagar una entrada, son la Torre de Hércules y el de
Chipiona, pero hay personas generosas (Mario, Rafael, Pepe, Belén y José Ramón)
y gracias a ellas hoy son 12 los faros a los que he tenido la suerte de subir.
De todos ellos, además de la vivencia, me he traído fotografías de sus
escaleras que también compartiré con vosotros.
A
quienes habéis seguido esta ruta, mil gracias; a quienes os gustan los faros
una sugerencia: Id a verlos.
El viejo farero.
2 comentarios:
El recorrido muy interesante ,y muy bien narrado ,había momentos que me daba la sensación de estar allí en primera persona.
Gracias amigo farero ,mejor que un guía turística.
Un abrazo
Gracias a ti por seguir el viaje y por tus palabras, pero si alguna vez haces aunque sea una parte de este viaje verá que mis palabras se han quedado muy lejos de contar lo que es hacer algo así.
Un abrazo desde el faro.
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