Hace unos días, en el bar de María, charlaba con José Manuel, uno de los pocos hombres de este pueblo que jamás se dedicó a trabajar en la mar. Su padre tenía una vieja ferretería y cuando se jubiló mi amigo se hizo cargo de ella, y ahí sigue, vendiendo herramientas, tornillos, puntillas y mil cosas más, intentando resistir la competencia de los dos chinos de un pueblo cercano. Ellos, me dice mi buen amigo, tienen horarios mucho más amplios, más variedad y en casi todo mejores precios, pero la calidad de lo que venden es otra historia. La ferretería de mi amigo está debajo de su casa y no tenía un horario fijo, si necesitabas algo llamabas a su puerta fuese cuando fuese y él te abría y te atendía.
José Manuel en su tiempo libre se dedica de vez en cuando a la fotografía. No sé si presume o se lamenta cuando dice que hace fotos a casi todo menos a las personas. Si acaso alguna mano cosiendo una red, tocando una guitarra... y se ríe abiertamente cuando habla de la fotografía de naturaleza muerta, la que le gusta a su cuñada: es la única manera de que las fotos no le salgan movidas dice. A mi amigo en cambio se le da mejor la naturaleza viva, las plantas, los animales, o el pequeño arroyo que corre cerca del pueblo y que hace pocos días quiso jugar a ser un río de verdad con las aguas de tantos días de lluvia.
Tiene mi amigo una manera original de ver las cosas y ayer, mientras me mostraba esas fotografías, me hablaba del arroyo como si de una persona se tratase. Un par de kilómetros antes del pueblo hicieron una pequeña presa, lo canalizaron y alargaron su camino hacia el mar desviándolo una y otra vez para llevar sus aguas a los campos de cultivo pero con estas lluvias el arroyo se ha sentido fuerte y se ha revelado, ha roto las cadenas que le pusieron y, por unos días, ha recuperado su cauce. Se ha llevado por delante algunas huertas que los hombres crearon en las tierras que le robaron y algunas bombas que otros pusieron de manera ilegal para sacarle más agua todavía.
Esta mañana, en el bar de María, estaban hablando de José Manuel. Hay quien se queja de un letrero que ha puesto en la puerta de su ferretería con el horario de la misma y debajo, a modo de post data, una aclaración: Fuera de este horario no se atiende.
El invento puede costarle más de un cliente y él lo sabe, pero esta tarde se ha acercado al faro y hemos hablado del tema. Dice mi amigo que ha aprendido del arroyo, que ya está bien de estar al servicio de todos, de pensar en todos antes que en él. Seguirá, dice, haciendo lo que considere correcto pero que el orden de los valores ha cambiado: ahora lo primero es él. No volverá a pedir ni a aceptar un perdón por algo que no ha hecho, ni volverá a abrir un domingo para venderle a un vecino unos tornillos que pudo comprar el día anterior. Y si no pudo ese ya no es su problema.
Sabe que estas cosas tienen un precio pero considera que, en el fondo, le salía más caro ser como era porque, como al arroyo, entre unos y otros poco a poco le habían cambiado su cauce, su manera de ser, y él, aunque de vez en cuando protestaba, seguía el camino marcado.