25 marzo 2024

Que llueva, que llueva... ¡Que no llueva!

 

Lo que menos quieren mis amigos marineros es que haga mal tiempo, que la mar esté agitada y que les impida salir a faenar. Al fin y al cabo si no su vida sí al menos sus ingresos dependen de ello, de que haga buen tiempo.

Mis pocos amigos que se dedican a cultivar las tierras tienen otra idea de lo que es el buen tiempo. Ellos necesitan un poco de todo: que llueva, ni mucho ni de manera torrencial, poco a poco, como si el cielo regase con mimo sus campos, que haga sol pero sin que queme sus plantas, que haga un poquito de calor otras veces... 

La gente del pueblo en general tienen esa idea tan generalizada de que el buen tiempo consiste en días de sol, con temperaturas relativamente altas, sin nubes, sin viento, sin lluvia. Yo tengo otra idea sobre el tema, yo disfruto con los días de lluvia viendo las gotas deslizarse por los cristales. Pero después de muchos meses de sequía casi todo el mundo lleva semanas mirando al cielo buscando nubes grises cargadas de agua que nunca llegan. Al menos no cuando ellos quieren.

Esta semana a la que llaman santa ha comenzado con el cielo gris, con lluvias, como si el tiempo hubiese dado un paso atrás y se hubiese metido de repente en el invierno. Han venido las lluvias a regar las tierras de los agricultores, a limpiar el ambiente y a llenar un poco los pantanos, pero hoy parece que nadie está contento con estas lluvias. Esta tarde tenía que salir la cofradía con la imagen de la virgen  que el cura y la hermandad tienen a buen recaudo en la iglesia. Han estado esperando hasta última hora a ver si San Pedro se animaba a verla procesionando por las cuatro calles del pueblo pero se ve que el santo tenía otras cosas mejores que hacer, como llenar los pantanos de agua para que podamos beber ya durante dos años, o para que la gente del campo pueda regar a manta sus cosechas.

He bajado al bar de María y me lo he encontrado con más clientela de lo habitual: hombres vestidos con su traje oscuro, ese que reservan para las ocasiones especiales, mujeres peinadas por la única peluquera del pueblo,  y algunos niños igual de bien vestidos corriendo por entre las mesas. Algunos han entrado llorando me dice María, porque su virgen no ha podido salir por culpa de la lluvia. 2 días que sale al año y uno está lloviendo pienso para mis adentros, también tiene mala suerte esta virgen. El resto del año está de clausura, en su pequeña iglesia, esperando que alguna buena mujer se acerque a pedirle algo, a encenderle una vela que ya no es ni una vela de de verdad, que funciona con electricidad y de la que que hay que abonar su alquiler previamente, en algunas cosas la iglesia católica se adapta rápidamente a los nuevos tiempos. De haber salido hoy la virgen todo el pueblo hubiese ido detrás de ella, como las ratas detrás del flautista del cuento, aunque aquí la música la pone una banda que viene de otro pueblo.

Ahora, en la soledad del faro, pienso en esa virgen que hoy no pudo dejar por unas horas su cautiverio casi eterno  porque la lluvia vino a destiempo, y pienso que los dos tenemos, otra vez, algo en común: estamos solos, rodeados de silencio, entre penumbras, ella en su iglesia, yo en mi faro. 

Miro las gotas que se deslizan sin sentido por los cristales, uniéndose a otras gotas que hay debajo de ellas, y veo por un momento mi propia cara reflejada en ellos. Yo, en la soledad del faro, pensando en la virgen del pueblo. Empiezo a hacerme de verdad viejo.


El viejo farero.


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